lunes, 21 de enero de 2013

Twilight Princess (XXII)

(Queridos todos;
      no sé si quedará alguien por aquí. Los exámenes me han tenido bastante secuestrada, y además, perdí mi vieja cuenta del fake... y no me veía con ánimos de hacerme una nueva. En cualquier caso, vuelvo a estar por aquí, quizá no con tanta frecuencia, pero si queda alguien que aún me lea... pues gracias :)
   Podéis poneros en contacto conmigo (para sugerir cosas o colaboraciones, o simplemente darme una opinión) a través de los comentarios del blog o en mi correo para este tipo de cosas: wolverine_black@hotmail.com
       Y esto es todo, espero que os guste el rumbo que va tomando la historia.
        Muchos besos,
                    L.)
    

Midna

Las murallas de la Ciudadela no podrán resistir eternamente.
Yo lo veo, Salma lo ve, Perícleo lo ve y Telma lo ve, pero aún así luchamos por mantener los ánimos altos, porque en el momento que los defensores de la ciudad se sientan derrotados, la derrota será solo cuestión de tiempo.
Sobrevuelo la ciudad con mi ave todos los días, rodeada por mi esfera de energía. Señalo los puntos más vulnerables en las murallas, trato de prever la siguiente acción de los invasores, de vez en cuando hago un pequeño ataque relámpago para crear un poco de confusión entre nuestros atacantes. Lo cierto es que tengo miedo de que todo esto sea inútil, de que Zeinan supere nuestras defensas y todo Hyrule acabe sometido a las sombras otra vez.
¿Cómo pueden estar tan ciegos? ¿Soy la única que ve que, en realidad, no tiene sentido que los twili conquisten Hyrule? Este es un mundo de luz, y la luz no es para nosotros. Ni sumiéndolo en las sombras de nuevo llegaría a ser realmente nuestro... nosotros ya tenemos un hogar en el Crepúsculo. No tiene sentido perderlo por simple ambición.
Pero mi pueblo se agolpa ante las murallas de la Ciudadela pidiendo la sangre de los hylianos y sus defensores. Mi pueblo, el pueblo al que intenté gobernar con justicia, manipulado y utilizado para las ambiciones de otro tirano cruel. El dolor que siento es difícil de explicar; me siento traicionada y traicionera, luchando contra mi propio pueblo en lugar de permanecer a su lado en estos momentos.
-¡Midna! ¡Midna, ¿qué ves?!
Sacudo la cabeza para salir de mi ensueño y miro a mi alrededor, concentrada. Las tropas del Crepúsculo rodean la Ciudadela en un campamento perfectamente organizado. Los turnos de guardia son implacables, y no parece que haya nada que pueda quebrar el asedio del Castillo... hasta que veo humo procedente del Lago de Hylia.
-¡Hay escaramuzas en el Lago! - grito, tratando de que Salma me oiga por encima del batir de las alas de mi ave - ¡Hylia! ¡El lago de Hylia!
Veo a la mujer guerrera hacerme gestos de asentimiento con la mano y dirigir a un grupo de defensores hacia la muralla oriental del Castillo. Les sigo desde el aire, vigilando a los twili que me miran con odio desde los alrededores del Castillo. Trato de apartar mi mente de la desolación que me producen esas miradas, y apremio a mi ave hasta el límite de la muralla, donde se posa elegante como una rapaz, plegando sus enormes alas en torno a mis piernas.
Me inclino sobre el cuello del ave, palmeándoselo suavemente, tratando de ver qué ocurre en el Lago de Hylia... sin mucho éxito, todo sea dicho. Está demasiado lejos para que alcancemos a ver algo más que humo de muchas hogueras, enturbiando la vista. Perícleo saca un viejo catalejo y enfoca al Lago de Hylia.
Masculla un juramento entre dientes.
-¡Los zora! - repite Salma, gritando y haciendo gestos a la gente que espera en el patio del Castillo - ¡Han venido los zora! ¡Los zora!
El grito se convierte en un clamor repetido por todo el Castillo entre exclamaciones de júbilo y vítores. Salma y yo, sin embargo, no somos tan optimistas; aunque los zora hayan venido en nuestra ayuda, aún están muy lejos... necesitamos abrir una brecha en el sitio para que puedan llegar a nuestro lado, para que podemos luchar codo con codo.
Cruzo una mirada con Perícleo y Salma, y los dos asienten y vuelven a clavar la mirada en el lejano Lago, seguramente preguntándose cómo vamos a abrirles camino hasta nosotros. Yo me muerdo el labio y sacudo la cabeza; tengo algunas ideas, pero preferiría no llevarlas a cabo a no ser que la situación sea desesperada.
Pero la situación se hace desesperada por sí misma.
Los zora parecen haberse hecho con el Lago, pero no logran hacer retroceder a los invasores lo suficiente como para llegar hasta nosotros.
Es difícil explicar el modo en el que lucha mi pueblo. No somos hylianos, ni humanos. Somos una raza aún joven, apasionada y salvaje... mucho más salvaje de lo que los habitantes de Hyrule podían imaginar. Usamos armas en la batalla, claro, pero nuestra mejor arma son nuestros propios cuerpos. Esbeltos y elegantes, más que luchar danzamos, ejecutamos un rápido baile en torno a nuestros enemigos, antes de superar sus defensas y derribarlos.
Somos criaturas de un mundo oscuro; en consecuencia, no dependemos de la vista tanto como los hylianos. Nuestros ataques son todo instinto, el instinto de lucha salvaje que nos ha hecho sobrevivir en un mundo de oscuridad. Colmillos afilados, cuerpos felinos, mi pueblo es letal en la batalla y los zora, una vez fuera del agua, no tienen nada que hacer contra los míos. Impotentes, desesperados, vemos desde las murallas cómo los twili vuelven a empujar a los zora hacia el Lago, empujando con ellos nuestra esperanza.
Salma y Perícleo dejan escapar gritos de consternación, y de pronto soy consciente de que esta guerra no va a acabar. No vamos a matar a Zeinan y a volver a casa de nuevo, felices y perdonados. En las expresiones de los guerreros que me rodean veo auténtico odio, una rabia como nunca había visto antes. Se me llenan los ojos de lágrimas sin poderlo evitar, pero sacudo la cabeza, decidida; no hay tiempo para tonterías.
-Llévame a la torre del homenaje, pequeño - susurro -. Tenemos que hablar con Zelda.
Con un imperceptible asentimiento, mi ave despliega las alas y se zambulle en el aire, elegante como una flecha recién soltada del arco. Bate el viento con suavidad, ascendiendo poco a poco mientras yo me despido lentamente de las absurdas esperanzas que me había fraguado.

-¿No hay otro remedio?
La voz de Zelda es serena, fría, y yo siento como si se me clavase por dentro.
Aprieto los dientes.
No es la cosa más fría que me he visto a soportar en mi vida. Podré con ello. Y con más.
-Si tenéis otra solución, Reina, estaré encantada de oírla y llevarla a cabo. Pero mientras dais con ella, los zora seguirán muriendo a orillas del Lago de Hylia... y todas nuestras esperanzas con ellos.
Zelda cierra los ojos, enmarcados por profundas ojeras. Está pálida como la luna, y su pelo cae suelto sobre los hombros, desgreñado y liberado del complicado peinado de trenzas que solía lucir. La Reina de Hyrule ha luchado junto a su pueblo, como atestiguan los vendajes en su brazo izquierdo, y el agotamiento ha pasado factura.
Cuando los abre, veo una férrea determinación en ellos.
-Adelante, Midna - susurra -. Tienes mi permiso para lo que pretendes llevar a cabo, Princesa del Crepúsculo.
Abro la boca para responder y despedirme, pero en ese momento, un soldado vestido con una reluciente armadura dorada, abollada y cubierta de sangre. Corre a duras penas hasta Zelda y se deja caer a sus pies, jadeante.
-Mi Reina... - susurra, mientras sangre escapa entre los labios entreabiertos -, mi Reina, hay que abrir una brecha... él... él... mi Reina, debéis escucharnos... él está con ellos...
La reina se arrodilla con gentileza junto al soldado caído y le sujeta el rostro entre las manos con cuidado.
-Os escucho, soldado de Hyrule. ¿Quién está con ellos?
El soldado cierra los ojos con una sonrisa satisfecha, como si su mayor expectativa acabase de verse cumplida. Respira hondo, provocando que más borbotones de sangre escapen de su boca.
-El Héroe de Hyrule, mi Reina... - jadea, aliviado por haber llevado al fin la información a su destinatario, y yo siento que se me para el corazón -. Link de Ordon... está con los zora... Perícleo dice... ha visto ropas verdes... su... catalejo...
La voz del soldado se hace cada vez más débil, sus palabras más incoherentes, pero yo ya he entendido lo que había que entender.
Link está allí.
Link ha traído a los zora, y está luchando a su lado. Puede que incluso muriendo a su lado.
Tengo que llegar hasta él.
-Me voy, Zelda - digo, obviando el protocolo, obviando la educación, obviando todo.
-No me falles, Princesa - dice Zelda, con voz alta y clara, sosteniendo el cadáver del soldado. Sus ojos son dos zafiros helados.
Le dedico mi mejor sonrisa lobuna, enseñándole los colmillos, haciendo aparecer un destello rojo en mis ojos. Las pupilas se me estrechan hasta formar una fina rendija, casi invisible. Todo mi cuerpo se tensa y se arquea, preparado para la batalla.
-No fallaré, Zelda - respondo, con la voz ronroneante y helada -. Puedes estar segura de eso.
Me giro sin despedirme y camino a grandes zancadas hacia la puerta, a la vez que me voy recogiendo la larga melena roja en una coleta alta. Todo mi cuerpo vibra de energía, cada una de las fibras de mi ser me pide que me vuelva y acaba con Zelda, por haberse atrevido a dudar de mí.
Pero no lo hago. Canalizo mi ira hacia donde debo, hacia Zeinan, hacia esta guerra sin sentido. Estoy asustada, me preocupa lo que pueda ocurrir...
Y a la vez, una salvaje alegría me invade.
Voy a la guerra. Voy a luchar.
La sonrisa no desaparece de mis labios cuando monto sobre los hombros de mi ave y con un salvaje grito de guerra nos lanzamos hacia el cielo mortecino, jinete y montura, preparados para la batalla y la guerra. Mi ave deja escapar un agudo chillido que me hace estremecer entera, y yo le devuelvo la llamada, ululando al viento frío de Hyrule, avisando a todo el que pueda oírme de que la Princesa del Crepúsculo va a la guerra y que esta vez, nada se interpondrá en mi camino.

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martes, 8 de enero de 2013

Twilight Princess (XXI)

Hashi

El cervatillo sigue a su madre, su colita levantada es como un pequeño faro blanco. Yo me agacho, pegándome más a la rama de mi árbol, tratando de respirar lo más suavemente posible. Temo que una ráfaga de aire cambie la dirección del viento y lleve el olor a la madre y su cría, así que monto la flecha en el arco rápidamente.
Apunto.
Respiro hondo.
Un, dos, tres.
Abro los dos ojos, con la cuerda contra la mejilla.
La suelto.
Solo se oye el silbido de la flecha, un golpe seco. Crujidos de la hierba al paso de un animal espantado, un golpe sordo cuando mi víctima..., no, mi presa, cuando mi presa cae desplomada en el suelo.
El cervatillo queda tendido con las patas extendidas y los ojos muy abiertos mirando al vacío. Un hilillo de sangre corre desde su belfo hasta su cuello, la flecha le ha atravesado un pulmón antes de llegar al corazón.
Salto del árbol y corro a su lado, apenada por su dolor. Tengo que comer, y no me siento culpable por cazar, pero eso no quiere decir que me guste ver sufrir a una cría simplemente porque mi puntería no es tan buena como debería. El animalito ya está muerto cuando me arrodillo a su lado, y con un suspiro lo tumbo patas arriba y comienzo a hacer un corte profundo desde el ano hasta la garganta. De un solo tirón, saco todas las vísceras y las tiro sobre el suelo del bosque.
Sé que el olor de la sangre pronto atraerá a depredadores más peligrosos que yo, así que arrastro a toda prisa a mi cervatillo, mucho más ligero ahora que está eviscerado. He aprendido bien las lecciones de Salma, aunque fuera a base de ensayo y error y de pasar mucha hambre los primeros días.
Me he construido un campamento improvisado en uno de los árboles más cercanos al pedestal de la Espada Maestra, de tal modo que puedo vigilarla la mayor parte del tiempo. Sin embargo, han pasado casi tres semanas y no hay ni rastro de Dark Link (lo que es un alivio) ni de Link (lo que destroza las ilusiones que me había hecho).
Sin embargo, por primera vez desde que estoy en este cuerpo soy total y absolutamente feliz. El bosque parece envolverme, acogerme como nada en este mundo puede hacerlo. Rodeada de verde y de vida por todas partes, de energía pura y vibrante que late y se multiplica, perdida en un lugar donde no tengo que hablar con nadie, ni comportarme correctamente con nadie...
Oigo el chasquido de una rama, y por el sonido seco que indica un peso mayor que el de un gato montés, sé que lo que se acerca no es amigable. Suelto el cervato y salto a un árbol, abrazándome a sus ramas, trepando como una ardilla todo lo alto que puedo. Solo cuando sé que las ramas ocultan mi camisa gris moteada y el brillo de la vaina de la espada me atrevo a mirar abajo, confiando en que lo que quiera que se acerque esté distraído con el cervatillo muerto.
Cuando lo veo abajo, cierro los ojos y trago saliva, conmocionada. Antes pienso en ello y antes...
Dark Link se detiene junto al cervato y lo observa pensativo. Las marcas del cuchillo son evidentes, es obvio que ningún animal salvaje ha hecho eso; ahora está sobre aviso, estará alerta ante cualquier ataque. He perdido la ventaja de la sorpresa, y puede que eso sea decisivo.
Dark examina los alrededores del cervatillo muerto, pero al parecer no se le ocurre mirar hacia arriba; el ser tan pequeña y ligera me ha salvado en esta ocasión... aunque probablemente me cueste la vida en un combate real. Trato de no pensar en ello mientras Dark se da por vencido y se aleja de mi presa para caminar hacia el claro donde descansa la Espada Maestra. Yo lo sigo de rama en rama, saltando como una ardilla o un mono, tratando de no hacer ruido... aunque ni siquiera sé bien qué hacer.
Cuando entra en el pequeño claro iluminado por la luz del sol, bajo de los árboles, quedándome agazapada entre los matorrales.
No sé qué hacer. Debería saltar sobre él ahora, atacarle mientras está desarmado... pero tal vez la espada lo rechace.
Aferrándome a esa esperanza me quedo inmóvil, acechante, rogando a las diosas que no permitan que la Espada Maestra confunda a esta criatura aberrante con Link. Con el corazón encogido, veo a Dark acercarse al pedestal, caminando lentamente, mirando a su alrededor con los ojos entrecerrados. Me llevo la mano a la empuñadura de la espada, aunque sé que ya es tarde, que nada de lo que haga podrá impedir que intente sacar la espada del pedestal.
Deseo con todas mis fuerzas que no logre sacarla.
-Maldita cobarde - me insulto a mí misma, desenvainando mi propia espada despacio. La hoja sale de la vaina con su habitual silencio, un silencio en el que he aprendido a leer una amenaza -. ¿Espíritu guardián? No mereces llamarte ni conejo de la suerte, mocosa idiota...
Las manos de Dark Link rodean la empuñadura de la Espada Maestra, y yo percibo un sutil cambio en el aire. La sensación es parecida a las ondas que se provocan al lanzar una piedra a un estanque, como si algo muy delicado se hubiera roto en la atmósfera cristalizada del bosque. Me estremezco de pies a cabeza, mientras Dark tira suavemente de la espada.
Con un susurro de acero, extrae lentamente la espada del pedestal.
-No...
Dejo escapar mi desesperación en un suspiro quedo, apenas nada, pero aún así resulta escandaloso para el fino oído de depredador de Dark Link. Se gira despacio, con la espada desenvainada en alto, los rojizos ojos recorriendo los alrededores del bosque.
-Hashi - me llama de pronto, y yo me estremezco -. Hashi, sal. Conozco esta luz. Sé que estás aquí.
Respiro hondo varias veces.
-Soy un espíritu guardián - me recuerdo a mí misma -. Da igual que esté encerrada en un cuerpo diminuto... no me importa extinguirme si mi protegido vive.  No importa extinguirse, si tu protegido vive... - me muerdo el labio hasta sangrar -. Cobarde - me insulto, antes de ponerme en pie.
Los ojos de Dark relumbran suavemente al verme.
-Hashi - me saluda, girando lentamente la espada -. Debería hacerte pagar por lo que me hiciste en Kakariko. Debería hacerte pagar hasta que llorases suplicando tu muerte.
Yo me estremezco y aferro mi espada (su espada) con ambas manos, blandiéndola por delante de mí.
-Inténtalo - susurro. No aspiro a vencerlo, no aspiro a sobrevivir. Pero suplico a las diosas que me dejen lisiarlo, o hacerle el daño suficiente para que no pueda llegar hasta Link -. Vamos, Dark. Acaba esto.
Él sacude la mano con suavidad, con un gesto que creo que pretende ser tranquilizador... pero le sale desganado, como con desdén... como si no tuviera que molestarse en luchar conmigo para vencerme.
-Hashi. No quiero matarte ahora. Y no tengo tiempo para ti. Te voy a dar una oportunidad.
-¿Qué...?
-Corre.
Su voz se afila de pronto, pasa de ser el tenue susurro de la escarcha quebrándose a ser una daga de hielo rasgando cada centímetro de mi cuerpo. Me hace desear correr, gritar, huir, esconderme debajo de una piedra... quitarme la vida yo misma, antes de que él me atrape.
Soy un espíritu guardián.
-No.
Dark Link alza una ceja con gesto de... ¿sorpresa? ¿Desdén? No lo sé, y no quiero saberlo. Blando la espada con ambas manos, firme pero relajada, como Salma me enseñó.  La interpongo entre los dos, dibujando una línea imaginaria.
Por un momento, me asalta el pensamiento de que toda mi existencia solo ha tenido como objetivo que llegase aquí, ahora.
Vamos.
Dark Link se lanza sobre mí con un elegante movimiento felino. Su forma de atacar es hermosa, como si el tiempo se detuviese para que él pudiera moverse más rápido de lo que es posible para un ser corpóreo. La potencia de su salto, el modo de moverse sus músculos cuando alza los brazos para dejar caer la espada sobre mí... este depredador, esta perfecta máquina de matar, me ha elegido a mí como su presa.
Y yo tengo que estar a la altura.
La Espada Maestra de Link choca contra la espada oscura que yo blando, y un extraño quejido estremece el aire. Luz y oscuridad enfrentadas, encarnadas en dos aceros poderosos como nunca había visto ninguno. La Espada Maestra reconoce el acero de Dark Link y deja escapar un destello, a la vez que mi espada parece palpitar con una oscuridad profunda.
Sin perder tiempo, doy dos pasos hacia atrás, salto hacia la derecha mientras Dark sigue mis movimientos con su espada (la espada de Link) interponiéndose entre nosotros, en guardia, mirándome fijamente, con esos ojos como rubíes ensangrentados que me hacen estremecer. Apretando los dientes, salto dos veces hacia la izquierda para coger impulso, doy una voltereta y me sitúo a sus espaldas, descargando la espada sobre sus hombros.
Dark se agacha a una velocidad sobrehumana y alza la espada. Incluso de espaldas su filo detiene el mío, y yo me veo obligada a saltar hacia atrás para evitar su siguiente ataque. Gracias a la vida en el bosque, aún no estoy cansada, pero sé qué pronto lo estaré y entonces estaré indefensa.
La única ventaja con la que cuento sobre Dark Link es que yo vivo aquí, y él no. Doy una rápida voltereta hacia atrás mientras pienso en ello, concentrada en esquivar las estocadas de Dark y detener el filo de la Espada Maestra cuando no soy lo bastante rápida. Dark me ataca una y otra vez, sin mudar la expresión, serio, con sus estremecedores ojos fijos en mí. Sabe que es cuestión de tiempo que uno de sus golpes me alcance. Y sabe que yo también lo sé.
Hace un tajo circular y yo salto hacia atrás como puedo, doblándome por la cintura para evitar el golpe por unos pocos milímetros; tan pocos que la Espada Maestra rasga mi camisa de tela basta, y siento el frío que  Dark trae consigo arañar mi piel.
Tirito.
En un esfuerzo desesperado, me giro y corro, todo lo rápido que puedo. De los depredadores del bosque he aprendido que cuando le das la espalda a tu cazador, quiere decir que te has rendido y que ya apenas puedes hacer nada para conservar tu vida.
Corro.
El peso del escudo de acero de Dark Link es excesivo, así que lo dejo caer. Dejo caer también la espada y corro hasta refugiarme entre los árboles de Farone, de este bosque que me hace sentir en casa.
De los depredadores del bosque he aprendido que es mala idea dar la espalda a algo que quiere darte caza. Pero de los lobos solitarios he aprendido que a veces es mejor mostrar flaqueza antes de sentirla.
Me encaramo a un árbol todo lo rápido que puedo y me asiento entre sus ramas. Dark Link me dedica una mirada torva, aburrido.
-Puedes quedarte ahí, Hashi. Al fin y al cabo, el plan era que te fueras.
Envaina la espada (la Espada Maestra, la espada de mi protegido, la espada de Link) y se gira con expresión de desprecio. Yo suspiro, aliviada, y alzo las manos en el aire, como si sujetase un arco. Cierro los ojos, y me centro.
Casi al instante, el aire vibra y comienzo a sentir como la energía escapa de mis venas. Entre mis manos sostengo un arco de luz pura, con una cuerda tan fina que apenas la veo. La flecha montada en él es de un blanco resplandeciente, incandescente como el metal al fuego. Apunto con cuidado, recordando mi error de esta mañana, tratando de hacer más daño del necesario.
A pesar de todo, las manos me tiemblan.
Comento un minúsculo error al soltar la cuerda.
La flecha de luz atraviesa la clavícula izquierda de Dark Link, un buen trecho por encima del corazón, y brilla un segundo antes de desaparecer.
El gemelo oscuro de Link se desploma sin un gemido, y yo salto del árbol y corro hacia él, cogiendo la espada oscura antes de acercarme.
-Te lo advertí - susurro, y a pesar de mi victoria la voz me tiembla -. Bueno, tal vez no lo hiciera. Pero sabías que debo defender a Link hasta la muerte. Lo sabías.
Para mi asombro, veo correr dos lágrimas gemelas, diamantinas, por las mejillas de Dark Link. Los párpados cerrados le tiemblan.
-Hashi... no sabes lo que es mi vida - susurra, y de pronto su fría voz suena vulnerable, aterrada -. No sabes lo que es ser un condenado de un destino cruel, sufrir cada día de tu vida como aquellos a los que haces sufrir. Mi condena es arrasar con todo antes de que mi propio dolor acabe conmigo. Nunca sabrás lo que es la soledad, lo que es saber que cada criatura de este mundo te quiere muerta. Nunca lo sabrás... a ti las diosas te bendijeron. Eres una criatura de luz... protectora del favorito de las diosas.
Casi sin darme cuenta, dejo caer la espada oscura de entre mis dedos. Choca contra el suelo con un ruido sordo, mientras Dark Link abre sus ojos rojos y me mira con expresión atormentada.
-Acaba ya, niña espíritu. No tiene sentido alargar la agonía... no me humilles más.
Abro la boca, pero la cierro sin saber qué decir. La boca me sabe a sangre, la sangre que me corre por la barbilla por haberme mordido el labio de pura concentración.
No puedo matarlo. Es tan oscuro como yo luminosa y de pronto, siento que si desaparece el mundo estará mucho menos equilibrado. No puede ser que Link y yo vivamos, y él no.
Es como el Crepúsculo. La luz y la oscuridad no pueden convivir... pero la una no sería sin la otra.
Y Dark se parece tanto a Link...
-Hashi - susurra, con voz muy queda -. Bésame, Hashi. Una vez. Solo una vez antes de matarme. Por favor... no me dejes ir solo.
Cierro los ojos, inmóvil. Sí, quiero besarle, y es vergonzoso por mi parte. Yo le he atravesado con una flecha, yo he jurado matarlo para proteger a Link... pero sé que nunca sabré olvidarle.
-Emociones - murmuro, en voz muy baja. Como una maldición.
Me dejo caer de rodillas a su lado, y Dark Link se incorpora despacio, con un gran esfuerzo debido a su herida. Me sujeta las manos por los hombros y me besa mientras me quedo inmóvil, atrapándome en su red de hielo y terror.
No puedo parar de temblar. Estoy aterrorizada. Durante una eternidad sus labios helados se mueven contra los míos, mientras su lengua experta explora el interior de mi boca y sus manos recorren mi espalda con delicadeza, con la habilidad del que ha hecho esto un millón de veces, y lo hará un millón más.
No quiero que pare.
Pero para.
Se separa de mí mirándome fijamente a los ojos. Sus iris de sangre brillan de un modo extraño... tal vez como una advertencia.
-Amar es darle a alguien la oportunidad de hacerte mucho daño, y esperar que no te lo haga - me dice, con voz monocorde -. Es hora de que lo aprendas, Hashi.
-¿Qué...?
Lo entiendo todo cuando la Espada Maestra se hunde en mi vientre. Siento como desgarra cada uno de mis músculos, como destroza mis entrañas, como choca con mi columna y la rompe antes de salir por mi espalda. Lo siento todo con una claridad meridiana, casi tan doloroso como el chasquido del corazón que no sabía que tenía. Siento la sangre deslizarse a ambos lados de mi cintura, el calor abrasador de su hoja.  Una oleada de sangre llega a mi boca desde mi vientre, cálida e intensa como la vida que está escapando con ella. Quiero gritar, correr, quiero hacer cualquier cosa menos quedarme aquí tendida sometida a este tormento.
Quiero morir.
-Me has dado un arma muy poderosa, Hashi - susurra Dark Link, mirándome a los ojos muy de cerca, con la delicadeza de un amante -. Y esperabas que no la usase... como todos los hylianos de este absurdo mundo.
Saca la espada de mi vientre y me tiende de espaldas con cuidado. Yo aprieto los labios, tratando de que la sangre no se me escape de la boca, tratando de no demostrar cuán profundo es mi dolor. Aunque creo que las lágrimas que corren por mis mejillas, los gemidos ahogados que no soy capaz de callar, el temblor de todo mi cuerpo... creo que todo eso me delata.
-No llores, pequeña - murmura, apartándome el pelo de la frente -. Tarde o temprano tendría que pasar. Yo...
De repente se queda en silencio, mirándose las manos, mirando la Espada Maestra. La suelta como si le quemase, y seguramente así sea.
Sonrío, e imagino que con los labios ensangrentados la mueca es más bien desagradable.
-Sangre de espíritu - barboto, entre pequeños regueros de sangre -. Te has delatado tú solo, Dark... la luz de mis venas... la espada no puede ignorarla... - me ahogo con mi propia sangre, trato de incorporarme o de girarme... o cualquier cosa, pero solo puedo escupir sangre.
Dark me agarra del cuello y me incorpora de un tirón.
-En cualquier caso, da igual. Me has traído mi espada de vuelta... la Espada Maestra yacerá contigo. Es lo justo, ¿no? La protegías viva para tu niño bonito, ahora la protegerás muerta.
Me acaricia la mejilla con delicadeza, y veo que las yemas de sus dedos se han vuelto negras, de un negro apagado, sin brillo. Veo hilos de esa negrura crecer por su piel.
La Espada Maestra lo ha marcado.
Me tiende de nuevo y me besa la frente con dulzura.
Me coloca la espada sobre el pecho y rodea la empuñadura con mis dedos helados. Yo veo el filo cubierto de mi propia sangre, las manos negras y ensangrentadas de Dark Link. El dolor me aplasta, amenaza con ahogar mi parte racional, y poco a poco, vuelvo a ahogarme con la sangre.
Cuando Dark está satisfecho con mi pose (seguramente destinada a herir a Link, no a consolarme a mí) se inclina sobre mi rostro y me besa en los labios una vez más. Lentamente, recreándose en el sabor de mi sangre, seguramente.
Le devuelvo el beso con lágrimas en los ojos.
Tenía razón. Le he dado un arma terrible, y esa arma ha acabado conmigo.
Se separa de mí despacio, con los labios ensangrentados. Hay algo raro al fondo de sus ojos, algo a lo que no sé ponerle nombre, pero mi visión se emborrona en los márgenes, y entiendo que estoy a punto de morir. Dark me sujeta la mano, mirándome con esos ojos insondables.
-Buen viaje, pequeña. No te olvidaré.
Abro la boca para responderle, pero ha pasado demasiado tiempo, el dolor ha alcanzado cotas intolerables. Y me falta demasiada sangre de las venas. Demasiada.
No siento las piernas.
Dark se pone en pie y se aleja de mi lado, y la oscuridad me envuelve y me engulle, acogiéndome en sus consoladoras profundidades.

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domingo, 6 de enero de 2013

Twilight Princess (XX)

Ilia

Ordon está en llamas.
Rodeados de destrucción y de guerreros vociferantes, todos corremos sin mucho sentido tratando de alejarnos del fuego y del acero. Esta es la segunda guerra que veo en dieciséis años de vida y la verdad, sigo sin conseguir entenderlo.
¿Por qué? ¿Qué sentido tiene todo esto?
-¡Talo! - grito, al ver al niño correr involuntariamente hacia un soldado twili - ¡Aquí!
El chico desvía su rumbo con un rápido derrape, y veo caer la espada del twili a pocos centímetros de su pie izquierdo; entonces entiendo que no van a tener piedad.
Agarro a Talo del brazo y lo arrastro hacia el bosque, corriendo todo lo rápido que puedo; confío en llegar hasta la fuente del espíritu, no se me ocurre otro lugar a donde huir. En la linde del bosque una figura pequeña de cabello rubio ceniza y brillantes ojos azules se une a nosotros. A la espalda lleva atados una espada y un escudo de madera, y mira al frente muy concentrado.
-Ilia, mi madre y mi hermana han huido a la granja. No te enfades, pero he hecho que los soldados me sigan... no es buena idea correr hacia acá.
-¿Por qué has hecho eso? - pregunto, angustiada, aunque lo entiendo perfectamente; ha enviado a su madre y a su hermanita pequeña exactamente en la dirección contraria a la que lleva a los soldados.
Me mira seriamente.
-Tenemos que ser valientes hasta que venga Link - me explica, como si fuera lo más obvio del mundo.
Yo me muerdo el labio, nerviosa; por algún motivo, tengo la sensación de que Link no vendrá a salvarnos. Sin embargo, no lo digo en alto, no tengo derecho a destrozar las esperanzas de los demás así como así.
-Vamos, Iván - digo, mientras sigo arrastrando a Talo de la mano. El niño mira hacia atrás constantemente, seguramente buscando a su padre y a su madre; su hermano, Lalo, está en la Ciudadela... y no hemos tenido noticias suyas desde hace tiempo.
Corremos los tres juntos por el bosque, campo a través, tratando de llegar hasta la fuente del espíritu de Latoan, o al menos dejar de ver el resplandor de las llamas a nuestras espaldas. Corremos sin importarnos las ramas que nos golpean la cara o lo que nos arden los pulmones, corremos simplemente para tratar de olvidar que nuestro hogar arde detrás de nosotros, que estamos huyendo de nuestra casa para tratar de atraer a los que han destrozado nuestra vida.
El golpear de los pies contra la hierba del camino, el sonido sordo de la espada de madera de Iván al chocar contra su cadera con cada zancada que da. Los gritos tras nosotros, nuestras respiraciones que empiezan a ser como broncos estertores. Esos sonidos son lo único que escuchamos en una carrera desenfrenada por nuestra vida, sonidos que son de pronto tan familiares como el latido de nuestro corazón. No sé cuánto tiempo llevamos corriendo, ni me importa. Hemos llegado a un punto en que cada paso es una agonía y sin embargo, no podemos detenernos. Ni cuando nuestros perseguidores quedan atrás paramos de correr, atrapados en un ensueño entre la vigilia y el despertar que nos impele a seguir corriendo, corriendo, corriendo.
-¡Nooooo!
El grito quiebra el aire cristalizado en torno a nosotros, rompiendo el trance y haciéndonos parar en seco. A nuestras espaldas aún se ven las llamas, delante no vemos nada salvo oscuridad.
-¡No, basta, déjame suéltame!
Los gritos vienen de delante, y veo a Iván caminar decidido hacia la oscuridad, con su espada de madera en alto. Lo sujeto del hombro, nerviosa.
-¿Dónde vas?
-¡Es Bea!
El miedo me corta la respiración, porque Iván tiene un oído mucho mejor que el mío. Si dice que es Bea, sin duda es Bea quien grita a pocos pasos de nosotros, aterrorizada.
Dudo.
-No podemos...
-Link hubiera ido - protesta Iván, y veo a Talo asentir a mis espalda -. Tenemos que ser valientes, Ilia. No podemos dejar que Bea...
Un escalofrío me recorre la espalda; no, no podemos. No solo porque Link no dudaría en acudir en su ayuda, si no porque jamás podremos volver a mirar a nadie a los ojos si huimos ahora.
-Está bien - murmuro -. Iván, ¿solo tienes esa espada?
El chiquillo rubio se encoge de hombros con naturalidad.
-Padre dice que soy demasiado pequeño para una real. Mira, si sobrevivimos a esto cogeré una de acero, ¿qué te parece?
Su broma me arranca una débil sonrisa, y el muchacho saca la espada de madera de su funda. Sé que las espadas de prácticas tienen un núcleo duro de plomo, para darles el peso que tendría un arma real, así que confío en que los golpes dados con esa espada sean contundentes. Mientras Iván se ajusta el escudo de madera al brazo, yo saco y sopeso mi pequeña daga, rezando internamente por no tener que utilizarla.
-¿Tú no tienes nada? - pregunto a Talo, que abre la boca para responder... pero se ve interrumpido por otro penetrante chillido de Bea.
Iván se aleja de nosotros espada en ristre, y apenas un segundo después, escucho un pequeño tumulto a pocos metros. Corro sin pensar, aferrando la daga con todas mis fuerzas, rogando a las diosas que me den fuerza...
Y veo a Bea, arrodillada por la fuerza en el claro, con la cara apretada contra el suelo y las ropas desgarradas. Un twili alto y esbelto la sujeta por la nuca, empujando su rostro contra la hierba, y por su posición parece que Iván ha aparecido justo a tiempo para evitar...
No puedo ni pensar en ello.
Iván se enfrenta decidido a un twili armado con una larga lanza, y yo me arrojo enfurecida sobre el engendro que trata de violar a una niña. Durante unos segundos, ni pienso ni siento ni padezco ni nada, solo soy rabia y odio, emociones primarias destinadas a destruir lo que está acabando con mi hogar.
La daga chorrea sangre, los ojos del twili se van nublando y yo sigo apuñalando metódicamente al patético cadáver que con los pantalones bajados mira al vacío con una mueca de sorpresa. Bea, en el suelo, solloza débilmente, mientras Iván golpea sin piedad al otro desertor. Iván, metro y poco de nervudos músculos, con el gesto serio y la mirada desafiante, acaba con el soldado tras una rápida sucesión de golpes encadenados.
Envaina la espada y alza la mirada hacia nosotras, y de pronto todo en él, en su gesto, en su forma de moverse, me recuerda insoportablemente a Link.
Link... diosas, cuánto lo echo de menos.
Sacudiendo la cabeza, me arrodillo junto a Bea, que se cubre con las manos sin dejar de sollozar, aturdida. Veo su bolsa de tela pocos metros más allá, y le indico a Iván que me la traiga con una rápida seña.
-Bea, Bea, Bea... ¿qué demonios hacías aquí tu sola? - susurro, limpiándole las lágrimas con un pañuelo.
-Iba al Dominio de los Zora - musita, con la voz quebrada -. Iba a buscar a Ralis, él... yo solo... espíritus divinos, tenía tantas ganas de verle...
Sigue sollozando incoherentemente y yo la abrazo. Puedo entender su deseo de irse de casa y buscar a Ralis, porque si por mí fuera, ya estaría recorriendo todo Hyrule a lomos de mi caballo negro, buscando a Link.
La diferencia es que Bea tiene esperanza... y a mí Link me dejó atrás.
Iván tiende a Bea algunas ropas de su bolsa, mientras Talo merodea en torno a nosotros, vigilando que nadie más se acerque a nosotros. Finalmente, se acerca a nosotros, indeciso.
Bea ya se ha vestido y por un momento nos quedamos los cuatro en corrillo, como cuando éramos una pandilla alegre de niños de todas las edades, siempre dispuestos a buscar alguna aventura en cualquier parte. Pero el momento pasa y la falta de Link y Lalo se hace más evidente, más profunda. Es como el muñón de un dedo que falta; es obvio que algo debería estar ahí, es obvio que su ausencia es dolorosa. Tan evidente y tan duro...
Iván es el primero en hablar, y su voz suena extrañamente a persona mayor.
-No podemos volver.
Su tono es monocorde y plano, como si estuviera intentando ocultar sus emociones.
Para mi sorpresa, Talo asiente.
-Los que hayan sobrevivido, se las arreglarán... volviendo tras nuestros pasos solo corremos el riesgo de que alguien más nos siga.
-Más desertores ansiosos por violar mujeres - aporta Bea con su frágil voz, y yo me sorprendo a mí misma asintiendo.
-Vámonos - murmuro, y ni siquiera me pregunto a mí misma a donde, ni me miro las manos cubiertas de sangre, ni miro los cadáveres de los dos twili ni los ojos enrojecidos de Bea ni la mueca de dolor de Iván, ni el gesto de rabia de Talo.
No miro nada porque no tiene sentido mirar.
-Vamos a Farone - sugiere Iván, sin duda pensando en que podremos ocultarnos en sus densos bosques hasta que todo pase -. Link nos encontrará allí, en la Arboleda Sagrada. Seguro.
Y yo me muerdo el labio y me trago las lágrimas mientras asiento, aturdida.
Aturdida porque mi corazón me dice que Link no va a venir, que está muy lejos de nosotros. Y al mismo tiempo conservo la esperanza de que venga, de perderme en esos ojos azules una vez más, por un siglo o por un segundo.
Idiota. Idiota ilusa.
Cojo la mano de Bea, tratando de consolarla.
-Vamos, chicos - murmuro, mirando las estrellas -. Nos queda un largo camino por delante.

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viernes, 4 de enero de 2013

Twilight Princess (XIX)

Link

El sitio del Castillo de Hyrule es inquebrantable.
Las tropas del Crepúsculo, aliadas con los moblins que quedaban en Hyrule y que al parecer, han encontrado a un nuevo señor al que someterse, rodean la Ciudadela con un campamento fortificado en forma de anillo, inaccesible desde cualquiera de los dos lados. Han quemado la tierra hasta una milla alrededor de su campamento para poder ver a cualquier intruso acercándose; el único modo de llegar al Castillo de Hyrule es por el aire... y ni siquiera de eso estoy muy seguro.
La otra ruta que me viene a la mente es el río. Ya entré una vez al castillo a nado, por las alcantarillas, cuando aún estaba atrapado en mi forma lobuna. Supongo que con el traje zora podría volver a hacerlo, pero, ¿de qué serviría?
Un solo hombre, aunque sea un héroe, no puede cambiar el destino de esta guerra.
Me muerdo el labio, nervioso, pensando todo lo rápido que puedo. Los grandes actos y las heroicidades ahora no sirven, y a Zelda no le servirá de nada otro paladín atrapado en su castillo.
El gran problema de Hyrule es que es un reino enorme, pero escasamente poblado, y sus habitantes son sobre todo campesinos y comerciantes; excepto los goron, nadie practica la lucha de forma activa (aunque a veces pienso que todas las cabras que paré en el rancho han servido de mucho...). No somos un pueblo preparado para la guerra, si no uno apacible, una cultura feliz en tiempos de paz. Sí, los Guardias de la Reina están entrenados, sí, los soldados zora también...
Los zora.
Claro. Si consigo remontar el Río Zora, podría pedirle ayuda al Príncipe Ralis. No sé si serviría de mucho, pero los zora pueden entrar conmigo por las alcantarillas y me temo que esta es una de esas situaciones en las que cuantas más espadas tengamos, mejor. Y de paso, puedo recorrer las aldeas que encuentre a mi paso, tratando de encontrar ayuda, o de ayudarlos a ellos.
Lo cierto es que no sé quién necesitará más ayuda en esta situación.

El Príncipe Ralis ha cambiado.
Apenas han pasado unas semanas desde la última vez que lo vi... de acuerdo, lo más probable es que hayan sido varios meses. Últimamente he perdido un poco la noción del tiempo... un poco bastante.
-Link - sonríe el joven zora, y parece que se alegra sinceramente de verme -. Ha pasado un tiempo... e imagino los motivos de tu visita.
Guardo silencio sin saber qué decir. ¿Le han llegado noticias de la invasión por parte de los twili, tan rápidamente? Y yo que creía que me había adelantado a las tropas del Crepúsculo...
Ralis sacude la cabeza, como si me leyera los pensamientos.
-No, el Dominio de los Zora aún no se ha visto asolado por la guerra. Sin embargo, los pocos zora que habitaban en el Lago de Hylia han buscado refugio en nuestras aguas - el rostro del Príncipe se endurece repentinamente -. Los pocos que han logrado escapar.
Un murmullo recorre el salón del trono como una ola, un murmullo de tristeza que es mitad susurro en alto y mitad grito telepático.
-Lo lamento, Príncipe... - comienzo, pero una joven zora de gesto altanero me interrumpe.
-Rey - replica la muchacha, y yo reconozco rastros del antiguo linaje real zora en su ancho cráneo y las largas aletas que brotan de sus antebrazos -. La coronación ya ha tenido lugar; él es el Rey Ralis.
El muchacho sacude la cabeza, como queriendo evitar el conflicto.
-No importa, Rutane - replica con voz serena -. Link no tenía por qué saberlo.
Está claro que Rutane es de otra opinión, pero aprieta sus regios labios y no dice nada más. Su parecido con los retratos de la ancestral princesa zora es asombroso; tal vez por eso le hayan puesto ese nombre. Sus ojos violetas de largas pestañas me someten a un severo escrutinio.
-¿Por qué has venido, Link? - pregunta Ralis, con su voz serena.
Rutane se inclina hacia él sobre el trono, y me pregunto de qué modo estarán emparentados, pues es claro que por las venas de la joven zora corre sangre real.
De repente, la voz telepática de la zora se desliza hasta mi mente.
"¿Has venido a traernos guerra o gloria, heraldo de la tristeza? Cada vez que en Hyrule se han visto esas ropas verdes, no ha sido más que para traer dolor a nuestras aguas..."
-Rutane - interrumpe Ralis, y parece ofendido -. Compórtate como debes, o tendrás que abandonar esta sala.
-Este no es lugar para alevines, Rutane - añade una anciana zora de ojos líquidos.
La muchacha aprieta los dientes, pero no dice nada más. Ralis suspira.
-Te ruego que disculpes a mi prima, Link. Por sus venas corre sangre muy, muy antigua... debes entender que las mentes de los zora no son como las del resto de hylianos. Nosotros estamos íntimamente conectados por nuestras mentes, nuestros recuerdo se remontan a siglos atrás... Rutane sabe mucho más de lo que nadie debería saber.
-Y precisamente por eso, debería saber comportarse - interrumpe la anciana zora, cojeando hasta Rutane -. Vamos, alevina lenguaraz - dice, cogiéndola del brazo.
La anciana se lleva a la joven zora de la sala, mientras ella protesta en un ininterrumpido murmullo telepático, como una letanía.
"Trae promesas y nos da sangre y muerte y devastación... salvará todo Hyrule una vez más, y una vez más el precio será demasiado alto... heraldo de la tristeza... las aguas se tiñeron de rojo y de rojo se volverán a teñir... salvará todo Hyrule una vez más, y una vez más el precio será demasiado alto..."
"Basta."
La voz mental de Ralis interrumpe la letanía de la pitonisa zora y nos libera a todos de su hechizo. Mientras que la voz del muchacho es aún aguda y suave, propia de un chico de sus años, la voz telepática de Ralis es grave y severa, cargada de la autoridad que corresponde a su cargo.
-Una vez más, te pido que disculpes a mi prima, Link. Las visiones de sus sueños la hacen vivir aterrorizada.
-¿Ella es una...? - pregunto, inseguro.
Ralis sacude la cabeza, entornando los ojos, y entiendo que el pueblo de los zora no entrega sus secretos tan fácilmente.
-Ella es Rutane, igual que mi madre fue Rutela. Solo hay una por generación, y así ha sido desde la Reina Ruto. Y eso es todo lo que necesitas saber, Héroe de Hyrule.
Yo asiento con la cabeza; no tiene sentido darle vueltas a los secretos ajenos, y está claro que Ralis no va a revelar el de su prima con tanta facilidad.
-¿Por qué acudes a nuestras aguas, Link de Ordon?
-Necesitamos parar esta guerra, todos nosotros. Aunque aún no os haya afectado, os afectará, a no ser que logremos detenerla antes - me maldigo a mí mismo interiormente. Nunca he sido muy dado a los discursos grandilocuentes, normalmente dejo que mis actos hablen por mí. Esto me resulta... confuso y difícil. Necesito decir algo que convenza a Ralis, y a todos los zora, de que vale la pena aliarse con nosotros en esta guerra... pero las palabras parecen piedras en mi garganta.
De pronto, la voz telepática de Ralis irrumpe en mi mente.
"¿Te envía Zelda?"
No, aún no he logrado ver a Zelda, pero no sé cómo transmitírselo a Ralis sin que toda la corte nos oiga. Me muerdo el labio, nervioso.
"Piensa claramente en tu respuesta, como si gritases mentalmente."
No, ni siquiera he visto a Zelda.
"¿Han tomado el castillo?"
Aún no.
"Eso significa que tenemos una oportunidad, ¿verdad?"
Al mismo tiempo, Ralis habla en alto. En mi concentración por lograr esta comunicación mental, tardo en percatarme de ello, pero el joven zora habla de cómo lo salvé cuando fue capturado por las sombras de camino a la ciudadela. Trata de recordar a todos que, a pesar de lo que su prima pueda decir, los zora están en deuda conmigo.
Me deja sin palabras. Ralis está manteniendo dos conversaciones simultáneas, y no comete errores en ninguna de las dos. Me pregunto cuán dura será la vida de un Rey, para que haya adquirido tales habilidades tan rápidamente.
Tenemos una oportunidad, pienso, palabra por palabra.
"Iremos en vuestra ayuda, pero no obligaré a nadie. Solo voluntarios, porque los zora ya han sufrido bastante como para arrastrarlos en contra de su voluntad."
Tu prima se opondrá.
"Las palabras de Rutane tienen peso en nuestro pueblo, pero no somos gentes cobardes. Muchos acudirán."
Asiento, porque sé que no puedo pedir más.
A veces desearía estar dotado de la elocuencia que tienen otros, ser capaz de hacer que la gente me siguiera sin vacilar.
La voz de Ralis se extingue, y una algarabía de voces se alza en el salón del trono. El joven Rey suspira, tamborilleando con los dedos en uno de los brazos del trono, pero sé que está relativamente satisfecho con la reacción de su pueblo.
Sin embargo, a mí no me basta. No me basta con que cuarenta soldados se unan a nosotros en la Ciudadela, ni siquiera con cien. Los necesito a todos, necesito a todos aquellos que pueda reunir.
De pronto, Rutane irrumpe en el salón del trono.
-¡Iremos! - grita, y su voz se alza sobre las demás, lírica y profunda. Agita su cabeza sin pelo, con los ojos violeta muy abiertos, como abismos profundos que podrían tragarse el mundo - Iremos con el Héroe de Hyrule, porque dividirnos supondría afrontar la extinción.
Suspiro, aliviado, pero la adivina no se detiene ahí.
-No lucharemos bajo tus órdenes, Link - me advierte, con voz torva, y sus ojos violeta brillan con el fuego oscuro del cielo nocturno -. No correremos a estrellarnos contra el cerco de la Ciudadela, no nos desecaremos entre las piedras del Castillo de Hyrule.
Estoy a punto de dejar escapar un gemido ahogado; siempre tiene que haber un "pero".
-Lucharemos en el lago de Hylia. Liberaremos Lanayru luchando allí donde somos fuertes, solo marcharemos por tierra cuando no quede más remedio... o cuando la victoria sea ya segura.
Abro la boca para decir algo, pero el clamor del salón del trono me silencia. Todos los zora están con ella, y tras pensarlo un segundo, me doy cuenta de que tiene cierta lógica. Ella les ha ofrecido la opción intermedia, y en cualquier caso, con los zora luchando por Lanayru el cerco sobre la Ciudadela deberá aflojarse.
Rutane se aparta de los suyos y se acerca a mí, dirigiéndome su mirada de acero violeta.
"No nos falles, héroe. Te he visto derrotado a los pies de una sombra. También te he visto triunfante en un halo de luz."
-¿Qué ha ocurrido entre esas dos visiones? - susurro, tratando de comprender.
Rutane ladea la cabeza con un brillo divertido en la mirada, como mi estuviera contenta por mi perspicacia.
"No lo veo todo, héroe. Mi saber es apenas un relámpago en la tormenta. Dime tú qué ha sucedido."
Sacudo la cabeza, cansado. ¿Cómo voy a decírselo yo?
-Vigila a la sombra, Rutane.
La joven zora entrecierra los ojos y me mira fijamente, sin decir ni una palabra. Asiente lentamente, solemne, y da un paso atrás, para volver con los suyos, donde su ancho cráneo destaca entre las cabezas alargadas de los suyos.
Yo me alejo de ellos, con un dolor de cabeza tremendo provocado por las continuas intromisiones de mentes zora en mi pobre cráneo hyliano.
"Te he visto derrotado a los pies de una sombra. También te he visto triunfante en un halo de luz."
Din, Nayru, Farore...
¿Qué demonios se supone que tengo que hacer con eso?

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miércoles, 2 de enero de 2013

Twilight Princess (XVIII)

Dark Link

Esta espada no vale ni para cortar hierba.
Descargo una vez más el inútil trozo de metal sobre los arreos de cuero que sujetan al caballo al carro, y por fin se rompen y el animal huye de las llamas, encabritado, entre fuertes relinchos. La maldita bestia se ha escapado muy rápido, pero estoy prácticamente seguro de que sus dueños no podrán hacer lo mismo.
Parecen una familia hyliana normal, campesinos de Latoan huyendo del pillaje y de la guerra. Otra maldita tanda de refugiados tratando de escapar, aunque puede que esta en concreto me sirva de algo. Casi con descuido, arrastro a la niña de seis años que llevo sujeta por el pelo hasta ponerla frente a su padre, que tiembla de pánico aferrando a su mujer. Sabe, tan bien como lo sé yo, que mientras tenga a la niña su esposa no se moverá, y él no se alejará de ella. Patético.
Los otros dos hijos del matrimonio, un niño y una niña tan parecidos que podrían ser gemelos, miran en todas direcciones con suspicacia, como si comprobasen que soy el único atacante, tal vez buscando vías de escape. Me gustan, al contrario que la mocosa pelirroja, que grita y se revuelve.
Esos dos niños sobrevivirán a la guerra. La niña que agarro del pelo, no.
-Eres herrero - pregunto al padre, sin ninguna entonación en la voz. 
Sé que eso los aterroriza más que cualquier amenaza, que cualquier palabra que pueda decirles. Me temen porque no saben cuál será mi siguiente movimiento. 
Bueno, me temen porque soy quien soy, y porque pueden ver que me encanta su miedo. Pero qué más da.
-Soy herrero - responde el hombre, sin dejar de temblar -. Por favor, suelta a la niña, no le hagas daño a la niña, por favor... solo tiene cinco años...
La niña chilla más alto al oír la voz de su padre, y los gemelos ponen los ojos en blanco. Yo la levanto del suelo, de tal modo que queda suspendida por el pelo; llora a gritos, se revuelve, y noto cómo mechones enteros se arrancan con el balanceo.
Cría idiota.
-Mírala bien, herrero. ¿De verdad te merece la pena salvar a este despojo inútil? 
El hombre abre y cierra la boca, confuso. No ve a dónde quiero llegar; esperaba que le pidiera algo a cambio de la mocosa. Está en terreno desconocido y eso lo paraliza, lo aterra.
Me encanta.
-Sí queremos salvarla - responde la madre con firmeza. Tiene el mismo pelo negro y enredado que sus hijos, y me mira fijamente, casi con desafío -. Claro que queremos salvarla. ¿Qué quieres a cambio?
El rubicundo herrero boquea, aterrorizado por la insolencia de su mujer. Yo simplemente sonrío.
-¿Quieres salvarla? Es una mocosa gritona, y está insoportablemente gorda. Come mucho, ¿verdad? Y me imagino que ralentiza la marcha. Además... es un estorbo continuo para sus hermanos, que son mucho más inteligentes y rápidos, ¿a que sí? - pregunto, dirigiéndome a los gemelos.
-Es mucho más joven - replica la madre, indignada, pero la niña morena deja escapar un extraño sonido, a medio camino entre una risa estrangulada y un bufido de exasperación.
-Yali es idiota - explica su hermano, clavando en mí unos ojos de un marrón muy claro -. Está gorda, no sabe hablar, se come los mocos y no sabe jugar a nada. Si la quieres, quédatela.
Yo le dedico una amplia sonrisa, satisfecho por su respuesta. La niña grita más alto, retorciéndose y pataleando, balbuceando palabras ininteligibles en un idioma que solo ella entiende.
-Es tu hermana - masculla la madre, asestando un fuerte pescozón en la cabeza del niño. El muchachito se frota la cabeza, ofendido, y entiendo que esta es una discusión que viene de lejos. Perfecto -. ¿Qué quieres por ella?
Dejo caer a la niña al suelo, porque lo cierto es que el muchacho no miente: está gorda como un lechón. Una vez ahí, la agarro por el cuello, acogotándola como a una cachorrilla.
-¿Qué me ofreces, hermosa hyliana? - pregunto, casi en un susurro, acercándome a ella - ¿Te ofreces tú misma? ¿Te consideras digna de mí? ¿O prefieres... no sé, ofrecerme a tu preciosa hija?
La niña morena me dedica una mirada indescifrable.
-Yo soy feúcha - dice de pronto -. Me lo han dicho toda mi vida, soy flaca y morena, y tengo la nariz larga y la cadera estrecha, nunca podré parir. Pero Yali es guapa, mírala, y solo es un año más joven que yo. Si Madre no te gusta, quédate con Yali. Además, es tan estúpida que no te dará problemas.
-No puedes quedarte a Madre - exclama su hermano gemelo -. Padre no sabe hacerse cargo de las cosas de la casa, necesitamos que Madre nos cuide y cocine. Y Padre es quien gana dinero. Quédate con Yali, es la que has cogido desde el principio, y además no nos sirve para nada. 
El padre asiente lentamente, y la mujer se gira hacia él, con expresión de terror.
-¿Qué estás...? - comienza a decir, pero su marido le cruza la cara de un bofetón, y la mujer cae al suelo con los ojos llenos de lágrimas y una mirada rabiosa.
-Mis hijos tiene razón - dice, apoyando las manos sobre las cabezas de los niños -. Yali no nos es de ninguna utilidad, y los gemelos a ti no te servirían; Thala no puede tener hijos, nació mal, y Thorne es un muchacho.
-¿Y si me gustasen los muchachos? - interrumpo, con una sonrisa siniestra.
El herrero se encoge de hombros.
-Con una hembra se puede hacer lo mismo que con un varón; en cambio, no se puede hacer con un varón lo que con una hembra. En ese sentido, las niñas son más... versátiles. Quédese a Yali, señor, y déjenos marchar.
La mujer se pone en pie blandiendo una daga diminuta, con las mejillas arrasadas por las lágrimas y un gesto furioso. Se lanza sobre mí gritando como una posesa.
-¡Es mi hija, maldito bastardo hijo de una ramera...!
Suelto a la cría, que se queda paralizada en el sitio, y agarro a la mujer por las muñecas, retorciéndoselas hasta que suelta la daga y deja escapar un gemido de dolor. En cambio, en su mirada sigue habiendo desafío... como en la de cierta niña espíritu de la que debo vengarme.
La suelto de un empujón.
-Quítate la camisa - digo, con la voz plana de nuevo.
-¿Qué...?
-¡Quítatela!
La mujer se desnuda de cintura para arriba, temblorosa, y se queda en pie delante de mí. Su pelirroja hija sigue llorando en el suelo, y yo aprovecho la blusa blanca de la mujer para atarle las manos y los pies. 
Es perfecto.
-Herrero - llamo, y el hombre se aparta de sus hijos, sin perder de vista a su mujer - muéstrame las espadas que queden enteras en el carromato. Luego quiero que, a la que yo elija, le hagas las modificaciones que yo te pida.
-Mi señor, aquí en mitad del camino no podemos...
-Lo harás - interrumpo - o lo siguiente que le quite a tu mujer será la falda, y luego la honra. Y luego te la follarás después de que lo haya hecho yo, y luego os follaré a tus gemelos y a ti con la espada. ¿Me he expresado con claridad?
El herrero se lanza sobre el carromato, seguido por sus extraños hijos. Hay algo en esos niños que me resulta familiar, aunque no sabría determinar el qué; también dudo que sean hijos del hombre al que llaman padre, aunque de la paternidad de Yali no se puede dudar. Tiene el mismo pelo rojo encendido.
Elijo una espada que se parece bastante a la que yo solía blandir hasta que la mocosa espíritu me la robó, y le indico las modificaciones que debe hacer para que sea perfecta para mí, aunque sé que es un pobre sustituto; mi espada jamás se mellaba, el filo jamás se embotaba.
Y ahora está en las manos de esa niña...
Respiro hondo, tratando de hacer desaparecer la rabia mientras el herrero y sus gemelos trabajan en mi espada, pero no lo consigo. Hashi me provoca un odio demasiado profundo como para desterrarlo sin más.
Así que me vuelvo hacia la madre.
-Tú no has renegado de tu hija - ronroneo, rodeando su estrecha cintura con un brazo, mientras le acaricio la mejilla con su propia daga -. Dime, ¿por qué?
-Es mi hija - masculla, temblando de miedo o de rabia, o de una mezcla de los dos.
Yo suspiro, deslizando la daga por su garganta hasta sus pechos.
-Tu hija. En cambio, esos gemelos tan inteligentes también son hijos tuyos... y no has intervenido para defender a la muchachita... ¿Thala? Extraño nombre para una niña... como si quisieras marcar una diferencia entre ella y los demás desde el momento mismo de su nacimiento.
La hyliana aprieta los dientes.
-Thala y Thorne. Gemelos, con ese pelo tan negro... se parecen muchísimo a ti, ¿verdad? Y no tienen nada que ver con su padre... casi como si fueran solo tuyos, ¿verdad, mujer? 
Ella tiembla, con el desafío desaparecido de sus facciones. Yo comienzo a dibujar una filigrana de sangre en sus pechos, deslizando la daga de tal modo que las cicatrices le duren toda la vida, como recuerdo de este momento.
-¿De quién son hijos los muchachos? ¿Tu abuelo, tal vez tu padre...?
-Mi hermano - murmura ella, entre espasmos de dolor -. Basta, por favor, basta...
Yo aparto la daga de sus pechos, adornados ahora con una delicada guirnalda de heridas sanguinolentas.
-Por eso los odias, ¿verdad? Son como tu hermano, egoístas, brutales, buscando solo su propio placer... por eso prefieres a Yali, aunque sea obviamente retrasada.
Ella asiente apretando las mandíbulas, llorando a lágrima viva. Yo sigo susurrando en su oído, con una intimidad casi propia de amantes, para que el resto de su familia no lo oiga.
-Guardaré tu pequeño secretito, querida... si reniegas de Yali tú también. Entrégame a Yali, y esto permanecerá entre nosotros. De lo contrario... bueno, puedo escribir ciertas cosas con la daga en tu cara, de tal modo que nunca más puedas salir de casa sin que todos sepan la clase de puta que eres. La clase de puta que se deja follar por su hermano.
La mujer ahoga un sollozo, sus hombros se estremecen con el llanto. No responde, no dice ni una palabra, solo llora.
-Sí - susurra, al fin -. Quédatela. No le digas nada a nadie.
Perfecto.
-Muy bien, querida, muy bien - susurro, abrazándola con fuerza, tratando de que las heridas de su pecho se reabran contra mi ropa. Solo por gusto, le beso y lamo la oreja, solo por sentirla estremecerse de miedo y repugnancia -. Muy bien. Yali y yo vamos a pasarlo de maravilla.
La mantengo pegada a mí al menos media hora más, lo que tardan su marido y sus hijos bastardos en acabar la espada.
-Aquí tenéis, mi señor. Por favor, liberad a mi esposa.
Suelto a la mujer, empujándola hacia su familia. Una familia que podría haber sido normal de no haber empujado yo las grietas que la atravesaban. 
Ahora, de esa familia solo quedan escombros.
-¿Puedo quedarme a la niña, pues?
-Claro - dicen los gemelos, con una sonrisa perversa, exultantes de pura felicidad.
-Ese era el trato - confirma el padre, asintiendo con gesto grave, aunque puedo leer la angustia en el fondo de sus ojos.
La madre solo asiente, temblorosa. Yo sonrío.
-No te he oído, querida - comento, como si tal cosa, inclinándome para levantar a la niña del pelo una última vez.
-Sí - susurra la madre, con la voz rota por un sollozo.
-¿Sí qué?
-Sí, puedes quedarte a Yali - dice en voz alta y clara, antes de romper a llorar -. Llévate a Yali, pero déjanos ir, llévatela ya, por favor...
Les dedico mi sonrisa más siniestra antes de arrojar a la niña a sus pies.
-Podéis quedárosla - les aclaro, ante sus gestos de incredulidad. Envaino con mimo la espada que el herrero ha modificado para mí, satisfecho con el resultado, aunque no es ni de lejos tan perfecta como mi propia espada -. Lleváosla, ¿quién demonios querría a una mocosa retrasada?
Me doy la vuelta riéndome a carcajadas, dejando a la familia del herrero envuelta en su estupor y en su pena. Mientras me alejo casi puedo oír su rabia bullendo en el silencio, su odio y su miedo, el asco que sienten unos miembros de la familia por los otros.
Y de pronto, una voz aguda y clara que no he oído antes se alza en el camino.
-Os odio.
La declaración de la pequeña Yali me hace estallar en risas de alegría. El llanto de la madre y los gritos de los gemelos no tardan en mezclarse en el aire, y yo me alejo de la escena, feliz, exultante, satisfecho con el juego y con el placer que he obtenido de él.
La espada no es perfecta, pero sin duda me servirá hasta que llegue al Bosque de Farone, hasta la Arboleda Sagrada. 
Y entonces robaré la espada de Link, mataré a Hashi, a Link, a Zelda y a Midna con ella y nada ni nadie podrá detenerme.

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