miércoles, 2 de enero de 2013

Twilight Princess (XVIII)

Dark Link

Esta espada no vale ni para cortar hierba.
Descargo una vez más el inútil trozo de metal sobre los arreos de cuero que sujetan al caballo al carro, y por fin se rompen y el animal huye de las llamas, encabritado, entre fuertes relinchos. La maldita bestia se ha escapado muy rápido, pero estoy prácticamente seguro de que sus dueños no podrán hacer lo mismo.
Parecen una familia hyliana normal, campesinos de Latoan huyendo del pillaje y de la guerra. Otra maldita tanda de refugiados tratando de escapar, aunque puede que esta en concreto me sirva de algo. Casi con descuido, arrastro a la niña de seis años que llevo sujeta por el pelo hasta ponerla frente a su padre, que tiembla de pánico aferrando a su mujer. Sabe, tan bien como lo sé yo, que mientras tenga a la niña su esposa no se moverá, y él no se alejará de ella. Patético.
Los otros dos hijos del matrimonio, un niño y una niña tan parecidos que podrían ser gemelos, miran en todas direcciones con suspicacia, como si comprobasen que soy el único atacante, tal vez buscando vías de escape. Me gustan, al contrario que la mocosa pelirroja, que grita y se revuelve.
Esos dos niños sobrevivirán a la guerra. La niña que agarro del pelo, no.
-Eres herrero - pregunto al padre, sin ninguna entonación en la voz. 
Sé que eso los aterroriza más que cualquier amenaza, que cualquier palabra que pueda decirles. Me temen porque no saben cuál será mi siguiente movimiento. 
Bueno, me temen porque soy quien soy, y porque pueden ver que me encanta su miedo. Pero qué más da.
-Soy herrero - responde el hombre, sin dejar de temblar -. Por favor, suelta a la niña, no le hagas daño a la niña, por favor... solo tiene cinco años...
La niña chilla más alto al oír la voz de su padre, y los gemelos ponen los ojos en blanco. Yo la levanto del suelo, de tal modo que queda suspendida por el pelo; llora a gritos, se revuelve, y noto cómo mechones enteros se arrancan con el balanceo.
Cría idiota.
-Mírala bien, herrero. ¿De verdad te merece la pena salvar a este despojo inútil? 
El hombre abre y cierra la boca, confuso. No ve a dónde quiero llegar; esperaba que le pidiera algo a cambio de la mocosa. Está en terreno desconocido y eso lo paraliza, lo aterra.
Me encanta.
-Sí queremos salvarla - responde la madre con firmeza. Tiene el mismo pelo negro y enredado que sus hijos, y me mira fijamente, casi con desafío -. Claro que queremos salvarla. ¿Qué quieres a cambio?
El rubicundo herrero boquea, aterrorizado por la insolencia de su mujer. Yo simplemente sonrío.
-¿Quieres salvarla? Es una mocosa gritona, y está insoportablemente gorda. Come mucho, ¿verdad? Y me imagino que ralentiza la marcha. Además... es un estorbo continuo para sus hermanos, que son mucho más inteligentes y rápidos, ¿a que sí? - pregunto, dirigiéndome a los gemelos.
-Es mucho más joven - replica la madre, indignada, pero la niña morena deja escapar un extraño sonido, a medio camino entre una risa estrangulada y un bufido de exasperación.
-Yali es idiota - explica su hermano, clavando en mí unos ojos de un marrón muy claro -. Está gorda, no sabe hablar, se come los mocos y no sabe jugar a nada. Si la quieres, quédatela.
Yo le dedico una amplia sonrisa, satisfecho por su respuesta. La niña grita más alto, retorciéndose y pataleando, balbuceando palabras ininteligibles en un idioma que solo ella entiende.
-Es tu hermana - masculla la madre, asestando un fuerte pescozón en la cabeza del niño. El muchachito se frota la cabeza, ofendido, y entiendo que esta es una discusión que viene de lejos. Perfecto -. ¿Qué quieres por ella?
Dejo caer a la niña al suelo, porque lo cierto es que el muchacho no miente: está gorda como un lechón. Una vez ahí, la agarro por el cuello, acogotándola como a una cachorrilla.
-¿Qué me ofreces, hermosa hyliana? - pregunto, casi en un susurro, acercándome a ella - ¿Te ofreces tú misma? ¿Te consideras digna de mí? ¿O prefieres... no sé, ofrecerme a tu preciosa hija?
La niña morena me dedica una mirada indescifrable.
-Yo soy feúcha - dice de pronto -. Me lo han dicho toda mi vida, soy flaca y morena, y tengo la nariz larga y la cadera estrecha, nunca podré parir. Pero Yali es guapa, mírala, y solo es un año más joven que yo. Si Madre no te gusta, quédate con Yali. Además, es tan estúpida que no te dará problemas.
-No puedes quedarte a Madre - exclama su hermano gemelo -. Padre no sabe hacerse cargo de las cosas de la casa, necesitamos que Madre nos cuide y cocine. Y Padre es quien gana dinero. Quédate con Yali, es la que has cogido desde el principio, y además no nos sirve para nada. 
El padre asiente lentamente, y la mujer se gira hacia él, con expresión de terror.
-¿Qué estás...? - comienza a decir, pero su marido le cruza la cara de un bofetón, y la mujer cae al suelo con los ojos llenos de lágrimas y una mirada rabiosa.
-Mis hijos tiene razón - dice, apoyando las manos sobre las cabezas de los niños -. Yali no nos es de ninguna utilidad, y los gemelos a ti no te servirían; Thala no puede tener hijos, nació mal, y Thorne es un muchacho.
-¿Y si me gustasen los muchachos? - interrumpo, con una sonrisa siniestra.
El herrero se encoge de hombros.
-Con una hembra se puede hacer lo mismo que con un varón; en cambio, no se puede hacer con un varón lo que con una hembra. En ese sentido, las niñas son más... versátiles. Quédese a Yali, señor, y déjenos marchar.
La mujer se pone en pie blandiendo una daga diminuta, con las mejillas arrasadas por las lágrimas y un gesto furioso. Se lanza sobre mí gritando como una posesa.
-¡Es mi hija, maldito bastardo hijo de una ramera...!
Suelto a la cría, que se queda paralizada en el sitio, y agarro a la mujer por las muñecas, retorciéndoselas hasta que suelta la daga y deja escapar un gemido de dolor. En cambio, en su mirada sigue habiendo desafío... como en la de cierta niña espíritu de la que debo vengarme.
La suelto de un empujón.
-Quítate la camisa - digo, con la voz plana de nuevo.
-¿Qué...?
-¡Quítatela!
La mujer se desnuda de cintura para arriba, temblorosa, y se queda en pie delante de mí. Su pelirroja hija sigue llorando en el suelo, y yo aprovecho la blusa blanca de la mujer para atarle las manos y los pies. 
Es perfecto.
-Herrero - llamo, y el hombre se aparta de sus hijos, sin perder de vista a su mujer - muéstrame las espadas que queden enteras en el carromato. Luego quiero que, a la que yo elija, le hagas las modificaciones que yo te pida.
-Mi señor, aquí en mitad del camino no podemos...
-Lo harás - interrumpo - o lo siguiente que le quite a tu mujer será la falda, y luego la honra. Y luego te la follarás después de que lo haya hecho yo, y luego os follaré a tus gemelos y a ti con la espada. ¿Me he expresado con claridad?
El herrero se lanza sobre el carromato, seguido por sus extraños hijos. Hay algo en esos niños que me resulta familiar, aunque no sabría determinar el qué; también dudo que sean hijos del hombre al que llaman padre, aunque de la paternidad de Yali no se puede dudar. Tiene el mismo pelo rojo encendido.
Elijo una espada que se parece bastante a la que yo solía blandir hasta que la mocosa espíritu me la robó, y le indico las modificaciones que debe hacer para que sea perfecta para mí, aunque sé que es un pobre sustituto; mi espada jamás se mellaba, el filo jamás se embotaba.
Y ahora está en las manos de esa niña...
Respiro hondo, tratando de hacer desaparecer la rabia mientras el herrero y sus gemelos trabajan en mi espada, pero no lo consigo. Hashi me provoca un odio demasiado profundo como para desterrarlo sin más.
Así que me vuelvo hacia la madre.
-Tú no has renegado de tu hija - ronroneo, rodeando su estrecha cintura con un brazo, mientras le acaricio la mejilla con su propia daga -. Dime, ¿por qué?
-Es mi hija - masculla, temblando de miedo o de rabia, o de una mezcla de los dos.
Yo suspiro, deslizando la daga por su garganta hasta sus pechos.
-Tu hija. En cambio, esos gemelos tan inteligentes también son hijos tuyos... y no has intervenido para defender a la muchachita... ¿Thala? Extraño nombre para una niña... como si quisieras marcar una diferencia entre ella y los demás desde el momento mismo de su nacimiento.
La hyliana aprieta los dientes.
-Thala y Thorne. Gemelos, con ese pelo tan negro... se parecen muchísimo a ti, ¿verdad? Y no tienen nada que ver con su padre... casi como si fueran solo tuyos, ¿verdad, mujer? 
Ella tiembla, con el desafío desaparecido de sus facciones. Yo comienzo a dibujar una filigrana de sangre en sus pechos, deslizando la daga de tal modo que las cicatrices le duren toda la vida, como recuerdo de este momento.
-¿De quién son hijos los muchachos? ¿Tu abuelo, tal vez tu padre...?
-Mi hermano - murmura ella, entre espasmos de dolor -. Basta, por favor, basta...
Yo aparto la daga de sus pechos, adornados ahora con una delicada guirnalda de heridas sanguinolentas.
-Por eso los odias, ¿verdad? Son como tu hermano, egoístas, brutales, buscando solo su propio placer... por eso prefieres a Yali, aunque sea obviamente retrasada.
Ella asiente apretando las mandíbulas, llorando a lágrima viva. Yo sigo susurrando en su oído, con una intimidad casi propia de amantes, para que el resto de su familia no lo oiga.
-Guardaré tu pequeño secretito, querida... si reniegas de Yali tú también. Entrégame a Yali, y esto permanecerá entre nosotros. De lo contrario... bueno, puedo escribir ciertas cosas con la daga en tu cara, de tal modo que nunca más puedas salir de casa sin que todos sepan la clase de puta que eres. La clase de puta que se deja follar por su hermano.
La mujer ahoga un sollozo, sus hombros se estremecen con el llanto. No responde, no dice ni una palabra, solo llora.
-Sí - susurra, al fin -. Quédatela. No le digas nada a nadie.
Perfecto.
-Muy bien, querida, muy bien - susurro, abrazándola con fuerza, tratando de que las heridas de su pecho se reabran contra mi ropa. Solo por gusto, le beso y lamo la oreja, solo por sentirla estremecerse de miedo y repugnancia -. Muy bien. Yali y yo vamos a pasarlo de maravilla.
La mantengo pegada a mí al menos media hora más, lo que tardan su marido y sus hijos bastardos en acabar la espada.
-Aquí tenéis, mi señor. Por favor, liberad a mi esposa.
Suelto a la mujer, empujándola hacia su familia. Una familia que podría haber sido normal de no haber empujado yo las grietas que la atravesaban. 
Ahora, de esa familia solo quedan escombros.
-¿Puedo quedarme a la niña, pues?
-Claro - dicen los gemelos, con una sonrisa perversa, exultantes de pura felicidad.
-Ese era el trato - confirma el padre, asintiendo con gesto grave, aunque puedo leer la angustia en el fondo de sus ojos.
La madre solo asiente, temblorosa. Yo sonrío.
-No te he oído, querida - comento, como si tal cosa, inclinándome para levantar a la niña del pelo una última vez.
-Sí - susurra la madre, con la voz rota por un sollozo.
-¿Sí qué?
-Sí, puedes quedarte a Yali - dice en voz alta y clara, antes de romper a llorar -. Llévate a Yali, pero déjanos ir, llévatela ya, por favor...
Les dedico mi sonrisa más siniestra antes de arrojar a la niña a sus pies.
-Podéis quedárosla - les aclaro, ante sus gestos de incredulidad. Envaino con mimo la espada que el herrero ha modificado para mí, satisfecho con el resultado, aunque no es ni de lejos tan perfecta como mi propia espada -. Lleváosla, ¿quién demonios querría a una mocosa retrasada?
Me doy la vuelta riéndome a carcajadas, dejando a la familia del herrero envuelta en su estupor y en su pena. Mientras me alejo casi puedo oír su rabia bullendo en el silencio, su odio y su miedo, el asco que sienten unos miembros de la familia por los otros.
Y de pronto, una voz aguda y clara que no he oído antes se alza en el camino.
-Os odio.
La declaración de la pequeña Yali me hace estallar en risas de alegría. El llanto de la madre y los gritos de los gemelos no tardan en mezclarse en el aire, y yo me alejo de la escena, feliz, exultante, satisfecho con el juego y con el placer que he obtenido de él.
La espada no es perfecta, pero sin duda me servirá hasta que llegue al Bosque de Farone, hasta la Arboleda Sagrada. 
Y entonces robaré la espada de Link, mataré a Hashi, a Link, a Zelda y a Midna con ella y nada ni nadie podrá detenerme.

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