lunes, 31 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XVII)

(Feliz Año Nuevo :3)

Midna

Hyrule es precioso.
Estoy orgullosa, condenadamente orgullosa, de la belleza mortecina del Crepúsculo. Para mi jamás habrá nada más hermoso que nuestro cielo cambiante, como cobre fundido ondulando a la luz del sol. Nuestros edificios afiligranados y destellantes, flotando en la nada. Nunca veré nada más bello que mi hogar, sencillamente porque no lo hay.
Sin embargo, he de reconocer la profunda belleza que emana de Hyrule. Entiendo en cierto modo la melancolía de Link mientras estaba en mi reino. Sus ojos... esa añoranza por la luz. Hyrule es luz pura, destila luz, y mi... no sé si aún es mi prometido... Link amaba la luz. Link está hecho de luz, no del mismo modo que Hashi, pero ambos son especiales para las diosas. Link es su elegido. El Héroe de Hyrule, el elegido de las diosas, tan bueno, tan noble, tan bondadoso... tan perfecto que al principio simplemente lo rechacé de plano, odiando todo lo que no entendía, detestando todo lo que me parecía ridículamente noble. No pude evitarlo.
Al fin y al cabo, estoy hecha de sombras.
No puedo negar mi naturaleza, por mucho que me esfuerce. Siempre habrá algo, algo que no tiene que ser necesariamente malo, porque al fin y al cabo, ¿quién decide qué es malo y qué es bueno? No tengo tan claro que las cosas puedan clasificarse en bien y mal sin más.
A veces dudo.
A veces no puedo evitar recordar los viejos dichos que oí de niña en la corte, cuando mi madre hablaba de casarme y de encontrar al varón adecuado, y mis doncellas hablaban del caballero ideal. Decían que los opuestos se atraen, que el twili con el que me emparejase debía ser exactamente lo contrario de lo que yo soy. También hablaban del ave blanca y el ave negra, que pelean entre sí antes de darse cuenta de que en realidad deben ser una misma criatura.
Cuando recuerdo esas historias...
Link es pura luz. Yo estoy hecha de sombras.
Eso siempre ha estado claro, nunca he tenido dudas al respecto. Su luz me hace feliz, y nunca renegaré de lo que soy.
Pero Link es un héroe, el bien en sí mismo. Y si somos el uno para el otro, opuestos exactos, eso significa que yo...
-No tienes catorce años, Midna - mascullo para mí misma, enfadada -. Céntrate.
Palmeo suavemente el cuello de mi ave. Estas criaturas, para nosotros tan habituales como para los hylianos lo son los caballos, son fieles amigos y valientes compañeros. Su aspecto puede resultar aterrador para los habitantes de Hyrule, porque donde un pájaro (que es a la criatura que más se parecen) tendría la cabeza, nuestras aves tienen simplemente una boca circular, abierta como el cáliz de una flor. Por ella respiran y comen, como cualquier criatura de este mundo de luz, pero la ausencia de ojos y cráneo resulta extraña y desagradable a los habitantes de este mundo. Nuestras aves no necesitan ojos, pues en las zonas más alejadas de los pequeños Taiyos, no hay ninguna luz, y es de allí de donde vienen; ellas se guían por el sónar, y por lo tanto, podemos viajar por Hyrule a cualquier hora del día.
Mi ave chasquea la cola, que restalla con un sonido seco. Está empezando a cansarse, cada vez planea más y mueve menos las alas. La luz continua de Hyrule lo debilita, acostumbrado como está al suave resplandor de los Taiyos, y he de reconocer que yo misma estoy algo cansada. Temo haber cometido una imprudencia al venir aquí... pero quedarme en el Crepúsculo no era una opción.
Además, Link está en este mundo.
El Castillo de Hyrule ya se perfila en el horizonte, rodeado por todas partes por tropas de boblins, moblins... y twili.
El dolor que siento al ver a mi pueblo arrastrado a otra guerra, de nuevo engañado, de nuevo en peligro de ser masacrado, es casi más de lo que puedo soportar. Apenas puedo describirlo, ni siquiera para mí misma; es difícil de entender. Ni siquiera sé si los habitantes de Hyrule lo entenderían; para ellos la monarquía es hereditaria, un beneficio que disfrutar. Cierto que Zelda asume su papel con completa responsabilidad, y que ese peso y la sabiduría con la que ella nació marcada la han hecho distante, casi fría.
Pero en mi hogar las cosas son distintas. Nuestro Rey, o nuestra Princesa, es elegido por los gobernantes anteriores, que seleccionan al que consideran que puede servir mejor a su pueblo, defender mejor sus intereses. Entre nosotros el monarca no es el más importante, si no el que está dispuesto a sacrificarse más por nosotros.
Aunque eso implique acabar con otras razas, con otros mundos.
Aprieto los dientes, furiosa, y clavo los talones en los flancos de mi ave, que chasquea la cola en respuesta, irritada. A pesar de todo, no logro alejar de mí el funesto pensamiento de que tal vez no soy tan buena Princesa como creo, que tal vez la luz de Link me ha cegado y que en realidad, lo mejor para los twili es conquistar Hyrule y pasar por la espada a todos sus habitantes. Una vez más me repito que las bajas serían demasiado elevadas, que las diosas intervendrían en el caso de que llevásemos a cabo una tarea tan atroz. Me repito que la luz de Hyrule nos debilita y que no podemos vivir bajo ella, que no tiene sentido conquistar un mundo y morir por un mundo que en realidad no nos aporta nada.
Todo con tal de no pensar que simplemente soy una cobarde que teme enfrentarse a su amante en una guerra abierta.
Amante que, por cierto, me ha dejado tirada para correr detrás de una muchacha más joven y bonita... y de su misma raza.
Hashi. Maldita Hashi y maldita la hora en la que llegó y decidió quedarse, con su sonrisas idiotas, su continua inocencia y sus maneras fingidas de niña pequeña. He visto muchas twili así, hembras que tratan de ganarse la atención de los varones con un comportamiento estúpido, haciéndolos sentir protectores y fuertes. Siempre creí que Link estaba por encima de eso.
Pero aquí estoy yo, sola y acudiendo desesperada en ayuda de la Princesa de Hyrule, aunque voy más en calidad de mendiga que de refuerzos. Una mendiga ilusa que creyó que realmente tenía una oportunidad para vivir una historia de amor de cuento, y que ahora va con un montón de trocitos de su corazón apretados en un puño a suplicar a una Princesa extrajera que le devuelva una chispa de dignidad.
-Idiota.
A pesar de todo, me las apaño para no llorar. Llevo haciéndolo desde el mismo instante en el que Link me dejó sola en esa habitación, agotada hasta el límite de mis fuerzas, para correr detrás de Hashi. "Hermanita pequeña". Una niña a la que conoce de apenas dos semanas, y que pone por encima de mí.
Y aún así me pregunta por qué dudo.
Link... desde el instante en que vi sus ojos, profundos e insondables como el cielo mismo, de ese color vibrante que podría brillar en la oscuridad... incluso siendo un lobo, incluso mudo y aterrado... desde el momento que cruzó su mirada con la mía, yo ya estaba perdida. Había mucho valor en esa mirada, mucha fuerza incluso a pesar de las dudas. Algo en esa mirada me dio esperanza... aunque fuera la ruin esperanza de utilizar ese coraje para mis propios fines.
Más tarde, aprendí a respetarlo, y luego...
Mi ave se deja caer en picado, y yo salgo de mi embrollo de pensamientos para centrarme en la realidad.
Y la realidad es mucho más desagradable de lo que esperaba.
Los twili, moblins y boblins me disparan flechas, lanzas y todo lo que tienen a mano que pueda dañarme... y también lo hacen los sitiados. Los soldados de Zelda, tanto humanos como hylianos, nos disparan. Mi pobre ave se ve obligado a girar, a ascender y descender a velocidades imposibles, y todo ello estando al límite de sus fuerzas. Me siento profundamente agradecida, pero su respiración empieza a ser demasiado entrecortada, y su vuelo demasiado irregular.
-Ánimo, pequeño. Solo hasta la torre del homenaje, aguanta - susurro, mientras le palmeo el cuello.
Después, me retraigo al interior de mi mente, concentrándome, buscando el origen de mi energía, el poder que nutre a todos los habitantes del Crepúsculo, que corre por nuestras venas tan natural como la sangre. Sé que cuando me sumerjo en él mis marcas brillan con una intensidad casi desmesurada, y lo agradezco, pues confío en que Zelda me reconozca por ellas.
Abro los ojos.
El poder nos rodea a ambos, a mi ave y a mí, protegiéndonos en una esfera de luz broncínea que detiene las flechas. Noto como me consume energía a una velocidad alta, aunque soportable; palmeo el cuello de mi ave una vez más, instándolo a que se dé prisa. Él me responde con un graznido estrangulado, antes de batir las alas con más fuerza por última vez. Se lanza en picado a la torre, y se deja caer sin fuerza sobre el suelo.
El impacto de la caída me saca el aire de los pulmones y me hace volar por encima de la cabeza del ave, que emite gemidos agotados mientras mueve débilmente la cola.
Los soldados de la Princesa nos rodean, amenazándonos con sus largas lanzas, sin saber aún si ensartarnos o no. Trato de ponerme en pie, pero el agotamiento me frena, y apenas puedo incorporarme un poco.
-Soy la Princesa del Crepúsculo - mascullo, renunciando a mi dignidad -, decidle a la Princesa Zelda que solicito una audiencia.
Uno de los guardias por fin se atreve a acercarse y me agarra por el brazo, poniéndome en pie. Los demás, al ver que no estalla en llamas, se acercan con aire triunfante y me sujetan también.
-Una audiencia - repito, subrayando las palabras -. Y que sea rápido.

Zelda.
Zelda, la del rostro solemne y los ojos profundos, el gesto pensativo, como si en realidad estuviera ausente. La belleza serena que parece propia de una estatua, las largas manos enguantadas, el vestido violeta y blanco. La corona de hojas metálicas, doradas y sujetando un zafiro que hace juego con sus ojos. Zelda, la de las manos blancas enguantadas, las hombreras metálicas y las bellas trenzas de cabello castaño, el rostro afilado en forma de corazón, el cuello largo y delicado.
Esta hyliana, esta mezcla entre guerrera y doncella, esta hermosa princesa que una vez me salvó la vida.
No, princesa no... dicen que ya es Reina.
La admiro, y he de reconocerlo, al menos para mí misma. Su sabiduría impropia de sus años, su valor, la capacidad de sacrificio que me hace pensar en ella casi al nivel de una monarca twili.
-Midna - me saluda, y su sonrisa serena es como un bálsamo después de todas las heridas sufridas en los últimos días -, me gustaría decir que me alegro de verte, pero las circunstancias me lo impiden... aún así, bienvenida.
-El sentimiento es mutuo, Zelda, y agradezco profundamente tu hospitalidad - respondo, con una suave inclinación.
Ella sonríe más ampliamente.
-Tal vez tú puedas explicarnos por qué los twili se han alzado en armas contra Hyrule, cuando no hemos incurrido en ninguna provocación previa - su voz serena resuena en el salón, calmando a todos los presentes.  Habla como toda una reina, aunque temo que no le gusta revolver tanto las cosas que podría decir con más sinceridad en menos palabras.
En eso, me recuerda a Link.
-La locura de Zant sigue presente entre nosotros, corrompiendo los corazones de los twili - aprieto los dientes, aunque sé que eso hará que mis afilados colmillos se marquen contra mis labios, cosa que los habitantes de Hyrule encuentran desagradable -. Lo siento, Zelda, es culpa mía. No supe ver hasta qué punto las palabras de Zant habían distorsionado la visión de los míos... ahora siguen al Maestro Zeinan, el que era mi Consejero principal, y no atienden a más razones que las suyas.
Zelda asiente con gravedad, cerrando suavemente los ojos con un gesto de leve dolor.
-¿Por qué acudes a nosotros, Midna?
Por un segundo, le reprocho que me someta a esta humillación, porque ella ya sabe perfectamente que por segunda vez que he sido destronada, que me he visto obligada a renunciar al trono que es mío por derecho. Pero sé que no tiene otra alternativa, que todos sus guerreros deben oírme decir estas palabras.
-La rebelión ha acabado con mi gobierno en el Crepúsculo. Confío en poder redimir mis fallos poniéndome a tu servicio, Zelda, para defender Hyrule del ataque de los míos.
Zelda asiente delicadamente, con una radiante sonrisa.
-Te lo agradezco de corazón, Midna, y estoy segura de que el Rey Ralis estará de acuerdo conmigo cuando logremos ponernos en contacto con él. Necesitaremos toda la ayuda posible, pues estamos casi solos en esta guerra.
Sus últimas palabras caen sobre mí con la fuerza de una losa.
-¿No has sabido nada de Link? - pregunto, sin poder contenerme. ¿No ha llegado hasta aquí? Ha tenido tiempo de sobra para salvar a Hashi... y sé que acudiría en ayuda de Zelda.
¿Qué le ha ocurrido?
El rostro de Zelda se ensombrece al oír mi pregunta. Niega con la cabeza, con cierta brusquedad, como si confiase que yo trajera noticias del Héroe de Hyrule, de aquel a quien todos esperan.
Y entiendo que no ha venido, que no va a venir aunque todos conservan aún la esperanza.
La tristeza en el rostro de Zelda, el agotamiento que flota en la habitación. Mi propio dolor por su pérdida.
"¿Dónde estás?"
Todo es demasiado. De repente, me percato de que mi corazón no está mucho menos roto, si no que está muy entero.
Lo sé porque sigue latiendo.
Cada maldito latido de mi corazón me duele. Cada latido que no recibe respuesta de aquel a quien desea, cada latido que me demuestra que sigo viva sin él. La Reina de Hyrule hace un gesto, y los guerreros, las doncellas y todos los plebeyos que han venido a la corte a escuchar mis palabras comienzan a salir de la sala, y Zelda se acerca rápidamente a mí, tal vez previendo mi flaqueza.
Cierro los ojos y por un segundo, me fundo con el dolor. Por un segundo me permito compadecerme de mí misma y de mis ilusiones; por un segundo me permito recrearme en la tristeza y ahondar en mis emociones hasta darme cuenta de que amo lo suficientemente a Link como para desear que esté vivo y a salvo en cualquier parte, lejos de aquí. Con Hashi o con quien sea, pero vivo y feliz. Por un segundo me permito sentir el agridulce dolor de imaginar que en realidad no ha venido porque está con ella en otra dimensión, aunque en lo más profundo de mi ser sé de sobra que jamás nos traicionaría así.
Por un segundo, me permito dejar de ser una Princesa del Crepúsculo.
Por un segundo soy solo una twili de apenas veintiún años, con el corazón destrozado y sobrepasada por los acontecimientos.
Al segundo siguiente, mi mirada rojiza se traba y se enfrenta con los ojos de aguamarina de Zelda. La Reina de Hyrule ladea suavemente la cabeza en una muda pregunta, y yo asiento, sacando fuerzas de flaqueza.
Estoy bien y pueden contar conmigo.
Yo no soy ninguna niña.

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sábado, 29 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XVI)

Link

Kakariko es la desolación misma.
El pequeño pueblo enclavado entre los riscos está devastado, todas las casas han sido quemadas. La guerra ha pasado por aquí y ha dejado su temible huella. Los habitantes de Kakariko han abandonado el pueblo, se esconden en la Montaña de la Muerte; seguramente hayan buscado asilo con los goron.
A pesar de todo, exploro minuciosamente los restos que el ejército twili ha dejado a su paso, buscando algún rastro de vida, o algún amigo que no haya logrado escapar. Por suerte, no encuentro nada; los habitantes de Kakariko lograron huir a tiempo... o tal vez se llevaron a sus muertos consigo, pero eso no quiero pensarlo, no puedo pensarlo.
Más por desesperación que por otra cosa, me acerco al manantial del espíritu a lavarme y a curar la herida de mi costado. Pero todo se me olvida cuando veo un puñado de cabellos negros como el carbón flotando en la fuente, como algas enredadas.
-Hashi - susurro. 
Miro a mi alrededor, buscando alguna pista que me lleve hasta la niña espíritu, pero no hay ningún rastro reconocible. Salgo del manantial, desolado, preguntándome qué demonios le han hecho a Hashi, si he dejado a Midna sola para encontrarme con que mi amiga ya está muerta. Camino hacia el pueblo, pensando si volver al Crepúsculo con Midna, si ir a la Ciudadela a ofrecer mi ayuda a la Princesa Zelda para defender Hyrule de esta invasión, cuando veo una serie de gotas perfectamente circulares, de un color marrón oxidado. Un color que conozco bien, pues he debido limpiarlo de mis ropas verdes demasiadas veces.
Sangre.
Es muy poca sangre para ser de alguien que ha muerto desangrado, o de una persona herida gravemente. Pero tal vez no sea tan poca sangre para alguien que ha estado al límite de la muerte por desangramiento. Aferrándome a esa esperanza, sigo el tenue rastro de sangre a través del Cementerio, hasta la entrada de la tumba del rey zora... que está bloqueada por un inmenso montón de piedras.
¿Estará Hashi encerrada ahí dentro? ¿Quién la encerraría, y por qué? Retiro la primera de las rocas, dudando, sin atreverme a ilusionarme. Tardo apenas unos minutos en retirarlas todas, y poco más en gatear hasta el interior de la cueva.
-Tú.
La voz está tan cargada de odio que me estremezco inconscientemente. Hay algo terriblemente familiar en esa voz, algo atrapado entre los matices helados de una voz que suena como un espejo al romperse. Aguzo la vista; al otro lado del pequeño lago interior, hay una figura oscura que me mira fijamente. Mis ojos tardan aún unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad, pero cuando lo hacen, tengo que tomarme unos segundos para dejar de dudar si lo que estoy viendo es real.
Myrho no me dijo más porque no hay forma de explicarlo. Lo que hay al otro lado del estanque es, sin lugar a dudas, él, esa criatura que aterrorizaba al paje twili más que nada en el mundo. El engendro que me ha arrebatado a Hashi, que la ha apartado de mi lado.
-¿Dónde está Hashi?
La criatura al otro lado del lago deja escapar una carcajada rota, burlona.
-¿Ni siquiera me vas a preguntar quién soy, pequeño idiota? ¿Hashi y eso es todo?
Aprieto los puños, los antebrazos temblándome. No quiero saber qué es, no quiero saber de dónde ha salido. Es como mirarme en un espejo cruel y deformado, como ver mi reflejo en el agua negra de un estanque podrido. Esa criatura, esa aberración que me mira con los ojos destellando de odio no debería existir. No quiero saber quién cree ser.
-¿Dónde está Hashi?
-Se ha marchado - escupe, con una mueca de odio deformando sus blancas facciones -. Se ha largado. Me dejó herido, con una botella de poción roja, pero el sacerdote hijo de puta se la llevó y ordenó que tapiaran la entrada antes de irse...
-Hizo bien - le interrumpo, dándome la vuelta para irme.
-¡Espera! - grita, y es como escuchar un glaciar quebrarse; me paraliza del mismo modo - ¿Vas a marcharte?
Me encojo de hombros, sin volverme.
-¿Prefieres que te mate? Me muero de ganas.
-Me ahorrarías sufrimiento, así que no te diré que no - replica, con la voz cargada de sarcasmo -. Pero tu mocosa me dejó con vida, y con posibilidad de curarme. Hashi me quería vivo. Piensa en ello, héroe - la última palabra suena como un insulto en sus labios.
-Hashi tiene catorce años.
-Bravo, muchachote, le sacamos cinco, qué mayores somos - replica, burlón -. Por cierto, Hashi tiene exactamente tu misma edad. Podemos decir que es mayor, la crearon cuando te engendraron.
Me vuelvo lentamente, helado. ¿Qué sabe él de Hashi? ¿Qué sabe él de mí?
-¿Cómo sabes eso?
La sonrisa de mi siniestro doble es sardónica y cruel.
-Lo sé. Yo nunca miento, Link. Al fin y al cabo, soy tú, ¿verdad? Y tú no mientes. Se puede hacer mucho más daño con una verdad inesperada que con mil mentiras.
-No eres yo - susurró, apretando los dientes -. Aléjate de Hashi, bastardo. Me da igual lo que creas saber de nosotros, de ella o de mí. No eres nada ni nadie, y te mataría ahora mismo de no ser porque ella te dejó vivo.
-Valiente héroe estás hecho - responde, sin mudar un ápice la expresión de su rostro -. Me matarías solo porque no te gusta lo que ves. Porque temes convertirte en lo que yo soy. ¿Empiezas a dudar, Link?
-Te mataría por lo que le has hecho a Hashi. Te mataría porque has propiciado esta situación. Te mataría porque por tu culpa, Midna, Zelda y todo Hyrule están en peligro.
-Pero no me matarás - dice, y entre todas las afiladas aristas de hielo de su voz me parece reconocer una nota de alivio.
-No se me ocurre nadie aparte de Hashi pudiera hacerte esas heridas - digo, señalando con un gesto los cortes quemados de sus hombros -. Está claro que pudo matarte y te dejó vivo. No sé por qué lo hizo, pero confío en ella.
Es una decisión difícil, sobre todo porque temo que el único motivo por el que Hashi le dejó con vida fue que le falló el valor a la hora de matarlo. Pero al fin y al cabo, ella ha cuidado de mí desde que yo era un niño, o eso sospecho (y este engendro a venido a confirmar mis sospechas...). Debo confiar en ella.
-Me dejó una botella de poción roja - apunta mi repugnante gemelo, con una sonrisa servicial que es una parodia de amabilidad.
Aprieto los dientes, furioso. Esta aberración está tentando a la suerte, pero en cualquier caso, no hay mucha diferencia entre matarlo ahora o dejarlo morir a causa de las heridas. Tanteo entre mis bolsas y le lanzo una botella de poción mediada. Él por poco la deja caer, pero la atrapa y tira con ansia del tapón. Sus brazos heridos no reúnen la suficiente fuerza como para abrir el corcho... entonces entiendo el plan de Hashi.
Sonriendo, me doy la vuelta, mientras el engendro queda a mis espaldas forcejeando con la botella.
-Nos volveremos a encontrar, Link - dice de pronto, entre jadeos de esfuerzo -. Tú y yo somos cara y cruz de una misma moneda. Estamos destinados a encontrarnos.
No me molesto en volverme, porque temo matarlo si lo hago, y no sé si quiero responder ante Hashi por ello.
-¡Por cierto! - grita, y su voz tiene un tono divertido - El Castillo de Hyrule está sitiado, toda la Ciudadela está refugiada dentro en estos momentos. No tardarán en empezar a morir de hambre. Oh, y Ordon está siendo atacado, también. Y Midna está sola en el Crepúsculo... y tu hermana Hashi corretea por ahí sola y herida. ¿Qué vas a hacer, Link? ¿Qué va a hacer el gran héroe con esta situación? - estalla en carcajadas crueles - ¿Vas a defender a Zelda, como es tu obligación? ¿Volverás a tu hogar a salvar a esa niña insulsa a la que diste tantas esperanzas para luego romperle el corazón? Oh, cierto, lo olvidaba, ¿irás a intentar arrojarte a los pies de Midna? Tal vez te perdone si te humillas lo suficiente. Y Hashi... ¿te sientes preparado para perseguir una mota de luz por todo Hyrule? Nunca la encontrarás... y te garantizo que la he cambiado lo suficiente para que no reconozcas a la niña idiota que era en quien es ahora - rompe a reír de nuevo, entre jadeos, mientras sigue forcejeando con el tapón de corcho de la botella.
Salgo del pequeño lago interior, y por pura rabia, vuelvo a sellar la entrada con rocas, solo para que sufra tratando de salir. Eso, si logra abrir la botella de poción roja.
Maldito bastardo.
Sin embargo, todo lo que ha dicho es cierto. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?
El corazón me pide que vuelva al Crepúsculo con Midna, Que le pida perdón y me quede con ella, pues está más que claro que mi supuesta hermanita sabe cuidarse sola.
Sin embargo, sé que debo ir al Castillo de Hyrule, con Zelda. Es mi destino... algo me dice que es allí donde se me necesita.
Aprieto los dientes, furioso conmigo mismo por ser tan débil, furioso con el engendro que he dejado encerrado por saber tan bien qué me dolería, furioso con Hashi por ser tan absurdamente imprudente e inocente, furioso con Midna por no haber venido conmigo, furioso con los habitantes del Crepúsculo por no entender que Zant solo buscaba el poder, y que su sucesor quiere lo mismo.
El Maestro Zeinan es el que ha iniciado esta guerra. Y está en la Ciudadela, tratando de capturar a Zelda. Si logro acabar con él, tal vez termine con esta guerra, y podamos volver a vivir como antes.
-Que las diosas me perdonen - murmuro, tanteando hasta dar con el silbato de cerámica que fue un regalo de Ilia -. Y que Midna, Hashi e Ilia también sepan hacerlo.
Epona acude rápidamente a la llamada del silbato, sacudiendo la cabeza con alegría por verme de nuevo. Le acaricio la frente, el belfo y el carrillo, antes de saltar a su lomo. Epona es una buena yegua, fuerte y mucho más valiente de lo que suelen serlo los caballos. No sé cómo demonios voy a cruzar el sitio hasta el Castillo de Hyrule, pero de algún modo habré de ingeniármelas. Epona sabrá hacerlo, conmigo.
Suspiro. A veces desearía que las diosas no me hubieran elegido a mí.
-¡Hyaah!
Epona se lanza al galope, y yo dejo que el viento me revuelva el pelo y se lleve ese último pensamiento cobarde, porque necesitaré todo mi valor para lo que me espera.

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jueves, 27 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XV)

Hashi

Corro. Corro hacia delante, a ciegas, y por enésima vez maldigo mi piel, mi capacidad de sentir. Cada paso es una agonía, parece que cada centímetro del suelo está cubierto de cosas afiladas y cortantes que no tienen otra función que rasgarme las plantas de los pies, y tengo que correr, y mucho. Maldigo una vez más mi testarudez, mi negativa a ponerme zapatos hasta el último momento, aunque no quiero pensar que me hubieran quitado los zapatos para clavarme todas esas... agujas.
Corro. Corro sin pensarlo, buscarlo algún lugar donde refugiarme, aunque temo que no daré con ninguno. La pradera de Hyrule está desierta, pero la hierba se ve pisoteada y la tierra revuelta. Por aquí ha pasado un ejército, o varios, y no necesito que nadie me lo diga. Incluso en plena noche puedo saber eso.
Hace un frío brutal, y mi vestido está desgarrado y de cualquier modo, hubiera sido demasiado fino. Ni siquiera correr me hace mantener el calor, porque el escudo y la espada de Dark Link, sujetos a mi espalda, están helados, y su frío me cala en los huesos. Tengo que detenerme y encender un fuego, pero no sé hacer fuego.
Valiente guardiana estoy hecha. Pretendía proteger a Link... y no soy más que una niña inútil que solo puede correr de un lado a otro, completamente aterrada.
De pronto, veo una fogata unos metros más adelante. Entrecerrando los ojos, veo que no hay más que una figura a su lado, así que detengo mi loca carrera y me aproximo en silencio, tratando de no ser descubierta. Si el dueño de la hoguera es amigable, podré calentarme con él, y tal vez me dé algo de alimento... si no, bueno, espero que la espada de Dark esté bien afilada, porque si he de depender solo de mi escasa habilidad, mejor sería estar muerta.
Junto a la hoguera hay una mujer, una mujer que ya he visto antes y que es tremendamente extraña. Lleva el pelo, negro como el mío, recogido en dos trenzas y sujeto por dos extrañas piezas metálicas a ambos lados de la cabeza, y luce un raro flequillo en forma de triángulo. Se cubre con piezas de una enorme armadura; mientras que su brazo izquierdo está totalmente cubierto, del derecho solo se protege el antebrazo, y un firme corsé metálico ciñe su cintura. Las piernas están protegidas por unas altas botas metálicas hasta la rodilla; por encima de ellas, solo hay un ceñido pantalón rojo, adornado por algunas tachuelas doradas. Una larga espada cae sobre su cadera izquierda, bien envainada, aunque no dudo que estará afilada como una navaja de afeitar.
Salma, la hija del Caballero Desterrado. ¿Qué hace aquí, en medio de ninguna parte?
Me acerco a ella en silencio, evaluando la situación. Conozco a Salma. La vi durante mis viajes con Link, y sé que es amigable, una buena persona, en general. Pero ¿puedo confiar en ella ahora? Lo último que supe es que partió con Shad y Perícleo a estudiar las esculturas que apasionaban al primero.
Yo conozco a Salma, sí. Pero ella no me conoce a mí.
-Con el ruido que haces, podría haberte ensartado como a una aceituna hace un buen rato - bufa de pronto, y yo me pongo en guardia como puedo; alzo la mano hacia la empuñadura de la espada y tiro, pero va más dura de lo que creía y se me atasca -. Deja que adivine, solo por cómo suenan tus pasos: chica. Joven, doce o trece años. Unos... cincuenta kilos. Y absolutamente aterrorizada.
Enrojezco hasta la raíz del pelo, avergonzada. Todo lo que ha dicho es verdad. Salma se vuelve con una deslumbrante sonrisa en su redondeado rostro, y mira la mano con la que trato de desenvainar la espada.
-Sácala - me dice, mirándome con interés -. Venga, muchacha, desenfunda tu acero.
Tiro de nuevo, y ella niega con la cabeza.
-Estás inclinando el brazo. Tienes que tirar en paralelo a la vaina, o se atascará, como te esta pasando. Vuelve a probar, pero echa el brazo más hacia atrás. Que la hoja y la vaina estén alineadas cuando tires, no la hoja inclinada hacia ti.
Sigo sus instrucciones, y para mi sorpresa, la hoja sale de la vaina sin ningún problema. Sin un sonido.
Salma y yo nos quedamos mirando la espada en silencio.
Hay algo en esta espada que me pone los pelos de punta, como un gato listo para atacar. La hoja es negra como el carbón, pero no se trata solo de eso; parece absorber la luz de la hoguera, la de las estrellas, como si fuera un enorme agujero negro dispuesto a tragar hasta la última chispa de calor del mundo. Seguramente, para eso la quiere Dark.
Y además, está su inquietante silencio. Todas las espadas que he visto en mi existencia cantan una canción particular cuando las extraes de la vaina, un sonido de metal contra metal que es al mismo tiempo amenaza y grito de guerra, un sonido que avisa de la muerte, del combate que se avecina.
La espada negra de Dark Link no emite ningún sonido al salir de la vaina. Sale, y mata. Sin más.
-Bueno, esa es una espada sin duda... interesante. ¿Quién eres, chica?
-Hashi. La hermana pequeña de Link - digo sin dudar, y me doy cuenta de que mi voz suena extraña, oxidada y ronca.
Salma me mira con extrañeza, y de pronto parece darse cuenta del estado de mis ropas, de mi radical corte de pelo, de que voy descalza y estoy llena de rasguños y arañazos, por no hablar del corte en la sien que me ha hecho Dark Link y que no ha llegado a curarse del todo en el manantial del espíritu; en ese momento, estaba más preocupada por recuperar energía que por curarme.
Los ojos de la guerrera se cubren por una película de tristeza.
-Vivías en Kakariko, ¿verdad? Link debió dejarte allí antes de ir a... adondequiera que fuera cuando nos dejó - murmura con amargura.
Yo asiento, sin saber bien qué decir, y Salma sacude la cabeza.
-¿Dónde está tu hermano, chica?
-Me llamo Hashi - digo, molesta -, y mi hermano está en el Crepúsculo.
Los ojos de Salma se estrechan peligrosamente al oír mis palabras, y por un momento me arrepiento de haberlas dicho, pero luego la mujer vuelve a mirar al suelo sin rastro de rabia.
-Fueron twili los que se llevaron a Shad - dice, suspirando, y entiendo el motivo de su furia -. ¿No eran Link y la Reina Zelda amigos de la Princesa del Crepúsculo? ¿Cómo han podido hacernos esto?
Yo niego con la cabeza, tan triste como ella.
-No creo que Link o Midna, y mucho menos Zelda, sepan lo que está pasando aquí.
Salma suspira de nuevo, y veo algo extraño en sus ojos, algo que nunca había visto antes... la poderosa guerrera está al borde de las lágrimas. Pero en un segundo todo desaparece, y me mira de arriba a abajo con nuevos ojos. Su mirada se detiene un segundo en la espada.
-¿De dónde la has sacado?
Apenas tardo un segundo en decidirme. Le cuento todo lo que sé, todo lo que he oído y lo que he vivido, aunque omitiendo que estuve con Link en el Crepúsculo y que soy un espíritu. Simplemente, finjo que vivía en Kakariko cuando Dark Link, sabiendo quién era yo, se encaprichó conmigo y me secuestró. Esta mujer fue miembro de la Resistencia, y no dudo que podría ayudarnos de nuevo. Tal vez las dos juntas podamos hacer algo útil, o al menos, podría decirle algo que la ayude a detener a Dark Link y al Maestro.
Ella vuelve a mirarme, evaluadora.
-¿Por qué te llevaste la espada? - pregunta, y yo misma me lo pregunto por primera vez.
-Creo que me sentía desprotegida, y también quería debilitar a Dark Link.
Salma sonríe.
-Vale. No te veo mucho más protegida, chica, pero creo que has hecho bien quitándole esa espada. Me recuerda a la espada de tu hermano... pero de un modo mucho más desagradable, degenerado.
Yo asiento, porque me pasa exactamente lo mismo.
-Bueno, en cualquier caso, tienes que aprender a usarla, saco de huesos.
-Me llamo Hashi - repito, enfadada, pero Salma se limita a sonreír de nuevo.
-Agárrala con más suavidad, saco de huesos. Parece que estás sosteniendo una serpiente que está a punto de morderte, y no es ni mucho menos así. Esa espada es una prolongación de tu brazo, y morderá a aquellos a quienes tú quieras morder. Relaja los dedos y la muñeca ¡no tanto, saco de huesos! Relajada pero firme. Es parte de ti, ¿podría caérsete una parte de ti? Ni mucho menos. Esa espada es tuya, tú eres parte de ella. Cuanto antes entiendas eso, mejor.
No puedo evitar una sonrisa. Salma es una maestra muy distinta de Link, mucho más impaciente y brusca, pero hay en ella auténtica pasión, y parece saber bien lo que hace.
-Eso es, mucho mejor. ¿Sabes algo de esgrima? ¿Algún movimiento básico?
Asiento con entusiasmo y le enseño lo poco que Link ha tenido tiempo de mostrarme. No es mucho, y esta espada pesa mucho más que la que he estado usando, pero Salma asiente, satisfecha.
-Al menos, no partirás de cero. Escúchame bien, saco de huesos; tienes que hacer tuya esta espada. Tiene que pertenecerte de tal modo que Dark Link jamás pueda quitártela de nuevo. El filo es mucho más ancho de lo que convendría a una criatura tan enclenque como tú, pero tendrá que servir. Dado que la espada no se adapta a ti, tendrás que adaptarte a la espada. Escucha bien lo que voy a decirte, porque no te lo repetiré.
-De acuerdo.
Salma se sienta frente a la hoguera, con los oscuros ojos perdidos en las llamas.
-Vas a tener que endurecerte, chiquilla. Mírate las manos, ¿qué ves?
Extiendo mis manos de dedos largos y finos, unas manos a las que ni yo misma he llegado a acostumbrarme. Finas, delicadas, blancas. Salma me muestra las suyas; grandes, fuertes, morenas y callosas, las manos de una guerrera.
-Mi padre, en las montañas, me enseñó que si vives en un lugar duro, debes ser más dura que él. Te ha tocado una época dura, y vas a tener que endurecerte, saco de huesos, o esto podrá contigo. El pelo corto es buena idea, pero apenas es el comienzo. Dark Link se ha encaprichado contigo, y huir no va a bastar; tarde o temprano tendrás que enfrentarte a él, y lo harás sola.
-¿No vas a estar conmigo? - pregunto, sorprendida, y casi al segundo me arrepiento de mi propia estupidez.
Salma sonríe, y es una sonrisa melancólica y enigmática.
-Si realmente eres hermana de Link, podrás con esto. No podemos perder el tiempo, Hashi. Yo debo ir a la Ciudadela, al Castillo de Hyrule, a ofrecer mi espada a la Reina Zelda; necesitará toda la ayuda posible, sobre todo si el Héroe de Hyrule está ausente.
-¿Y yo? - murmuro.
-Solo es una suposición... pero creo que Dark Link tendrá prisa por acabar con el reino de Hyrule, y no podrá perder tiempo buscándote. Así que va a necesitar una espada nueva, una espada tan buena como esta, o mejor. ¿Te imaginas cuál?
-La Espada Maestra.
-Sí - asiente Salma -. Hashi, esto no te va a gustar... pero tú vas a defender esa espada, al menos hasta que pueda enviarte a alguien más. Sé que no quieres enfrentarte de nuevo a Dark Link, pero alguien debe hacerlo, y siendo hermana de Link, tú eres la más adecuada. Porque eres su hermana pequeña, ¿verdad?
Suspiro; Salma no me cree, pero quiere creerme. Quiere que yo sea la hermana del Héroe de Hyrule para creer que aún hay una pequeña esperanza.Y yo soy la hermana de Link.
Tengo que serlo.
-Iré. Solamente dime lo que tengo que hacer.
Salma sonríe, y es la primera sonrisa real que le veo.
-Primero, desaparece. Si realmente eres la hermana de Link, serás el blanco de todos los enemigos de tu hermano. Escóndete, cúbrete la cara, haz lo que tengas que hacer, pero esfúmate. Mantente fuera del alcance de tus enemigos, que tu destino sea un secreto. Viaja de noche y duerme de día, o no duermas en absoluto. Cuando llegues a la Arboleda Sagrada, establécete allí, haz un pequeño campamento, un refugio, y empieza a arreglar el desastre que eres. Mírate: flaca, blanda y blanca, débil y pequeña. Las mujeres somos pequeñas, pero podemos ser rápidas, ágiles y fuertes, ¿entiendes?
Yo asiento con seriedad, tratando de recordar cada palabra que sale de los finos labios de Salma.
-Come todo lo que puedas. Esta espada está hecha para alguien más fuerte y más pesado que tú. Come, coge peso, entrénate con ella. Tienes que ganar resistencia y fuerza, tienes que convertirte en un oponente digno para Dark Link. Aprende a caminar por el bosque, a fundirte con él. Aprende a cazar, porque con eso aprenderás mucho sobre la batalla.
Salma me da instrucciones sobre cómo hacer fuego, afilar una espada (aunque no creo que a mi nueva espada le haga ninguna falta), unas rápidas nociones de lucha, ejercicios que puedo hacer a diario para ganar fuerza y resistencia, cómo despellejar un conejo y otro montón de cosas que necesito saber para sobrevivir sola en el bosque de Farone. Me señala las rutas más rápidas para llegar hasta allí, y finalmente rebusca en sus bolsas hasta sacar un par de botas de cuero.
-Calculo que gastamos el mismo pie, saco de huesos - dice, tirándomelas -. Las llevaba por si la Reina Zelda se escandalizaba por mi aspecto poco femenino, pero creo que tu las necesitas más. Y... - farfulla, rebuscando de nuevo -, ah, aquí está. Es solo un repuesto, pero creo que será mejor que ese vestido tuyo, ¿verdad?
Yo cojo la camisa de tela basta gris que me ofrece. Es muy grande para mí, y larga; me llega casi hasta las rodillas, podría usarla como un jubón. Me quito los restos del vestido y me la pongo, comprobando cómo me queda; las mangas son demasiado largas, pero por lo demás no está nada mal. Agobiante, claro, pero es mejor que el frío.
Salma me mira con una ceja alzada, sorprendida por mi falta de pudor.
-Eres condenadamente rara, saco de huesos, ¿lo sabías?
Yo niego con la cabeza, riéndome entre dientes.
-Eres la primera persona que me dice eso.

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martes, 25 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XIV)

Link

La rebelión que Midna temía ha estallado, y no precisamente a pequeña escala. Todos y cada uno de los guardias, todos y cada uno de los soldados del Palacio del Crepúsculo están en pie y atacándonos, se han vuelto contra nosotros. Los criados de Midna han huido, y los pocos leales a ella se desangran en sus habitaciones y en los pasillos.
Los twili rebeldes no cesan de atacarme, y no puedo evitar echar de menos la Espada Maestra. Hubiera acabado con ellos mucho más rápido de tenerla, pero ahora solo puedo confiar en mis propias habilidades; ni siquiera tengo a mano el arco y las flechas, o el boomerang, o cualquier cosa que pudiera darme una ínfima ventaja; incluso he dejado atrás el escudo en mi precipitación por ayudar a Hashi.
Y soy un blanco fácil. Soy el único hyliano en todo el Palacio, y todos saben que es a mí a quien hay que eliminar; que yo soy el regicida, el que mató a Zant. Y un gorro picudo y unas ropas verdes no son ropa que llame poco la atención en el Crepúsculo, donde todos visten etéreas ropas negras y azules.
A pesar de todo, logro superar las pruebas que se me imponen. Esta es la batalla más dura que recuerdo en mucho tiempo, porque he dejado atrás al amor de mi vida por salvar a la que considero una mezcla entre hija y hermana... y que muy probablemente ya esté muerta. Mis fuerzas están al límite de su resistencia, y yo mismo estoy a punto de derrumbarme en demasiadas ocasiones.
Pero no puedo hacerlo. He superado pruebas mucho más duras.
El último soldado al que interrogué me envió a los sótanos del palacio, un eufemismo para referirse a las mazmorras. En teoría, aquí está el "laboratorio" del Consejero Mayor, y es donde, según él, llevaron a Hashi. Son un condenado laberinto de piedras negras donde los gritos reverberan durante minutos, reproducidos por los ecos. Es imposible orientarse aquí. 
Con un suspiro, me siento en una hornacina que supongo que un día albergó una estatua, tratando de recuperar el aliento; al menos, la herida del costado ha dejado de sangrar. Los brazos me arden, pero sé que he eliminado a gran parte de los soldados que se oponían a Midna y eso me proporciona una mínima alegría, me hace confiar en que la estoy ayudando a controlar esta revuelta.
De pronto, oigo el sonido inconfundible de la marcha de soldados, y de muchos; me pongo en pie y me agazapo contra la hornacina, confiando en confundirme entre las sombras, porque si dan conmigo, no tengo ninguna esperanza de sobrevivir. Si vienen tantos, es que ya saben que estoy aquí, y están dispuestos a cualquier cosa con tal de eliminarme.
Sin embargo, los soldados pasan de largo del pasillo donde yo estoy; siguen recto por un pasillo más ancho, con sus pasos resonantes por el metal de las armaduras amplificados por los ecos de la laberíntica mazmorra. Cuando el último de ellos pasa, salto desde mi escondite y los sigo a una distancia prudencial, tratando de no perderlos de vista. No se me ocurre ningún motivo por el que tal número de soldados, bien disciplinados y armados, crucen las mazmorras, y me siento obligado a descubrirlo.
Acaban entrando en una sala bien iluminada; yo me quedo pegado a la pared junto a la puerta, escuchando.
-Capitán, ¿tiene los mapas?
-Sí, mi señor.
-Bien. Lanayru ya está siendo ocupada, recomiendo que bajéis por Eldin, arrasando todo a vuestro paso, y que os dirijáis a Farone. La región de Latoan caerá cuando os hagáis con Farone; solo la habitan campesinos analfabetos, ningún guerrero. Serán fáciles de destruir.
-¡Sí, mi señor! - replica el capitán en tono marcial, y yo me estremezco; van a tomar Hyrule.
-De acuerdo. Arrasad la aldea de Kakariko, entonces, y dirigíos al sur, hacia Farone. Yo me reuniré con las fuerzas moblins y con nuestro aliado en la Ciudadela para sitiarla. Si todo sale como esperamos, tomaremos el Castillo de Hyrule y derrocaremos a la Princesa Zelda rápidamente. ¡Cruzad el Portal!
-¡Sí, señor! - replican al menos sesenta voces en tono marcial.
El Portal. Hashi está con ellos, solo ella puede abrir portales. Y, dado que es impensable que me traicione, no quiero saber qué le han hecho... cómo han pervertido su mente, cómo la han torturado o manipulado para obligarla a abrir un portal.
Los pasos de los soldados se van desvaneciendo en la nada a medida que saltan al portal convocado por Hashi, pero se ven ahogados por otros pasos, los de más soldados que vienen, dispuestos también a recibir instrucciones y ser tragados por el portal que los conducirá a Hyrule, a la conquista. Me escabullo todo lo rápidamente que puedo y me pierdo a toda velocidad en los oscuros pasillos de las mazmorras; debo volver a mi cuarto, recoger mis armas y cruzar ese portal hasta Hyrule.
Me paro en seco cuando pienso en Midna.
Midna. Ya la he dejado sola una vez para correr en pos de Hashi, y ahora, la dejaré sola de nuevo para salvar Hyrule una vez más. ¿Lo entenderá? ¿Se enfurecerá? Una parte de mí teme y desea que ya no se encuentre en nuestras habitaciones, que podamos evitar este enfrentamiento.
Sin embargo, quiero creer que lo entenderá, que puede entenderlo. Es mi responsabilidad, nací marcado por este destino. Soy el Héroe de Hyrule, y siempre debo anteponer a aquellos a los que protejo a mi propia felicidad... ¿verdad?
Ella partió al Crepúsculo sin siquiera decirme que me quería por el mismo motivo. Lo entenderá, tiene que entenderlo.
Lo entenderá.
¿Verdad...?

-Ese era el último batallón, Maestro.
-Muy bien, muchacho. ¿Cuántos han sido en total?
-Pues... - la voz del chico parece vacilar, y de pronto soy consciente de que está consultando papeles, pues no sabe las cifras exactas de memoria -, ah, sí. Setenta y tres batallones, lo que suponen una fuerza de... tres mil... tres mil seiscientos cincuenta soldados, trescientos sesenta y cinco subalternos al mando de estos, y setenta y tres capitanes al mando de los batallones. Cuentan con cinco subalternos cada uno, Maestro.
-Setenta y tres capitanes... podrían dar problemas llegado el momento. ¿Cuántos calculas que sobrevivirán?
Oigo el rasgar de una pluma contra el pergamino; el muchacho está haciendo cálculos.
-Se dice que los hylianos son feroces... lograron organizar una resistencia armada contra Zant, y eso que en aquel entonces apenas eran nada. Dado que esta guerra costará más bajas que la última... me atrevo a suponer que veinticinco sobrevivirán, si apostamos a la alta, Maestro.
-¿Y si no?
-Quince, Maestro.
-Bien, muchacho, bien. Has aprendido bien. Llegado el momento, esos quince capitanes ocuparán una posición mayor en la jerarquía de mi ejército, cosa que de haber sesenta y tres oficiales, no podríamos hacer... de entre los subalternos supervivientes, elegiremos a los nuevos capitanes. Nos granjearemos la lealtad de los ascendidos, y tendremos firme control sobre el ejército. Es algo que esa niña consentida debió aprender hace mucho, y que espero que tú no olvides, muchacho.
-No, Maestro.
Los dos se quedan en silencio unos momentos, mientras yo me muerdo el labio con fiereza. Una fuerza de cuatro mil soldados asolando Hyrule... el chico tiene razón, esta guerra no será como las anteriores. En esta habrá sangre y muerte, muchas más que la última vez, y será una carnicería. No seremos sombras inmóviles e inconscientes, si no enemigos enfrentados en un campo de batalla. Esta guerra... esta guerra debe ser detenida, o no imagino lo que puede pasar.
-Bien, Myrho. Voy a cruzar el portal ahora. Me reuniré con nuestro aliado y su fuerza moblin en Hyrule, en la región de Lanayru. Pronto atacaremos a esa horda de nobles incivilizados que habita en el Castillo de Hyrule, y acabaremos con la Princesa Zelda. Vigila el portal; asegúrate de que Midna es encontrada. Nos reuniremos pronto.
-Sí, Maestro.
Mordiéndome el labio con rabia, espero aún unos minutos más antes de entrar en la sala.
Un muchacho de unos quince años está sentado en un escritorio, observando con atención unos papeles en los que hay escritas cifras, y unos mapas. Con aire pensativo, desplaza monedas planas sobre los planos, tal vez organizando una estrategia. Tiene un cierto aire de aburrimiento, como si para él toda esta guerra no fuera más que un ensayo o un estudio.
Detrás del muchacho, sujeto a la pared, hay un marco de cristal hueco, con forma de afiligranados tubos entrelazados, recorrido por un fluido de un rojo profundo que fluye gracias a una noria de agua situada en su base, que parece bombear una especie de corazón de cuero impermeable; eso es lo que envía la sangre a través de las venas de cristal.
Dentro del marco no se ve la pared, si no un paisaje anaranjado que conozco bien; la Montaña de la Muerte. Seguramente esté en una de sus gargantas.
Hashi no está a la vista, pero el portal que ella ha creado está ahí, inmutable. Ella tiene que estar aquí, no hay otro modo de que ese portal siga abierto. No puedo ni pensar en la energía que le estará consumiendo, tanto tiempo como lleva abierto... de pronto, veo pedazos de un metal irregular que conozco bien, pues el pequeño duendecillo que era Midna cuando montaba sobre mi lomo lo estuvo buscando con ahínco hasta lograr dar con ello.
La Sombra Fundida.
Una magia antigua, tosca pero poderosa. Recuerdo que Ganondorf la destruyó mientras luchaba con Midna, que la rompió... y en cambio, ahí está, hecha pedazos, conectada a los tubos de cristal llenos de ese líquido rojo. Rojo como la sangre...
Saco la espada lentamente, para que no haga ruido al salir de la vaina, y me planto frente al muchacho twili, que me mira con expresión de terror.
-Chico - susurro - no vas a hacer ninguna tontería, ¿verdad?
Tembloroso, él niega con la cabeza. Yo asiento.
-Bien - si realmente no la hace, no tendré que matarlo -. ¿Quién eres?
-Myrho, el aprendiz del Maestro Zeilan, el Consejero Mayor del Crepúsculo. Yo no sé nada, no he hecho nada, sólo cumplía órdenes...
El rostro se me ensombrece al oír ese nombre; las sospechas de Midna eran bien fundadas.
-Vale, chico. Silencio. ¿Dónde está Hashi?
El rostro del chico adquiere una palidez casi lívida, y sus iridiscentes marcas azules titilan, trémulas, del color del hielo de los glaciares.
-Él se la llevó - susurra, al parecer aterrorizado.
-¿Quién? - insisto, pero él niega con la cabeza, sumido en un terror mucho más profundo que el que yo le provoco - ¿Quién, maldita sea?
-Él - repite, tembloroso, sin apartar la vista del filo de mi espada -. No me mates... por favor... yo no quería hacerle daño a Hashi... me obligaron...
Me quedo helado. ¿Le han hecho daño?
-¿Qué le habéis hecho?
-Ellos, fueron ellos... - responde, tembloroso, sin ser capaz de sostenerme la mirada -, el Maestro le sacó sangre para el Portal y él... él nos trajo la Sombra Fundida para mantenerlo abierto, y se la llevó... fue él... él la quería...
Aprieto los dientes y acerco más el filo de la espada a la garganta del muchacho inconscientemente. ¿Sangre? ¿La sangre que recorre los tubos cristalinos del Portal es toda... toda de Hashi? No puede ser. No puede estar viva después de esto.
Levanto la espada, decidido a acabar con la vida de este chico de un solo tajo.
Pero algo me detiene. Tal vez sea la súplica en los ojos del muchacho, tal vez sea la duda de mi propia conciencia, tal vez es que ni siquiera sumido en la rabia puedo olvidar mi sentido de la justicia. No lo sé. Pero tampoco estoy seguro que este chico sea culpable o inocente, un ambicioso aprendiz o una marioneta en las manos de alguien más poderoso.
No lo sé. y por eso no puedo simplemente bajar la espada y matarlo. Porque si lo hiciera, no sería mejor que Zant o Ganondorf.
Bajo la espada despacio, conteniéndome con todas mis fuerzas.
-Algún día pagarás por lo que has hecho, chico - susurro, y el aprendiz se levanta y echa a correr, huyendo del infernal laboratorio todo lo rápido que puede, aterrorizado.
Yo lo veo marchar, demasiado agotado física y psíquicamente como para seguirlo o exigirle que guarde silencio, pero al menos me queda el consuelo de que he hecho bien. Cuando llegué el momento, el chico tendrá que responder por sus crímenes, pero solo por los suyos, no también por los que yo le atribuya.
Me vuelvo hacia el Portal, respirando entrecortadamente. Tengo miedo, para qué negarlo. Tengo miedo de lo que me espera al otro lado, tengo miedo de no poder estar a la altura de las circunstancias. También tengo miedo de lo que los hylianos esperan de mí.
Pero mío es el coraje, y mía es también la responsabilidad. Respiro hondo un par de veces, acariciando el pomo de mi espada, centrándome en los recuerdos de Ordon, de mi vida anterior. De toda la belleza que he visto incluso en la más profunda oscuridad. Cuando me enfrento al portal, ya no es miedo lo que siento, si no una rara serenidad. Sé que las pruebas a las que deberé enfrentarme son más duras que nunca, y que esta vez, estoy totalmente solo.
Pero no tengo miedo. Lo que tenga que ser, será, y yo no tendré nada de lo que arrepentirme.
Pienso una última vez en Midna antes de saltar al portal, con los ojos cerrados. La energía familia de Hashi me envuelve, lanzándome de nuevo a Hyrule, y una melancólica alegría inunda mi pecho.
Al fin y al cabo, vuelvo a casa.

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domingo, 23 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XIII)

Dark Link

La respiración de Hashi es entrecortada, débil. Parece que cada vez que toma aire vaya a ser la última, sus espiraciones parecen estertores. No tiembla, no se estremece, ni siquiera parece capaz de mantener los ojos abiertos. Aprieto los dientes, furioso, porque no puedo permitir que muera sin haber jugado antes con ella. No después de todo lo que he hecho para conseguirla.
Y, por cierto, ¿qué demonios hago llevándola en brazos como a un recién nacido o una amante? Ni que me importase una mierda su comodidad. Estúpida mocosa...
Me la cargo sobre el hombro como un saco o un cadáver, a lo que ella responde con un tenue gemido. Algunas gotas de sangre salpican el suelo delante y detrás de mí, y soy consciente de que con las extremidades colgando, la hemorragia se intensificará. Con un bufido de exasperación, vuelvo a cogerla en brazos como a un bebé. Maldita mocosa, ya puede resultarme entretenida, con todo lo que estoy haciendo para mantenerla con vida...
Es la primera vez que hago algo así, la primera que persigo a una presa con tanto ahínco, y sobre todo para no matarla en el acto. Hashi vivirá aún algún tiempo en mi poder, hasta que me resulte demasiado aburrida o hasta que llegue el momento en el que su muerte me produzca mayor placer que su sufrimiento.
Pero hasta entonces, debe seguir con vida.
Para cuando llegamos a Kakariko, ya es medianoche y nadie está despierto. Incluso los goron, esos insufribles y palurdos seres que parecen tener la cabeza tan llena de piedras como el resto del cuerpo, están tirados en alguna madriguera en la roca. Los hylianos están en sus casas, calientes entre sus sábanas de lino, familias enteras en la misma cama.
Los odio. Los mataría a todos, si no fuera porque el ansia que siento por despertar a Hashi es mayor.
Llego al final del pueblo, al manantial del espíritu y sumerjo a Hashi en el agua, buscando curarla solamente lo necesario para que sobreviva y se despierte, no tanto como para que pueda moverse. Un impulso me sacude, y le sumerjo solamente la cabeza, de modo que cuando despierta manotea débilmente en busca de aire, y su desesperación me hace reír entre dientes.
La saco del agua tirándole del pelo, a lo que responde con un gemido de dolor y llevándose las manos a la cabeza. Trata de alcanzar mi mano y soltarla de sus cabellos, y me da la sensación de que su larga melena le gusta bastante. 
Confiando en no equivocarme, saco la daga del cinturón y comienzo a cortarle el pelo a tajos rápidos. Ella protesta débilmente y se revuelve, pero cuando uno de sus movimientos le cuesta un corte en la sien, se queda inmóvil, aterrada.
Ver correr las lágrimas y la sangre por su rostro es casi más de lo que puedo soportar.
Acabo rápidamente con su corte de pelo, de tal manera que su cabeza y su cuello parecen frágiles y desprotegidos; luego, solo por diversión, vuelvo a empujarla al agua, apenas un instante, para ver como el miedo a ser ahogada de nuevo alcanza sus pupilas.
-Vamos, ven - le digo, sonriendo -. No más agua por hoy.
Ella se mueve despacio hacia la orilla, demasiado despacio para mi gusto. No tengo ninguna gana de que se cure más.
-¡Vamos! - rujo, mientras la agarro del cuello y la tiro al polvo de la orilla. Le doy un puntapié en el estómago, no demasiado fuerte, solo para asustarla - Vamos, muévete. Ya que te has quedado tanto tiempo en el agua, supongo que podrás andar.
A base de empujones y gritos la conduzco al cementerio, y luego la obligo a gatear a través de la pequeña abertura que conduce al lago escondido que un día fue refugio para un niño zora. La sigo al interior, donde me espera medio arrodillada, aún sin fuerzas para ponerse en pie del todo, aún desafiante.
-¿Qué te parece tu nuevo hogar? - le pregunto, con una sonrisa burlona - Esperarás aquí mientras yo acabo con Zelda y Link y hundo este mundo en las tinieblas. Por lo que tengo oído, Midna y tú no os profesáis demasiado afecto, así que te alegrará saber que cuando yo regrese ella también estará muerta.
Hashi no dice nada, solo me mira con esos ojos de un amarillo desvaído, opacos, fijos.
-Eres una criatura cruel - dice, y me sorprende notar que para ella no es un insulto, solo un hecho que la enfurece.
-Gracias - le respondo, con mi sonrisa más sardónica.
-¿Por qué haces esto? - me pregunta, sin apartar la mirada.
-Porque disfruto con ello. Porque todos y cada uno de los seres que hay ahí fuera peleando por sus miserables vidas me han rechazado, atacado o herido en algún momento, sin detenerse un segundo a pensar. Porque tú te llevaste a Link del lugar donde debía matarlo; él y yo no podemos existir a la vez.
-¡Link estaba en otro mundo!
-En cualquier mundo - gruño, furioso -, en cualquier mundo donde esté yo iré a buscarlo y lo mataré.
-Nunca lo encontrarás - me responde, desafiante, irguiéndose un poco más -. Da igual lo que hagas conmigo, jamás darás con Link. 
La rodeo hasta situarme a su espalda, y me inclino para atar sus pequeñas manos. Acerco mucho la boca a su oído para susurrarle, de tal modo que sienta mi aliento.
-No lo has entendido, pequeña. No voy a buscar a Link. Él vendrá a buscarme a mí... porque te tengo a ti. Y cuando venga, lo obligaré a tirar la espada, o te mataré. Y luego lo mataré a él. Y serás mía por el tiempo que decida dejarte con vida.
La niña se estremece, pero no deja escapar ni un suspiro. Cuando me separo de ella, se endereza y me mira los ojos con una chispa de orgullo.
-No podrás utilizarme para eso.
Y con un movimiento tan rápido que no me lo espero, la niña se lanza al agua, con los brazos atados. 
En un segundo, leo sus intenciones; pretende suicidarse, evitar que pueda usarla como arma contra Link. No puedo dudar del valor de esta mocosa, pero es mi mejor carta con mi mayor enemigo y además... además, la quiero con vida. 
Me lanzo al agua tras ella, sin dudarlo ni un segundo.
Mis ojos apenas tardan un segundo en acostumbrarse a la oscuridad; Hashi se mece en el agua, hundiéndose, con los cuatro mechones de pelo que le quedan balancéandose y su vestido blanco flotando en torno a ella, como una aureola. Buceo hacia ella todo lo rápido que puedo, tratando de alcanzarla y subirla a la superficie antes de que se ahogue. 
Cuando rodeo su cintura con los brazos para subirla, ella abre los ojos, y de pronto me doy cuenta de la magnitud de mi error.
Los ojos de Hashi brillan bajo el agua, de un dorado tan profundo que hiende las tinieblas del pequeño lago interior.
El manantial del espíritu Eldin... claro.
Está demasiado cerca, seguramente haya filtraciones o incluso ambas fuentes estén alimentadas por el mismo agua. Me doy cuenta de todo esto en menos de un segundo, y la sonrisa taimada de Hashi, tan cruel como cualquiera de las mías, me dice que ella lo sabía desde hace rato.
Trato de apartarme de ella, pero el dolor me atraviesa el vientre, y cuando miro hacia abajo, veo uno de sus fijos de energía, que brota de su mano derecha y se hunde profundamente en mi estómago. Dejo escapar una burbuja de agua entre los labios y me revuelvo, consciente de que a Hashi no le puede quedar mucho aire en los pulmones, de que si logro separarme de ella cuando suba a respirar, tengo una oportunidad de salir con vida...
Un segundo filo de energía se hunde profundamente en mi hombro izquierdo, y sé que ni aunque esté sumergido en el agua curativa tengo ninguna oportunidad, porque yo no tengo su sangre de espíritu, no asimilo la curación tan rápido como ella. Siento los pulmones a punto de estallar, ¿por qué Hashi sigue delante de mí, mirándome fijamente con esa sonrisa siniestra? ¿Cómo puede seguir viva?
De pronto, los dos filos desaparecen y Hashi asciende a la superficie, empujándome hacia abajo con todas sus fuerzas que, imbuidas del poder del manantial del espíritu, no son pocas.
Veo su vestido blanco flotar en torno a ella cuando sube hacia la luz, extendido como los pétalos de una flor, permitiéndome atisbar sus largas y bien formadas piernas, y un atisbo de lo que hay más arriba. Con una sonrisa resignada, cierro los ojos; al menos me ha matado una mujer hermosa.
La oscuridad viene y me envuelve, y yo la abrazo como a una vieja amiga.

Me despierto tosiendo.
-¿Hashi? - llamo, aunque no tengo claro que sea una buena idea. Estoy absolutamente solo en el lago interior, y cuando trato de incorporarme, no siento el dolor de la herida del vientre... pero sí un ardiente dolor en ambos hombros.
Se me escapa una rápida carcajada.
-¡Hashi, maldita perra, ¿me has dejado aquí solo y herido para que muera?!
Solo obtengo como respuesta los ecos de mi voz, pero por algún extraño motivo, el orgullo me embarga. Link creó una niña perfecta, una niña compasiva y maravillosa siempre centrada en la bondad que ocultó mi existencia y me protegió en el Circo del Espejo, sin hacerme ningún daño.
Yo he creado una asesina despiadada, que se ha molestado en sacarme del agua y curarme las heridas del vientre, evitándome una muerte rápida... pero que me ha abierto dos heridas nuevas en los hombros, rompiéndome las clavículas, impidiéndome nadar el tiempo suficiente para que el agua sagrada me cure antes de ahogarme, impidiéndome sujetar una espada... Hashi quiere que muera de hambre aquí solo, lentamente, atormentado por la impotencia y las heridas, que seguramente no tardarán en infectarse.
Es tan... perfecto.
Esta niña, la muchacha que me ha dejado aquí en este estado, podría ser hija mía.
Me pongo en pie y miro a mi alrededor; Hashi no sólo me ha dejado aquí y me ha curado y herido, si no que también se ha llevado mi espada y mi escudo.
-Condenada mocosa... - mascullo, mientras examino el escaso terreno que parece que será mi hogar hasta mi muerte.
Con sorpresa, observo que la roca destinada a sellar la entrada desde el exterior no está en su sitio.
Ahí, sobre la lápida de piedra cubierta de musgo. Hashi ha dejado una botella cerrada con un tapón de corcho, firmemente apretado. Una botella llena de un líquido rojo.
Idiota. Idiota, idiota y mil veces idiota. Me ha salvado la vida; las heridas, supongo, solo tenían la intención de ralentizarme. Sigue siendo la estúpida y compasiva mocosa que Link ha educado... bueno, hasta cierto punto, porque no creo que herir a alguien tan salvajemente entre en el tipo de cosas que haría Link.
O sí.
No entiendo a esta mocosa.
-Da lo mismo, imbécil - mascullo para mí mismo, mientras me acerco a duras penas hasta la botella -. Cógela, bébetela, alcanza a Hashi, hazle las mismas heridas que te ha hecho, enciérrala, mata a Link y a Zelda. Esto solo es un retraso.
Pero en cuanto cojo la botella con mis manos torpes, entiendo la perfección del plan de Hashi. Al romperme las clavículas y desgarrar los músculos de los hombros, me ha permitido una movilidad relativa, pero muy reducida; y desde luego, no el control y la fuerza necesarios en los dedos para abrir una botella de poción roja. Será un milagro si dentro de tres días he logrado abrirlo.
Eso, si logro abrirlo.
La forma de pensar de esta niña es diabólica. Ha dejado a mi alcance mi salvación, pero de un modo que no puedo usarla. Desde luego, podría romper la botella y lamer lo poco que no se derrame, pero ella sabe que no me arriesgaré.
Agarro como puedo la botella con la mano derecha, y tiro del corcho con la izquierda. Me provoca un dolor lacerante en los hombros, como si me hirieran con espadas al rojo vivo, y los tendones de las manos y dedos también se resienten, como pequeñas cuerdas de agujas que se me clavasen desde dentro.
El tapón no se mueve ni un milímetro.
Apretando los dientes, vuelvo a intentarlo, una y otra vez, hasta que noto que el tapón cede mínimamente. No sé cuántas horas me lleva cada pequeño avance, cuántas veces se me reabren las heridas, cuánta sangre derramo, pero no es imposible de lograr y sé que tarde o temprano podré escapar de aquí y hacérselo pagar.
Centrado como estoy en mi tarea, no oigo los pasos que vienen del exterior, ni veo a la figura del otro lado del lago hasta que me habla.
-Por las diosas, ¿qué tipo de aberración eres?
En fin. Debí suponer que Hashi no iba a dejarme con vida.

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viernes, 21 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XII)

Hashi

Me pesan los párpados... no puedo abrir los ojos. ¿Qué está...? Todo da vueltas, hace frío. No puedo... ¿Link? ¿Midna?
¿Link?
Link, Link, Link, Link...
Vuelvo a sumergirme en las brumas de la inconsciencia repitiendo mentalmente su nombre, tratando de llegar hasta él como lo hacía cuando era un espíritu libre e inmaterial, pero mi cuerpo está aquí y es pesado... tan pesado que me ata al suelo helado y me impide hacer nada que no sea centrarme en mi dolor y en mi desesperación.
Link... ¿dónde estás?
En la neblina continua de la seminconsciencia, siento unos dedos muy fríos que me acarician la frente, tratando de calmar el dolor y el martilleo de mi cabeza. Abro los ojos, y dado que no he logrado hacerlo hasta ahora, sé que estoy soñando. Sin embargo, no me importa, todo me sirve con tal de alejarme de esta sensación de inmovilidad.
Tardo unos segundos en enfocar la vista, y los paisajes del sueño son borrosos, difusos y oscuros, como si alguien hubiera derramado agua sobre una acuarela. Entrecierro los ojos, tratando de ver algo, pero las manos frías vuelven a acariciarme la frente y miro hacia arriba, para tropezar con los ojos candentes como brasas que ya me son familiares.
-Hola, pequeña - susurra, y su voz es tan suave y sedosa como una mortaja, y me asfixia del mismo modo.
Cierro los ojos, trato de no responder, porque sé que cualquier palabra que diga puede conducirme a la muerte... y no puedo moverme, estoy atrapada en este maldito cuerpo que me impide volar, desvanecerme en el aire, ser libre.
-No te preocupes - susurra, sin dejar de acariciarme la frente -, ya falta poco. Pronto despertarás.
-¿Despertaré? - pregunto a mi pesar. 
Él asiente y fija los ojos en el horizonte, distraído.
-Tienes que aguantar, pequeña. Cuando despiertes, aguanta. Yo no dejaré que te maten.
Jadeo, nerviosa, pero aún tengo fuerzas suficientes como para no rendirme así como así.
-Qué... galante por tu parte - digo, con sorna -. No me esperaba eso de ti.
Él vuelve a fijar sus ojos rojos como la sangre en los míos, y el pelo blanco le cae como una cascada a ambos lados del rostro.
-No lo hago por bondad, Hashi. No intentes entender mis motivos... hay formas más agradables de caer en la locura, si es lo que buscas - me explica, con una expresión de falsa amabilidad -. Simplemente resiste a lo que pase cuando despiertes. Yo te encontraré.
-Prefiero estar muerta que en tus manos - escupo, furiosa; furiosa conmigo misma por ser tan débil, furiosa por mi indefensión, furiosa por no saber dónde está Link -. ¿Lo entiendes? Preferiría morir.
Sin embargo, mi rabia no parece afectarle. Me aparta el pelo de la frente con una caricia que es una parodia de ternura, y acerca mucho su cara a la mía.
-Ya lo veremos, pequeña. Ya lo veremos - dice, y me besa en la frente como hacen las madres hylianas con sus hijos.
De nuevo, su contacto me corta la respiración y me hiela la sangre en las venas. De nuevo, es como si me hubiera tirado de cabeza a un glaciar, y el frío y la oscuridad absorbiesen mi vida y mi fuerza.
Despierto.

-... asegúrate de que está bien sujeta, Myrho, antes de conectarle las agujas. Si se mueve demasiado, podría hacerse heridas con ellas y desangrarse, y entonces el señor Dark... - la voz se interrumpe, estremecida, y luego sigue hablando -. Simplemente encárgate de que esté bien sujeta.
Abro los ojos, lo que me cuesta un esfuerzo titánico, y me encuentro con la figura conocida de Myrho, el paje que yo consideraba mi amigo, ciñendo casi con rabia unas correas de cuero a mi tobillo derecho. 
Estoy atada a una mesa, totalmente inmovilizada; correas similares sujetan mis muñecas, mis codos, mis hombros y mi torso, y también tengo otra en las caderas y varias en cada pierna, haciendo imposible cualquier movimiento. Incluso hay una correa ciñendo mis sienes, impidiéndome algo tan nimio como girar la cabeza.
-Ya está, Maestro - dice Myrho, y yo trato de hablar, de preguntar qué está pasando, pero ni siquiera puedo despegar los labios.
-Bien, bien, buen trabajo, muchacho. ¿Crees que serás capaz de ponerle tú mismo las agujas?
El twili que habla sigue fuera de mi ángulo de visión, pero Myrho parece dudar.
-Son mucho más gruesas de las que estoy acostumbrado a usar, Maestro. Preferiría que vos me hiciérais una demostración antes.
-Espléndido, espléndido - responde el maestro con alegría, y un twili de ojos saltones y nariz muy chata se inclina sobre mi brazo izquierdo, con una brillante aguja de plata en la mano derecha -. Mira, primero busca la vena, ¿ves? - dice, mientras comienza a apretar la cara interna de mi codo con fuerza, tratando de que las venas se marquen. Me hace un daño terrible, y tarda un buen rato en escoger una de su gusto - ¿Ves esta, qué azul y que gruesa? Esta será adecuada - y me clava la aguja en el brazo, sobre la vena. 
El dolor es tremendo y trato de revolverme, pero las ataduras hacen su trabajo, anclándome a la mesa, y lo único que puedo hacer es dejar escapar tenues gemidos entre dientes. Myrho me acaricia la cabeza con descuido, como si fuera un perro, mientras su Maestro me clava otras tres agujas en el mismo brazo. Luego, el joven twili le toma el relevo, clavando agujas en mi brazo derecho y en mi cuello, y para cuando llega a las piernas, yo ya estoy gritando como una posesa.
-Maestro, ¿no convendría hacer que se callase? La van a oír en todo el palacio.
-Eso da igual, muchacho - replica su Maestro, trajinando fuera de mi ángulo de visión -. En el resto del palacio hay escaramuzas armadas, a nadie le van a importar los gritos de una mocosa, y menos los de la mocosa hyliana.
Yo gimo entre dientes, aguijoneada por el dolor de todas las agujas que torturan mi piel; puedo contar dieciséis, y Myrho aún no ha acabado. Me clava todavía dos más en las plantas de los pies, a lo que respondo con tenues gemidos agotados.
-¿Está lista, muchacho?
-Desde luego, Maestro - responde Myrho, mirándome con atención -. Tiene los ojos de un color un poco más claro que cuando llegó aquí, ¿verdad?
-Déjate de paparruchadas, muchacho. ¡Gira la rueda! Tenemos que empezar a extraer la sangre mágica.
Yo gimo y me revuelvo, mareada, mientras el anciano twili va girando pequeñas ruedecitas que hay sobre cada una de las agujas y fuera de mi campo de visión, Myrho hace girar un mecanismo que comienza a succionar la sangre de mis venas.
Aúllo, chillo, grito con todas mis fuerzas hasta que mi voz se enronquece, y ni siquiera entonces me detengo. El dolor es terrible y me convierte en un animal acosado, una criatura débil e indefensa que no puede si no gritar de pura desesperación. Oigo a Myrho y a su Maestro hablar a gritos por encima de mis aullidos desesperados, pero de pronto se quedan en silencio y una voz que conozco bien inunda toda la estancia.
-... en el Circo del Espejo, no aquí.
-La sangre de la chica abre el portal en sitios indeterminados, señor. Temo que la muchacha esté vinculada a vos, puesto que ya es la segunda vez que nos conduce a...
-Ya - le corta la sombría voz, como cristales de hielo -. Pues entregádmela. Yo he cumplido mi parte del trato; los Moblins asedian ya Lanayru y la Ciudadela. Dadme a la niña.
-Mi señor - objeta el Maestro, con voz temblorosa -, no habéis matado a Link.
Casi puedo oír la sonrisa siniestra del Oscuro.
-¿Queréis ver a Link y a Midna separados? Dadme a la niña. Separados serán más débiles de lo que jamás lo serán unidos. Link me seguirá a donde quiera que lleve a la mocosa espíritu, y Midna quedará sola y a vuestra merced.
-De acuerdo, mi señor - farfulla el Maestro -, sin embargo, hay aún un problema... no hemos logrado estabilizar el portal. Necesitamos mucha más sangre para mantenerlo abierto, y la niña...
-¿Os valdría con eso? - le corta una vez más, y yo me doy cuenta de que empieza a impacientarse.
-La Sombra Fundida... - exclama el Maestro con una mezcla de asombro y devoción -. ¿Cómo la habéis conseguido?
-Estaba allí donde Midna y Ganondorf se enfrentaron por última vez. No sé si aún le queda poder, rota como está, pero no me cabe duda de que sabréis aprovechar lo que le reste, ¿verdad? - la última palabra, puedo apreciar, no es una pregunta, si no una orden, y sé que el Maestro no se atreverá a desobedecerla.
-Por supuesto, señor.
Durante unos momentos extraordinariamente largos, no se oye absolutamente nada, salvo el chasquido de los extraños aparatos que manejan el Maestro y Myrho, y la respiración de depredador de el Oscuro, que aguarda, salvaje, decidido a arrastrarme con él.
"Aguanta."
Por algún extraño motivo, no puedo simplemente dejarme morir. Algo me impulsa a seguir adelante, a intentar sobrevivir, aunque sea en manos de ese engendro, y a escapar de él. A seguir adelante.
¿Será otra de las extrañas emociones que vienen con este cuerpo?
-¡Ya está, Maestro!
-¡Bien muchacho!
-Menos celebraciones, y dadme a la cría - interrumpe el Oscuro, y yo me estremezco. 
Myrho me clava otra aguja en el cuello e inyecta algo en mis venas, como seguramente hizo esta noche mientras dormía para traerme hasta aquí. Siento como todo mi cuerpo se adormece de nuevo, y solo entonces comienzan a retirar las agujas y a soltar las correas. Tardan solo unos pocos minutos en hacerme pasar a través del portal y depositarme en los brazos de quien me ha comprado como una mercancía.
-Siempre es un placer hacer negocios con ustedes, señores - se despide el Oscuro, burlón, mientras se gira conmigo en brazos.
-¡No olvides acabar el trato! ¡Aún quedan Zelda y Link!
-Desde luego que no lo olvidaré, maldito twili - murmura el Oscuro, tan bajito que estoy prácticamente segura de que solo yo le oigo -. Por cierto, hola, Hashi. Cuánto tiempo sin vernos. Creo que no nos hemos presentado, me llamo Dark Link. ¿Cómo te llamas tú?
Trato de responderle con algo, pero ni siquiera soy capaz de hablar. Dark sigue avanzando a largas zancadas garganta abajo por la Montaña de la Muerte.
-Disculpa nuestra nueva ubicación, pensaba recogerte en el Patíbulo pero en realidad, esto me viene incluso mejor. He estado buscando un lugar donde dejarte mientras acabo mis asuntos con Zelda y con Link, y creo que he dado con el lugar perfecto. Te aseguro que estarás muy cómoda.
Cada palabra que dice es una burla, y yo me trago las lágrimas simplemente porque no quiero darle la satisfacción de verme llorar.
-Ah, por cierto, Hashi, no se te ocurra pensar ni por un segundo que esto es un rescate. En menos de unas horas, estarás rogando haber muerto en esa diabólica mesa.

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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XI)

Link

Accidentes. Es la respuesta que me da todo el mundo, y no hay vuelta de hoja. Hashi ha sido herida repetidas veces por accidente. Excepto la mujer que le cortó el pelo, que ha parecido insinuar que la hirió para complacer a Midna, todos los demás insisten en que la hirieron por accidente, incluido el alfarero que dejó una vasija rota en el camino de la niña.
Puede que esté paranoico y en realidad no haya de qué preocuparse, pero no me cuadra que Hashi haya recibido todas esas heridas sin más. Y si Midna no se equivoca y hay gente en la corte que no quiere reconocerla como legítima soberana, es posible que el Palacio del Crepúsculo no sea ni mucho menos un lugar seguro para Hashi y para mí.
No sé qué hacer. Obviamente no puedo irme y dejar a Midna sola, pero tampoco puedo echar a Hashi de mi lado a un lugar donde esté a salvo, porque no sé qué sería de ella. Hashi fue creada para traerme aquí, y es mi responsabilidad cuidar de ella.
Midna sabrá qué hacer. Ella es la Princesa del Crepúsculo, al fin y al cabo, y estoy seguro de que sabrá qué hacer para mantener la corte bajo control.

-Bueno, tal vez Hashi deba regresar a Hyrule, ¿no?
Sus palabras son como un mazo para mí. Por un segundo tengo la sensación de que no la he entendido, pero su sinuosa sonrisa no miente; Midna no quiere a Hashi aquí.
-¿Por qué dices eso? - pregunto, aturdido, ya que este comportamiento no es propio de ella. 
Midna se encoge de hombros, frustrada.
-El palacio es un hervidero desde que llegasteis. Mi posición en el trono era de por sí inestable, porque por increíble que resulte, Zant no solo era un loco si no además un loco convincente. La mitad de mi pueblo sigue rechazándome en el trono, y la otra mitad duda, ya que loco o no Zant era un noble y tú y yo lo matamos. Los cargos de gobierno aún están en manos de los leales a Zant, y arrebatárselos será una tarea dura; todo eso me hace estar en una posición delicada.
.¿Y qué tiene que ver Hashi en esto?
Midna suspira y se sienta, masajeándose las sienes con los dedos.
-Hashi y tú, Link. Los dos hylianos, uno de ellos el asesino de Zant, y la otra una "niña espíritu" con poderes que nadie sabe muy bien cómo juzgar. Mi pueblo no quiere a un hyliano en el trono, y menos cuando ya se habían iniciado las negociaciones de matrimonio y todos creían que un noble twili gobernaría a mi lado. Y de repente llegas tú, el héroe de Hyrule, aunque en el Crepúsculo nadie sabe bien cómo juzgarte...
-¿Qué no saben cómo juzgarme? - estallo, enfadado - ¡Zant los convirtió en marionetas, eran poco más que sombras!
-Pero no lo recuerdan - me explica Midna, con paciencia -, ni siquiera saben por sí mismos de la alianza entre Zant y Ganondorf. Lo último que recuerdan son los momentos previos a la coronación, cuando Zant los sedujo con promesas de conquistar Hyrule, de un mundo mejor para todos nosotros, "confinados para siempre en este lugar de destierro". Luego yo "desaparecí", exiliada en Hyrule con aquella absurda forma, y Zant tomó el control durante un tiempo antes de esclavizarlos.
-No te creen - murmuro, entendiendo -. En el fondo creen que todo ha sido un complot, que te fuiste antes de la coronación por algún tipo de capricho y volviste reclamando el trono a sangre y espada. Que tú misma los aprisionaste.
-Exactamente - suspira Midna -. La única esperanza que tenía de afianzar mi gobierno era casándome con uno de los leales a Zant, probablemente mi Consejero Mayor, que era su seguidor más acérrimo... y ahora he decidido casarme contigo, y no solo eso, si no que tengo un arma hyliana revoloteando a nuestro alrededor a todas horas.
-¿Así es como ven a Hashi? ¿Cómo un arma?
Midna entrecierra los ojos con expresión peligrosa.
-¿Cómo la llamarías tú? ¿Cómo llamarías a una criatura capaz de convocar espadas de luz y abrir portales que podrían traer un ejército desde Hyrule en cuestión de segundos?
-¡Es una niña!
-Una niña potencialmente peligrosa - puntualiza Midna, haciendo un gesto amenazador con el dedo y con voz ronca, y entiendo que está imitando a sus opositores, probablemente a ese Consejero Mayor al que ha mencionado.
Yo suspiro y la abrazo, porque no sé qué más decir.
-Entonces, no querías que se fuera por celos - murmuro, aliviado.
Midna se separa un poco de mí y me mira con una sonrisa apretada y las cejas bajas, como si tuviera miedo de lo que está a punto de decir.
-Tal vez un poco sí - susurra -. Sé que no debería, pero pasas tanto tiempo con ella...
-Cuando tú estás en tus reuniones de estado - objeto, ofendido, pero ella sacude la cabeza.
-Lo sé, lo sé. Sé que no es culpa tuya. No dudo de ti, Link. Solamente es que... me cuesta controlarme.
No respondo porque no tengo nada que decir y sigo abrazándola, tratando de darle unos momentos de paz en medio de toda la locura que acaba de contarme. Si es cierto lo que dice, cuando nos casemos deberé defender mi posición en el trono a toda costa... y será duro, porque es un honor que un campesino ordoniano, que al fin y al cabo es lo que soy, ni quiere ni merece. Pero, dado que apenas alcanzo a atisbar todo lo que Midna está revolviendo para mantenerme a su lado, yo también tendré que luchar por estar junto a ella.
-Estamos juntos - murmuro, un segundo antes de que todo se rompa en pedazos.
Nueve twili armados con espadas y lanzas y vestidos con sus armaduras esmaltadas irrumpen en las habitaciones de Midna entre agudos gritos de batalla. Yo me separo de ella y busco mi espada, dispuesto a defenderla cueste lo que cueste. De un solo salto me interpongo entre los atacantes y mi futura esposa, blandiendo la espada con furia, y me lanzo sobre ellos sin dudar. Con un solo tajo en círculo elimino a dos de ellos, y un tercero intenta clavarme su lanza; salto hacia atrás, interpongo la espada y me alejo aprovechando el impulso de la lanza.
Apenas un paso por detrás de mí, Midna no necesita defensa ninguna. De sus manos salen ondas de energía con las que va barriendo a los atacantes; su rostro muestra una salvaje expresión de rabia mientras sus cabellos cobrizos se arremolinan por los proyectiles que lanza; es como una diosa de la guerra, hermosa y terrible.
-¡Link! - me grita, volviéndose hacia mí apenas un instante - ¡Mátalos! ¡No sé cuánto tiempo más podré aguantar!
Asiento rápidamente y salto con la espada en alto, bajándola en el último segundo sobre el cráneo de uno de los atacantes, que revienta en una explosión de sangre; caigo al suelo, trastabillo un segundo antes de recuperar el equilibrio, y en ese intervalo de tiempo uno de los twili consigue clavarme su lanza en el costado, justo bajo el brazo.
Se me escapa un grito de dolor, y jadeo, apretando los dientes. Sin embargo, no dejo que eso me detenga y lanzo una rápida estocada al twili que tengo más cerca; sin embargo, me muevo más despacio de lo que esperaba, como si el tajo me hubiera hecho perder mucha fuerza. Nunca me había pasado algo así con una herida, y me cuesta bastante más esfuerzo de lo que acostumbro frenar la lanzada que me devuelve el twili.
Energía... es como si hasta ahora, por muchas heridas que sufriera, siempre hubiera una reserva de fuerza inagotable para mí. Una energía exterior... de un hada, un dios o...
O un espíritu.
Atravieso la garganta del twili con rabia, dándome cuenta de pronto de lo que he sabido desde un principio.
Hashi siempre ha estado conmigo.
Siempre.
Otro twili me ataca con su espada, pero yo le corto la mano antes de que tenga tiempo de completar el arco, al tiempo que una preocupación intensa por Hashi nubla mi mente. ¿Dónde está? ¿Estará bien?
Midna derriba al último de los twili con una descarga de energía, y yo cruzo una rápida mirada con ella.
-Voy a buscar a Hashi - le digo, dándome cuenta de que no hay tiempo para más explicaciones, ni para decirle lo que acabo de descubrir.
Midna me devuelve una mirada gélida.
-Vendrán más - me dice, con el rostro inexpresivo.
Yo señalo los cuerpos calcinados de los twili.
-Podrás apañarte con ellos, estoy seguro.
-¿Y si no?
Hay algo en su voz que me dice que lo que responda ahora determinará muchas cosas, pero simplemente no puedo dejar que la criatura que me ha protegido todo este tiempo muera ahora que está atrapada en un diminuto cuerpo hyliano.
Ella lo ha dado todo por mí.
-Podrás con ellos - repito, mirándola seriamente -. Volveré enseguida.
Ella se gira hacia la ventana con la cabeza muy alta, sin dirigirme siquiera una palabra.
-Te quiero - le digo, antes de darle la espalda yo también y salir a los pasillos del palacio, decidido a encontrar a Hashi cueste lo que cueste.

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lunes, 17 de diciembre de 2012

Twilight Princess (X)

¡Hola!
   Dadme un segundo para una pequeña interrupción :) Me llamo Luna y como ya sabréis, soy autora de este fic, aunque he de resaltar que los dos primeros capítulos los escribimos en agosto Óliver Sanz (el primero, el de Link) y yo (la primera aparición de "Hashi") tras acabar el Twilight Princess, para expresar un poco lo que sentíamos; no era algo que tuviera intención de ir a más. Pero hace algunos días, algo me impulsó a continuar esta historia... y aquí la tenéis.
    Este es mi primer Fan Fiction, y la verdad, no tengo demasiado claro qué hacer. Es decir, me manejo relativamente bien escribiendo mis propias historias de ciencia ficción y fantasía épica, pero no estoy muy segura de que en un fic las cosas se hagan del mismo modo, así que agradezco consejos e indicaciones, críticas y todo lo que os apetezca aportarme (nota: con crítica me refiero a crítica constructiva, si vas a escribir "es una mierda porque te inventas cosas y eres imbécil" pues por mí vale, pero no esperes que te lo agradezca u.U) . Asimismo, si os gusta lo que hago y se lo recomendáis a vuestros amigos me haríais un gran favor, porque en mi círculo no hay muchos aficionados a The Legend of Zelda y ya sabéis, cuando haces algo con lo que disfrutas te gusta que la gente lo vea ^-^ También agradezco que os pongáis en contacto conmigo para decirme si os va gustando lo que escribo, porque de otro modo, la sensación es la misma que la de estar hablando sola. Dado que imagino que me habréis encontrado por Twitter, ya sabréis cuál es, y si no, tengo ask (usuario "Gladiatrix", Luna Sanz) y podéis dejar comentarios en el blog :)
      Y creo que eso es todo por ahora; debo añadir que intentaré subir capítulos de manera regular, un día sí y un día no cuando la Facultad lo permita, y cuando esté más liada, prometo que no os dejaré sin al menos uno por semana :) Ah, y no sé cómo de larga será la historia, la intención es que tenga bastantes capítulos, pero no la eternizaré para que acabe convertida en la versión hyliana de "Lost" xD
     Eso es todo, chicos. Os dejo con un personaje que, lo intentéis disimular o no, os encanta ;)

* * *

Dark Link

Nada ha cambiado desde hace semanas en Gerudo.
Todo permanece exactamente igual desde que Midna cerró la puerta que nos unía con el Crepúsculo, todo sumergido en una nube de felicidad y alegría realmente vomitiva. No es así como debería ser una posguerra, y no es así como debería ser nada.
De una patada envío una calavera a rebotar por las escaleras del coso, mientras envaino y desenvaino la espada de modo compulsivo. Necesito acción, necesito pelea y necesito sangre, llevo demasiado tiempo encerrado en una maldita cueva bajo las arenas. Necesito hacer algo antes de enloquecer de frustración en este maldito páramo, necesito...
Necesito matar a Link y a Hashi.
Pero esa maldita cría se ha llevado a Link fuera de mi alcance, ha demostrado ser un poco más astuta de lo que yo creía. También es que yo me he comportado como un idiota dejándola marchar; debí matarla, matar luego a Link y entonces asolar Hyrule, encargarme de que nunca tuvieran esa maldita paz que les han dejado Link y Midna.
Pero Link está en otro mundo, seguramente revolcándose con la Zorra del Crepúsculo y la niñata espíritu, y yo estoy aquí en medio de ninguna parte y sin medios para hacer nada. Debería organizar a los moblins que siguen aquí y lanzarlos contra Hylia, pero aún tengo demasiada rabia encima y sé que si lo intentara, los mataría a todos antes de conseguir convencerlos.
Así que me encierro aquí, donde nadie se atreve a acercarse, tratando de calmar mi odio lo suficiente para hacer algo útil con él.
Desenvaino la espada otra vez y la descargo contra cuantas calaveras encuentro a mi paso, tratando de encontrar calma en la destrucción, pero solo logro recordar la estúpida sonrisa de Link y la alegre cara de su mocosa.
Esa niñata me desafió, y yo se lo permití. No solo se lo permití, si no que además disfruté con su desafío, me resultó agradable verlo.
Aprieto el puño, furioso.
No volverá a ocurrir.
De pronto, veo un óvalo de neblina formarse unos pocos metros por delante de mí; aprieto la espada con fuerza, dispuesto a descargarla contra cualquier cosa que salga de ahí, pero el portal parece cubierto por un cristal, o por una película de agua.
-¿Hola? ¿Hola? ¿Quién está al otro lado, por favor?
Me acerco con precaución al óvalo por un lateral, manteniéndome fuera del ángulo de visión de quien quiera que esté hablando.
-¿Hola?
-Hola - replico, con mi voz más torva. 
En el espejo aparece un twili de nariz chata y ojos saltones que escudriña el terreno por delante de él, buscando el origen de mi voz.
-Hola, lo siento pero no veo a nadie, no sé si es que el portal no funciona o...
-Funciona perfectamente, pero yo no quiero dejarme ver - le corto, tratando de sonar amenazador.
El twili asiente, nervioso, pero no para de hablar.
-¿Con quién hemos dado? Hemos abierto el portal casi a ciegas, no sé exactamente...
Resoplo y me pongo delante del rostro del estúpido twili, que da un respingo aterrado.
-¡Link! Vos estabais... vos no... - de repente me observa con más atención, entrecerrando los ojos -. Tú no eres Link.
-Bravo por tu inteligencia - gruño, mientras me apoyo el filo de la espada en el hombro -. ¿Quién eres, qué quieres y cómo has llegado hasta aquí?
-Oh, pues yo... verás, es absolutamente extraordinario... Link de Ordon, el que va a ser coronado monarca del Crepúsculo, trajo consigo a una niña extraordinaria, ciertamente extraordinaria... decía ser un espíritu encarnado, y por ello ser capaz de abrir portales entre mundos...
-La conozco - le corto de nuevo -. Das muchos rodeos, twili. Abrevia.
-Entenderás que a ninguno de nosotros nos hizo gracia la invasión. Un extranjero, no solo extranjero si no que además de otro mundo, sentado en el trono del Crepúsculo...
-No veo qué tiene que ver eso con la niña, racista engreído.
El twili aprieta las mandíbulas y yo le dedico mi sonrisa más siniestra, lo que le hace tragar saliva.
-Hemos... extraído... tomado muestras, digamos... de la sangre de la niña. De diversos modos. 
-¿Habéis cogido sangre de Hashi? - pregunto, intrigado. 
El twili asiente, al parecer satisfecho.
-Y con mucha astucia, he de decir. Lo hemos camuflado como una serie de accidentes, y recogido la sangre de distintos modos; en pañuelos empapados en sangre que hemos escurrido, vasijas, vasos y cuencos...
Por un segundo me imagino a Hashi acurrucada en un rincón de una habitación oscura, cubierta de cortes, con las mejillas manchadas de sangre y lágrimas y su mirada desafiante. La visión me hace estremecer de puro gozo.
-... con esa sangre y una serie de artefactos cuyo funcionamiento temo que no entenderías, hemos logrado abrir un portal.
-¿Con la sangre de la niña?
El twili asiente, al parecer muy orgulloso de sí mismo.
-Disuelta en agua para no malgastarla, sí. El poder que le permite abrir portales está sobre todo en su sangre; en su pelo no hay ningún indicio de magia.
Por un momento, recuerdo la creación de Hashi; cuando vi aquel destello de luz en el centro del Circo del Espejo y de pronto apareció un cuerpecillo blanco y delgado, desnudo y sin pelo. Como varias luces dieron una serie de vueltas en torno a él, flotando, casi juguetonas, hasta que una mayor se introdujo en su pecho y aquel cuerpo comenzó a respirar. Recuerdo como las tres lucecitas restantes giraron un par de veces más y se deslizaron desde su cabeza desnuda hasta sus rodillas, haciendo aparecer la negra melena y más tarde, creando el vestido blanco.
Sí, es lógico. El espíritu entró en el cuerpo de Hashi cuando aún estaba calva y desnuda, y por lo tanto la magia no llegó a los cabellos.
-¿Y solo con un poco de sangre de la niña puedes cruzar a este mundo?
-Sin disolver, supongo que sí. Disuelta... - el twili extiende una mano hacia mí, pero choca contra algo, como si hubiera un cristal interpuesto entre nosotros -. Pero si decides ayudarnos, podremos obtener más sangre. La suficiente para no disolverla.
-¿Ayudaros a qué?
-Midna no acaba de entender que no todos los que apoyábamos a Zant lo hacíamos obligados. Muchos de nosotros éramos plenamente conscientes de lo que hacíamos, queríamos la gloria, queríamos a Zant como gobernante y queríamos dominar Hyrule, aunque hubiéramos de compartirlo con Ganondorf. Ahora Midna está en el trono, trata de expulsarnos a todos y por si fuera poco, se va a casar con ese... con ese...
-Santurrón - aporto, con una parodia de sonrisa amable.
-... con esa caricatura de héroe. Nos expulsará del gobierno, perderemos nuestro poder... apenas seremos sombras de lo que fuimos.
-¿Y qué quieres de mí?
El twili me dedica una sonrisa taimada, casi diría que peligrosa.
-Quiero amigos, aliados que deseen conquistar Hyrule. Te sentaré en el trono de Hylia, te entregaré a Zelda si ese es tu precio. Mata a Link, ayúdanos a conquistar Hyrule para la sombra y tendrás todo cuando puedas desear.
Trato de que mi cara no delate la alegría que siento; este maldito twili me viene como caído del cielo. Ni en sueños podría haber deseado una ocasión mejor.
-No quiero a Zelda - digo, sonriente -. Zelda debe morir. Esa maldita dinastía tiene que desaparecer, los dos héroes de Hyrule, Link y Zelda, deben despedirse de la vida. Sus nombres deben olvidarse, disolverse en el pasado. Mataré a Zelda al igual que a Link, y tú me lo agradecerás, porque no habrá nadie para disputarte el trono.
-He de entender, por lo tanto, que tampoco quieres Hyrule...
Niego con la cabeza, pensando que nadie en su sano juicio querrá reinar sobre las praderas de hierba quemada y huesos calcinados en los que convertiré Hyrule cuando acabe con mi venganza. Juro que a mi paso solo quedará devastación.
-Quiero a la niña.
El twili tuerce el gesto, molesto.
-Es muy probable que la niña espíritu muera en el proceso de apertura del portal. Si queremos abrirlo y anclarlo.. quiero decir, mantenerlo abierto, necesitaremos mucha sangre. Mucha.
-Me da igual - siseo, furioso -. Me la podéis dar medio desangrada o moribunda, yo me encargaré de sanarla. Dadme a esa niña viva, y pondré Hyrule a vuestros pies. Negaos... bueno, prácticamente estoy seguro de que no queréis saber qué ocurrirá si os negáis, ¿verdad?
El twili asiente, tragando saliva, y yo le dedico una sonrisa satisfecha antes de darle la espalda y despedirme con un gesto por encima del hombro.
-¡Espera! - chilla, angustiado - ¿A dónde vas?
-¡A organizar a los moblins supervivientes! - respondo con desidia, pensando cómo un hombre tan inteligente como para abrir una puerta entre mundos puede ser tan estúpido - Comenzaré la conquista de Hyrule ya. Tú deberías ir matando a Midna o haciendo lo que tengas que hacer en el Crepúsculo.
-Volveré a contactar contigo dentro de tres días, cuando ya tenga a la niña - me dice, y yo le respondo con un gesto que podría interpretarse tanto como un asentimiento como una negación.
Al fin y al cabo, me divierte lo inimaginable tenerlos a todos en ascuas.
-¡Espera! - grita el twili una vez más - ¿Cómo te llamas?
-Puedes llamarme Dark Link, si quieres - le respondo, sin girarme mientras me alejo -. Al fin y al cabo, es lo que soy.

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