martes, 25 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XIV)

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La rebelión que Midna temía ha estallado, y no precisamente a pequeña escala. Todos y cada uno de los guardias, todos y cada uno de los soldados del Palacio del Crepúsculo están en pie y atacándonos, se han vuelto contra nosotros. Los criados de Midna han huido, y los pocos leales a ella se desangran en sus habitaciones y en los pasillos.
Los twili rebeldes no cesan de atacarme, y no puedo evitar echar de menos la Espada Maestra. Hubiera acabado con ellos mucho más rápido de tenerla, pero ahora solo puedo confiar en mis propias habilidades; ni siquiera tengo a mano el arco y las flechas, o el boomerang, o cualquier cosa que pudiera darme una ínfima ventaja; incluso he dejado atrás el escudo en mi precipitación por ayudar a Hashi.
Y soy un blanco fácil. Soy el único hyliano en todo el Palacio, y todos saben que es a mí a quien hay que eliminar; que yo soy el regicida, el que mató a Zant. Y un gorro picudo y unas ropas verdes no son ropa que llame poco la atención en el Crepúsculo, donde todos visten etéreas ropas negras y azules.
A pesar de todo, logro superar las pruebas que se me imponen. Esta es la batalla más dura que recuerdo en mucho tiempo, porque he dejado atrás al amor de mi vida por salvar a la que considero una mezcla entre hija y hermana... y que muy probablemente ya esté muerta. Mis fuerzas están al límite de su resistencia, y yo mismo estoy a punto de derrumbarme en demasiadas ocasiones.
Pero no puedo hacerlo. He superado pruebas mucho más duras.
El último soldado al que interrogué me envió a los sótanos del palacio, un eufemismo para referirse a las mazmorras. En teoría, aquí está el "laboratorio" del Consejero Mayor, y es donde, según él, llevaron a Hashi. Son un condenado laberinto de piedras negras donde los gritos reverberan durante minutos, reproducidos por los ecos. Es imposible orientarse aquí. 
Con un suspiro, me siento en una hornacina que supongo que un día albergó una estatua, tratando de recuperar el aliento; al menos, la herida del costado ha dejado de sangrar. Los brazos me arden, pero sé que he eliminado a gran parte de los soldados que se oponían a Midna y eso me proporciona una mínima alegría, me hace confiar en que la estoy ayudando a controlar esta revuelta.
De pronto, oigo el sonido inconfundible de la marcha de soldados, y de muchos; me pongo en pie y me agazapo contra la hornacina, confiando en confundirme entre las sombras, porque si dan conmigo, no tengo ninguna esperanza de sobrevivir. Si vienen tantos, es que ya saben que estoy aquí, y están dispuestos a cualquier cosa con tal de eliminarme.
Sin embargo, los soldados pasan de largo del pasillo donde yo estoy; siguen recto por un pasillo más ancho, con sus pasos resonantes por el metal de las armaduras amplificados por los ecos de la laberíntica mazmorra. Cuando el último de ellos pasa, salto desde mi escondite y los sigo a una distancia prudencial, tratando de no perderlos de vista. No se me ocurre ningún motivo por el que tal número de soldados, bien disciplinados y armados, crucen las mazmorras, y me siento obligado a descubrirlo.
Acaban entrando en una sala bien iluminada; yo me quedo pegado a la pared junto a la puerta, escuchando.
-Capitán, ¿tiene los mapas?
-Sí, mi señor.
-Bien. Lanayru ya está siendo ocupada, recomiendo que bajéis por Eldin, arrasando todo a vuestro paso, y que os dirijáis a Farone. La región de Latoan caerá cuando os hagáis con Farone; solo la habitan campesinos analfabetos, ningún guerrero. Serán fáciles de destruir.
-¡Sí, mi señor! - replica el capitán en tono marcial, y yo me estremezco; van a tomar Hyrule.
-De acuerdo. Arrasad la aldea de Kakariko, entonces, y dirigíos al sur, hacia Farone. Yo me reuniré con las fuerzas moblins y con nuestro aliado en la Ciudadela para sitiarla. Si todo sale como esperamos, tomaremos el Castillo de Hyrule y derrocaremos a la Princesa Zelda rápidamente. ¡Cruzad el Portal!
-¡Sí, señor! - replican al menos sesenta voces en tono marcial.
El Portal. Hashi está con ellos, solo ella puede abrir portales. Y, dado que es impensable que me traicione, no quiero saber qué le han hecho... cómo han pervertido su mente, cómo la han torturado o manipulado para obligarla a abrir un portal.
Los pasos de los soldados se van desvaneciendo en la nada a medida que saltan al portal convocado por Hashi, pero se ven ahogados por otros pasos, los de más soldados que vienen, dispuestos también a recibir instrucciones y ser tragados por el portal que los conducirá a Hyrule, a la conquista. Me escabullo todo lo rápidamente que puedo y me pierdo a toda velocidad en los oscuros pasillos de las mazmorras; debo volver a mi cuarto, recoger mis armas y cruzar ese portal hasta Hyrule.
Me paro en seco cuando pienso en Midna.
Midna. Ya la he dejado sola una vez para correr en pos de Hashi, y ahora, la dejaré sola de nuevo para salvar Hyrule una vez más. ¿Lo entenderá? ¿Se enfurecerá? Una parte de mí teme y desea que ya no se encuentre en nuestras habitaciones, que podamos evitar este enfrentamiento.
Sin embargo, quiero creer que lo entenderá, que puede entenderlo. Es mi responsabilidad, nací marcado por este destino. Soy el Héroe de Hyrule, y siempre debo anteponer a aquellos a los que protejo a mi propia felicidad... ¿verdad?
Ella partió al Crepúsculo sin siquiera decirme que me quería por el mismo motivo. Lo entenderá, tiene que entenderlo.
Lo entenderá.
¿Verdad...?

-Ese era el último batallón, Maestro.
-Muy bien, muchacho. ¿Cuántos han sido en total?
-Pues... - la voz del chico parece vacilar, y de pronto soy consciente de que está consultando papeles, pues no sabe las cifras exactas de memoria -, ah, sí. Setenta y tres batallones, lo que suponen una fuerza de... tres mil... tres mil seiscientos cincuenta soldados, trescientos sesenta y cinco subalternos al mando de estos, y setenta y tres capitanes al mando de los batallones. Cuentan con cinco subalternos cada uno, Maestro.
-Setenta y tres capitanes... podrían dar problemas llegado el momento. ¿Cuántos calculas que sobrevivirán?
Oigo el rasgar de una pluma contra el pergamino; el muchacho está haciendo cálculos.
-Se dice que los hylianos son feroces... lograron organizar una resistencia armada contra Zant, y eso que en aquel entonces apenas eran nada. Dado que esta guerra costará más bajas que la última... me atrevo a suponer que veinticinco sobrevivirán, si apostamos a la alta, Maestro.
-¿Y si no?
-Quince, Maestro.
-Bien, muchacho, bien. Has aprendido bien. Llegado el momento, esos quince capitanes ocuparán una posición mayor en la jerarquía de mi ejército, cosa que de haber sesenta y tres oficiales, no podríamos hacer... de entre los subalternos supervivientes, elegiremos a los nuevos capitanes. Nos granjearemos la lealtad de los ascendidos, y tendremos firme control sobre el ejército. Es algo que esa niña consentida debió aprender hace mucho, y que espero que tú no olvides, muchacho.
-No, Maestro.
Los dos se quedan en silencio unos momentos, mientras yo me muerdo el labio con fiereza. Una fuerza de cuatro mil soldados asolando Hyrule... el chico tiene razón, esta guerra no será como las anteriores. En esta habrá sangre y muerte, muchas más que la última vez, y será una carnicería. No seremos sombras inmóviles e inconscientes, si no enemigos enfrentados en un campo de batalla. Esta guerra... esta guerra debe ser detenida, o no imagino lo que puede pasar.
-Bien, Myrho. Voy a cruzar el portal ahora. Me reuniré con nuestro aliado y su fuerza moblin en Hyrule, en la región de Lanayru. Pronto atacaremos a esa horda de nobles incivilizados que habita en el Castillo de Hyrule, y acabaremos con la Princesa Zelda. Vigila el portal; asegúrate de que Midna es encontrada. Nos reuniremos pronto.
-Sí, Maestro.
Mordiéndome el labio con rabia, espero aún unos minutos más antes de entrar en la sala.
Un muchacho de unos quince años está sentado en un escritorio, observando con atención unos papeles en los que hay escritas cifras, y unos mapas. Con aire pensativo, desplaza monedas planas sobre los planos, tal vez organizando una estrategia. Tiene un cierto aire de aburrimiento, como si para él toda esta guerra no fuera más que un ensayo o un estudio.
Detrás del muchacho, sujeto a la pared, hay un marco de cristal hueco, con forma de afiligranados tubos entrelazados, recorrido por un fluido de un rojo profundo que fluye gracias a una noria de agua situada en su base, que parece bombear una especie de corazón de cuero impermeable; eso es lo que envía la sangre a través de las venas de cristal.
Dentro del marco no se ve la pared, si no un paisaje anaranjado que conozco bien; la Montaña de la Muerte. Seguramente esté en una de sus gargantas.
Hashi no está a la vista, pero el portal que ella ha creado está ahí, inmutable. Ella tiene que estar aquí, no hay otro modo de que ese portal siga abierto. No puedo ni pensar en la energía que le estará consumiendo, tanto tiempo como lleva abierto... de pronto, veo pedazos de un metal irregular que conozco bien, pues el pequeño duendecillo que era Midna cuando montaba sobre mi lomo lo estuvo buscando con ahínco hasta lograr dar con ello.
La Sombra Fundida.
Una magia antigua, tosca pero poderosa. Recuerdo que Ganondorf la destruyó mientras luchaba con Midna, que la rompió... y en cambio, ahí está, hecha pedazos, conectada a los tubos de cristal llenos de ese líquido rojo. Rojo como la sangre...
Saco la espada lentamente, para que no haga ruido al salir de la vaina, y me planto frente al muchacho twili, que me mira con expresión de terror.
-Chico - susurro - no vas a hacer ninguna tontería, ¿verdad?
Tembloroso, él niega con la cabeza. Yo asiento.
-Bien - si realmente no la hace, no tendré que matarlo -. ¿Quién eres?
-Myrho, el aprendiz del Maestro Zeilan, el Consejero Mayor del Crepúsculo. Yo no sé nada, no he hecho nada, sólo cumplía órdenes...
El rostro se me ensombrece al oír ese nombre; las sospechas de Midna eran bien fundadas.
-Vale, chico. Silencio. ¿Dónde está Hashi?
El rostro del chico adquiere una palidez casi lívida, y sus iridiscentes marcas azules titilan, trémulas, del color del hielo de los glaciares.
-Él se la llevó - susurra, al parecer aterrorizado.
-¿Quién? - insisto, pero él niega con la cabeza, sumido en un terror mucho más profundo que el que yo le provoco - ¿Quién, maldita sea?
-Él - repite, tembloroso, sin apartar la vista del filo de mi espada -. No me mates... por favor... yo no quería hacerle daño a Hashi... me obligaron...
Me quedo helado. ¿Le han hecho daño?
-¿Qué le habéis hecho?
-Ellos, fueron ellos... - responde, tembloroso, sin ser capaz de sostenerme la mirada -, el Maestro le sacó sangre para el Portal y él... él nos trajo la Sombra Fundida para mantenerlo abierto, y se la llevó... fue él... él la quería...
Aprieto los dientes y acerco más el filo de la espada a la garganta del muchacho inconscientemente. ¿Sangre? ¿La sangre que recorre los tubos cristalinos del Portal es toda... toda de Hashi? No puede ser. No puede estar viva después de esto.
Levanto la espada, decidido a acabar con la vida de este chico de un solo tajo.
Pero algo me detiene. Tal vez sea la súplica en los ojos del muchacho, tal vez sea la duda de mi propia conciencia, tal vez es que ni siquiera sumido en la rabia puedo olvidar mi sentido de la justicia. No lo sé. Pero tampoco estoy seguro que este chico sea culpable o inocente, un ambicioso aprendiz o una marioneta en las manos de alguien más poderoso.
No lo sé. y por eso no puedo simplemente bajar la espada y matarlo. Porque si lo hiciera, no sería mejor que Zant o Ganondorf.
Bajo la espada despacio, conteniéndome con todas mis fuerzas.
-Algún día pagarás por lo que has hecho, chico - susurro, y el aprendiz se levanta y echa a correr, huyendo del infernal laboratorio todo lo rápido que puede, aterrorizado.
Yo lo veo marchar, demasiado agotado física y psíquicamente como para seguirlo o exigirle que guarde silencio, pero al menos me queda el consuelo de que he hecho bien. Cuando llegué el momento, el chico tendrá que responder por sus crímenes, pero solo por los suyos, no también por los que yo le atribuya.
Me vuelvo hacia el Portal, respirando entrecortadamente. Tengo miedo, para qué negarlo. Tengo miedo de lo que me espera al otro lado, tengo miedo de no poder estar a la altura de las circunstancias. También tengo miedo de lo que los hylianos esperan de mí.
Pero mío es el coraje, y mía es también la responsabilidad. Respiro hondo un par de veces, acariciando el pomo de mi espada, centrándome en los recuerdos de Ordon, de mi vida anterior. De toda la belleza que he visto incluso en la más profunda oscuridad. Cuando me enfrento al portal, ya no es miedo lo que siento, si no una rara serenidad. Sé que las pruebas a las que deberé enfrentarme son más duras que nunca, y que esta vez, estoy totalmente solo.
Pero no tengo miedo. Lo que tenga que ser, será, y yo no tendré nada de lo que arrepentirme.
Pienso una última vez en Midna antes de saltar al portal, con los ojos cerrados. La energía familia de Hashi me envuelve, lanzándome de nuevo a Hyrule, y una melancólica alegría inunda mi pecho.
Al fin y al cabo, vuelvo a casa.

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