viernes, 14 de diciembre de 2012

Twilight Princess (VIII)

Hashi

El Crepúsculo es un lugar extraño.
La última vez que lo vi, solo estaba aquí de paso, el tiempo justo para devolver a Taiyo a su lugar. Se trataba solo de una misión, nada importante, nada en lo que detenerme y mucho menos pensar. Pero ahora que parece que se ha convertido en mi nuevo hogar... en fin, hay mucho en lo que pensar.
Para empezar, me pregunto por qué demonios mi piel brilla. 
Creo que todos los twili que me han visto se lo preguntan. Brillo como una luciérnaga, con un resplandor fosforescente que no me deja dormir. Da igual la hora del día, no paro de brillar, y dado que en el Crepúsculo viven en un atardecer continuo... ya iba a ser bastante complicado dormir sin una oscuridad completa. Si ahora mis propios párpados brillan, ya puedo ir despidiéndome de las horas de sueño.
Apenas he visto a Link desde que llegamos. Se pasa los días encerrado con Midna en sus habitaciones, y aunque solo tenga una semana de vida como hyliana no hace falta que nadie me explique qué hacen allí dentro. Mientras ellos dos están ahí, yo vagabundeo por el palacio buscando algo que hacer, hablando con los twili y durmiendo, porque desde que llegamos aquí estoy agotada, más cansada de lo que había estado nunca. Ni siquiera las veces que estuve a punto de extinguirme por entregar a Link casi toda mi energía había estado tan cansada.
No sé por qué esto es así, pero no por ello deja de ser, y yo apenas me siento con ánimos para nada.
-¡Señora Hashi!
Un twili corre hacia mí, un varón llamado Myrho que tiene más o menos la edad de mi cuerpo, y que es paje o algo similar del Consejero Mayor de Midna. Insiste en llamarme "Señora Hashi" o "Dama Hashi", cuando no cosas aún más vergonzosas. Durante los primeros días, todos creían que yo era hija de Link (lo cual es absurdo, porque Link apenas supera en seis años la edad de mi cuerpo...) y me daban tratamiento de "Princesita". Link y Midna nunca estaban presentes para desmentirlo, y bueno... 
Aunque no está dentro de la gama de emociones normales de un espíritu guardián, he de decir que jamás había pasado tantísima vergüenza.
A día de hoy, parecen haber entendido lo que soy, pero eso solo hace que estén aún más intrigados conmigo.
-Dama Hashi - jadea el chico, cuando al fin me alcanza -, mi Maestro la requiere. 
Yo tuerzo el gesto, nerviosa.
-Oye, ya le he dado a tu Maestro un montón de mechones de pelo, incluso ha insistido en llevarse un pedazo de tela de mi vestido. De verdad, no tengo ninguna gana de seguir dejando que experimente conmigo como si fuera...
-No, no - me interrumpe Myrho -, no es eso, Dama. Su Alteza Midna requiere que se os entreguen ropas más dignas, puesto que desea demostraros su agradecimiento por haber traído a su lado al futuro monarca - recita de un tirón, y yo suspiro.
Desde que llegué aquí, todo el mundo insiste en que tengo que ponerme más ropa. Vestidos, corsés, mallas, zapatos y medias, guantes, sostenes que son todo un milagro de la ingeniería... y eso que los twili de por sí van poco vestidos. No me quiero imaginar qué me habrían hecho de haberme quedado en Hyrule, pues recuerdo que las ropas de la princesa Zelda eran de lo más elaboradas.
-Mira, estoy bien así - intento explicar, pero Myrho ya ha echado a andar con garbo, y no me queda otro remedio que seguirle.
Aún no sé cómo explicar la sensación que me embarga desde que recibí un cuerpo. Ya no soy un espíritu, pero sigo sin ser del todo hyliana, y necesito desesperadamente volver a sentir la libertad que tenía en el plano espiritual. Los confines de un cuerpo humano se me hacen demasiado pequeños para lo que estaba acostumbrada, esta materialidad es algo demasiado nuevo para mí. Y si al estar ya confinada en mi propia piel, le sumamos el llevar un montón de ropa por encima... buf. Lo único que consigo es una tremenda sensación de claustrofobia.
Pero dado que solo soy una plebeya del montón, no me conviene desafiar a la Princesa Midna. Ella ya se ha mostrado más que generosa permitiéndome quedarme aquí, en el Palacio del Crepúsculo, sin enviarme fuera como correspondería a una chiquilla sin alcurnia como yo. Y no solo me da alojamiento y comida, si no que además me agradece el que haya traído a Link de todos los modos que se le ocurren, y no entra en mi naturaleza mostrarme desagradable con una buena persona. Aunque esa buena persona no tenga ni idea de qué cosas podría interpretar un espíritu como muestras de agradecimiento.
Así que aguanto el desfile de modelitos con los que el sastre real trata de agasajarme, trajes tan suntuosos como la preciosa túnica-capa que suele llevar la propia Midna, adaptados a lo poco que los twili saben de la moda hyliana. Son preciosos, no lo pongo en duda, pero es ponerme uno de ellos y sentir que me voy a asfixiar. El sastre parece impaciente con mis rarezas, así que trato de abstraerme y centrarme en mis cosas para no ponerle aún más nervioso.
Por algún motivo, solo consigo pensar en el encuentro del Circo del Espejo, aquella única vez que me crucé de cerca con el ser al que he dado en llamar "el Oscuro". Hay algo que me intriga al fondo de esos ojos rubíes, tal vez se deba al parecido extremo con Link. Ese rostro pálido me hace sentir mareada, porque mezcla todos mis instintos. Lo odio, sé que debo matarlo, porque si no él nos matará a nosotros, pero al mismo tiempo su desconcertante parecido con Link me hace sentir protectora. También hay algo más, algo relacionado con mis tiempos de espíritu, cuando me preguntaba por qué demonios las diosas me habían creado a mí, una aberración sin cuerpo y sin un lugar en el mundo. No puedo evitar preguntarme... ¿se sentirá él así? ¿Perdido, aislado de todo? ¿Será por eso que...?
-¡Ay!
-Perdone, Dama Hashi - se apresura a disculparse el sastre, sacando una aguja profundamente alojada en mi antebrazo -. Lo siento, disculpe...
-Au - mascullo, soplando entre dientes mientras el sastre tropieza con sus propios pies en su presteza por encontrar un pañuelo -. La has clavado bien profundo - comento, mientras veo la sangre brotar y correr hacia mi muñeca -. ¿Me puedo morir de esto?
-Claro que no - replica Myrho, con una media sonrisa esbozándose en sus labios azulados. Sus ojos chispean divertidos mientras se saca un pañuelo del bolsillo y comienza a limpiar la sangre de mi brazo -. Mire, Dama Hashi, de esto como mucho le quedará una cicatriz, aunque dado que me parece que la piel de los hylianos es mucho más resistente que la de los twili, no le quedará ni la marca. 
Yo asiento, intentando sonreír, aunque Myrho aprieta con demasiada fuerza la profunda herida.
-Se ha pensado que soy un cebo de anzuelo - mascullo, mientras Myrho se ríe mostrando sus afilados dientecillos. Las marcas luminiscentes de sus brazos pasan del cobalto de la preocupación al turquesa que en los twili expresa diversión, y me contagia la risa a mí también -. Oye, déjate de tratamientos raros, que tenemos la misma edad, ¿vale?
-¿Y cómo tengo que llamaros, Hashi, sin más?
-Yo qué sé, ¿cómo llamas a tus amigos? - pregunto, mientras el sastre nos observa medio encogido, seguramente aún preguntándose si recibirá un castigo por esto.
-Los llamo imbéciles, pero creo que no es eso a lo que te refieres - comenta, haciéndome reír de nuevo. Sus ojos, de un rojo purpúreo, son traviesos a la luz siempre cambiante del Crepúsculo -. Mira, ¿ves? Ya ni siquiera sangra.
Me observo el brazo, intrigada, mientras Myrho se aleja y el sastre vuelve a ocupar su lugar. Hay un punto oscuro en mi piel fosforescente, pero por lo demás, ya no queda rastro de la sangre que hasta hace unos segundos brotaba como una cascada. Sin embargo, cuando extiendo el brazo me recorre un suave ramalazo de dolor.
No puedo evitar pensar en Link, en todas las veces que lo he visto sangrar, en la maraña de cicatrices plateadas que recorre toda su piel. Hasta ahora, sentía sus heridas como pérdidas de energía, porque por cada una de ellas que recibía yo debía entregarle parte de mi resplandor, para que pudiera seguir luchando como si realmente no le ocurriese nada. Ahora que sé lo que es el dolor, y apenas un dolor ínfimo, como es el que te claven una aguja, me hago una idea remota de los dolores que ha debido sufrir él. De todo lo que ha tenido que sacrificar para salvar Hyrule.
-Bueno, pues ya está - dice el sastre, apartándose satisfecho -. La sangre no ha llegado a ensuciar el vestido, estáis espléndida, mi señora.
Mirándome en los espejos de la habitación, me siento de todo menos "espléndida". Torpe, ridícula, exageradamente brillante, esos serían adjetivos adecuados. No digo que el vestido morado y púrpura no sea hermoso, lo que digo es que el soporte es de lo más inadecuado. Sin embargo, me esfuerzo por sonreír y asentir, elogio el trabajo del sastre, confiando en que mi agradecimiento llegue a los oídos de Midna, y pido el vestido blanco con el que aparecí en el desierto de Gerudo, "para usarlo como camisón".
Lo primero que hago al llegar a mis habitaciones es deshacer la maraña de lazos que sujetan el corpiño y sacarme el vestido por la cabeza, para volver a ponerme mi vestido blanco y etéreo, realmente cómodo. Tiro los absurdos zapatos de tacón a un rincón del cuarto y salgo de nuevo, decidida a pasar el resto de la mañana en las almenas; las alturas me hacen sentir libre, ingrávida, como cuando era un espíritu. Salgo corriendo de mis habitaciones, ya contenta por la idea de trepar hasta las alturas, y prácticamente me estrello contra Myrho, que camina con garbo pasillo arriba.
-¡Hashi! ¿Estás bien?
Yo asiento, sonriendo. Él me mira de arriba abajo, y esboza una sonrisa pícara.
-¿"Un vestido encantador que no seré capaz de quitarme en semanas"? - cita, imitando mi voz con más bien poco acierto.
-Cállate - mascullo, y me da la sensación de que me ruborizo, aunque no estoy segura -. A ti al menos no te dicen cómo tienes que vestir.
Myrho se ríe mientras abarca sus ropas con un gesto.
-Te lo creas o no, esta ropa ha sido elegida por mi Maestro, al que, por cierto, debería ir a ver ahora. Ya nos veremos, Hashi.
Se aleja por el pasillo a paso rápido, y me parece ver que en su mano derecha lleva aferrado el pañuelo con el que me limpió la sangre de la herida. Por un momento me planteo algunas preguntas, pero enseguida renuncio a entender nada de lo que hace esta gente corpórea y corro hacia las torres, deseosa de abstraerme de todo durante al menos lo que queda de día.

Sigue leyendo... Twilight Princess (IX)

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