viernes, 21 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XII)

Hashi

Me pesan los párpados... no puedo abrir los ojos. ¿Qué está...? Todo da vueltas, hace frío. No puedo... ¿Link? ¿Midna?
¿Link?
Link, Link, Link, Link...
Vuelvo a sumergirme en las brumas de la inconsciencia repitiendo mentalmente su nombre, tratando de llegar hasta él como lo hacía cuando era un espíritu libre e inmaterial, pero mi cuerpo está aquí y es pesado... tan pesado que me ata al suelo helado y me impide hacer nada que no sea centrarme en mi dolor y en mi desesperación.
Link... ¿dónde estás?
En la neblina continua de la seminconsciencia, siento unos dedos muy fríos que me acarician la frente, tratando de calmar el dolor y el martilleo de mi cabeza. Abro los ojos, y dado que no he logrado hacerlo hasta ahora, sé que estoy soñando. Sin embargo, no me importa, todo me sirve con tal de alejarme de esta sensación de inmovilidad.
Tardo unos segundos en enfocar la vista, y los paisajes del sueño son borrosos, difusos y oscuros, como si alguien hubiera derramado agua sobre una acuarela. Entrecierro los ojos, tratando de ver algo, pero las manos frías vuelven a acariciarme la frente y miro hacia arriba, para tropezar con los ojos candentes como brasas que ya me son familiares.
-Hola, pequeña - susurra, y su voz es tan suave y sedosa como una mortaja, y me asfixia del mismo modo.
Cierro los ojos, trato de no responder, porque sé que cualquier palabra que diga puede conducirme a la muerte... y no puedo moverme, estoy atrapada en este maldito cuerpo que me impide volar, desvanecerme en el aire, ser libre.
-No te preocupes - susurra, sin dejar de acariciarme la frente -, ya falta poco. Pronto despertarás.
-¿Despertaré? - pregunto a mi pesar. 
Él asiente y fija los ojos en el horizonte, distraído.
-Tienes que aguantar, pequeña. Cuando despiertes, aguanta. Yo no dejaré que te maten.
Jadeo, nerviosa, pero aún tengo fuerzas suficientes como para no rendirme así como así.
-Qué... galante por tu parte - digo, con sorna -. No me esperaba eso de ti.
Él vuelve a fijar sus ojos rojos como la sangre en los míos, y el pelo blanco le cae como una cascada a ambos lados del rostro.
-No lo hago por bondad, Hashi. No intentes entender mis motivos... hay formas más agradables de caer en la locura, si es lo que buscas - me explica, con una expresión de falsa amabilidad -. Simplemente resiste a lo que pase cuando despiertes. Yo te encontraré.
-Prefiero estar muerta que en tus manos - escupo, furiosa; furiosa conmigo misma por ser tan débil, furiosa por mi indefensión, furiosa por no saber dónde está Link -. ¿Lo entiendes? Preferiría morir.
Sin embargo, mi rabia no parece afectarle. Me aparta el pelo de la frente con una caricia que es una parodia de ternura, y acerca mucho su cara a la mía.
-Ya lo veremos, pequeña. Ya lo veremos - dice, y me besa en la frente como hacen las madres hylianas con sus hijos.
De nuevo, su contacto me corta la respiración y me hiela la sangre en las venas. De nuevo, es como si me hubiera tirado de cabeza a un glaciar, y el frío y la oscuridad absorbiesen mi vida y mi fuerza.
Despierto.

-... asegúrate de que está bien sujeta, Myrho, antes de conectarle las agujas. Si se mueve demasiado, podría hacerse heridas con ellas y desangrarse, y entonces el señor Dark... - la voz se interrumpe, estremecida, y luego sigue hablando -. Simplemente encárgate de que esté bien sujeta.
Abro los ojos, lo que me cuesta un esfuerzo titánico, y me encuentro con la figura conocida de Myrho, el paje que yo consideraba mi amigo, ciñendo casi con rabia unas correas de cuero a mi tobillo derecho. 
Estoy atada a una mesa, totalmente inmovilizada; correas similares sujetan mis muñecas, mis codos, mis hombros y mi torso, y también tengo otra en las caderas y varias en cada pierna, haciendo imposible cualquier movimiento. Incluso hay una correa ciñendo mis sienes, impidiéndome algo tan nimio como girar la cabeza.
-Ya está, Maestro - dice Myrho, y yo trato de hablar, de preguntar qué está pasando, pero ni siquiera puedo despegar los labios.
-Bien, bien, buen trabajo, muchacho. ¿Crees que serás capaz de ponerle tú mismo las agujas?
El twili que habla sigue fuera de mi ángulo de visión, pero Myrho parece dudar.
-Son mucho más gruesas de las que estoy acostumbrado a usar, Maestro. Preferiría que vos me hiciérais una demostración antes.
-Espléndido, espléndido - responde el maestro con alegría, y un twili de ojos saltones y nariz muy chata se inclina sobre mi brazo izquierdo, con una brillante aguja de plata en la mano derecha -. Mira, primero busca la vena, ¿ves? - dice, mientras comienza a apretar la cara interna de mi codo con fuerza, tratando de que las venas se marquen. Me hace un daño terrible, y tarda un buen rato en escoger una de su gusto - ¿Ves esta, qué azul y que gruesa? Esta será adecuada - y me clava la aguja en el brazo, sobre la vena. 
El dolor es tremendo y trato de revolverme, pero las ataduras hacen su trabajo, anclándome a la mesa, y lo único que puedo hacer es dejar escapar tenues gemidos entre dientes. Myrho me acaricia la cabeza con descuido, como si fuera un perro, mientras su Maestro me clava otras tres agujas en el mismo brazo. Luego, el joven twili le toma el relevo, clavando agujas en mi brazo derecho y en mi cuello, y para cuando llega a las piernas, yo ya estoy gritando como una posesa.
-Maestro, ¿no convendría hacer que se callase? La van a oír en todo el palacio.
-Eso da igual, muchacho - replica su Maestro, trajinando fuera de mi ángulo de visión -. En el resto del palacio hay escaramuzas armadas, a nadie le van a importar los gritos de una mocosa, y menos los de la mocosa hyliana.
Yo gimo entre dientes, aguijoneada por el dolor de todas las agujas que torturan mi piel; puedo contar dieciséis, y Myrho aún no ha acabado. Me clava todavía dos más en las plantas de los pies, a lo que respondo con tenues gemidos agotados.
-¿Está lista, muchacho?
-Desde luego, Maestro - responde Myrho, mirándome con atención -. Tiene los ojos de un color un poco más claro que cuando llegó aquí, ¿verdad?
-Déjate de paparruchadas, muchacho. ¡Gira la rueda! Tenemos que empezar a extraer la sangre mágica.
Yo gimo y me revuelvo, mareada, mientras el anciano twili va girando pequeñas ruedecitas que hay sobre cada una de las agujas y fuera de mi campo de visión, Myrho hace girar un mecanismo que comienza a succionar la sangre de mis venas.
Aúllo, chillo, grito con todas mis fuerzas hasta que mi voz se enronquece, y ni siquiera entonces me detengo. El dolor es terrible y me convierte en un animal acosado, una criatura débil e indefensa que no puede si no gritar de pura desesperación. Oigo a Myrho y a su Maestro hablar a gritos por encima de mis aullidos desesperados, pero de pronto se quedan en silencio y una voz que conozco bien inunda toda la estancia.
-... en el Circo del Espejo, no aquí.
-La sangre de la chica abre el portal en sitios indeterminados, señor. Temo que la muchacha esté vinculada a vos, puesto que ya es la segunda vez que nos conduce a...
-Ya - le corta la sombría voz, como cristales de hielo -. Pues entregádmela. Yo he cumplido mi parte del trato; los Moblins asedian ya Lanayru y la Ciudadela. Dadme a la niña.
-Mi señor - objeta el Maestro, con voz temblorosa -, no habéis matado a Link.
Casi puedo oír la sonrisa siniestra del Oscuro.
-¿Queréis ver a Link y a Midna separados? Dadme a la niña. Separados serán más débiles de lo que jamás lo serán unidos. Link me seguirá a donde quiera que lleve a la mocosa espíritu, y Midna quedará sola y a vuestra merced.
-De acuerdo, mi señor - farfulla el Maestro -, sin embargo, hay aún un problema... no hemos logrado estabilizar el portal. Necesitamos mucha más sangre para mantenerlo abierto, y la niña...
-¿Os valdría con eso? - le corta una vez más, y yo me doy cuenta de que empieza a impacientarse.
-La Sombra Fundida... - exclama el Maestro con una mezcla de asombro y devoción -. ¿Cómo la habéis conseguido?
-Estaba allí donde Midna y Ganondorf se enfrentaron por última vez. No sé si aún le queda poder, rota como está, pero no me cabe duda de que sabréis aprovechar lo que le reste, ¿verdad? - la última palabra, puedo apreciar, no es una pregunta, si no una orden, y sé que el Maestro no se atreverá a desobedecerla.
-Por supuesto, señor.
Durante unos momentos extraordinariamente largos, no se oye absolutamente nada, salvo el chasquido de los extraños aparatos que manejan el Maestro y Myrho, y la respiración de depredador de el Oscuro, que aguarda, salvaje, decidido a arrastrarme con él.
"Aguanta."
Por algún extraño motivo, no puedo simplemente dejarme morir. Algo me impulsa a seguir adelante, a intentar sobrevivir, aunque sea en manos de ese engendro, y a escapar de él. A seguir adelante.
¿Será otra de las extrañas emociones que vienen con este cuerpo?
-¡Ya está, Maestro!
-¡Bien muchacho!
-Menos celebraciones, y dadme a la cría - interrumpe el Oscuro, y yo me estremezco. 
Myrho me clava otra aguja en el cuello e inyecta algo en mis venas, como seguramente hizo esta noche mientras dormía para traerme hasta aquí. Siento como todo mi cuerpo se adormece de nuevo, y solo entonces comienzan a retirar las agujas y a soltar las correas. Tardan solo unos pocos minutos en hacerme pasar a través del portal y depositarme en los brazos de quien me ha comprado como una mercancía.
-Siempre es un placer hacer negocios con ustedes, señores - se despide el Oscuro, burlón, mientras se gira conmigo en brazos.
-¡No olvides acabar el trato! ¡Aún quedan Zelda y Link!
-Desde luego que no lo olvidaré, maldito twili - murmura el Oscuro, tan bajito que estoy prácticamente segura de que solo yo le oigo -. Por cierto, hola, Hashi. Cuánto tiempo sin vernos. Creo que no nos hemos presentado, me llamo Dark Link. ¿Cómo te llamas tú?
Trato de responderle con algo, pero ni siquiera soy capaz de hablar. Dark sigue avanzando a largas zancadas garganta abajo por la Montaña de la Muerte.
-Disculpa nuestra nueva ubicación, pensaba recogerte en el Patíbulo pero en realidad, esto me viene incluso mejor. He estado buscando un lugar donde dejarte mientras acabo mis asuntos con Zelda y con Link, y creo que he dado con el lugar perfecto. Te aseguro que estarás muy cómoda.
Cada palabra que dice es una burla, y yo me trago las lágrimas simplemente porque no quiero darle la satisfacción de verme llorar.
-Ah, por cierto, Hashi, no se te ocurra pensar ni por un segundo que esto es un rescate. En menos de unas horas, estarás rogando haber muerto en esa diabólica mesa.

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